- Intrascendente resultó la quinta novillada de la campaña en el coso San Marcos
Salió un encierro muy bien presentado de la dehesa de Arroyo Hondo, que ha sido bravo, de casta seca, —todos acudieron a los caballos con raza, abajo del estribo y apoyándose en los riñones—, y de reclamos toreros que los jóvenes que lo enfrentaron no tuvieron.
De tal mala suerte, las presentaciones de los tres se ha tasado de tibia, cuando no de desafortunada.
El salmantino Daniel Martín ha decepcionado a la crítica; pese a su buen rodaje numérico en su patria, incluyendo tardes en Las Ventas de Madrid, fuera de algunos momentos valiosos con el capote, interpretó un toreo de mucha distancia, acartonado y de paupérrima expresión artística.
El leonés Adrián Padilla no pudo disimular, además de su verdor, la baja determinación como para buscar el triunfo.
El joven de Tepeapulco, Hidalgo, Rodrigo Ochoa también acentuó una amarga inmadurez, sin embargo fue el menos mal librado, pues posee algo de gusto al torear.
El ibérico Daniel Martín ejecutó verónicas de estéticas hechuras; cuando armó su engaño escarlata dibujó instantes toreros y de buen gusto, pero luego extravió la distancia, quedándose muy sobre territorio del buen bovino, que embistió con igual franqueza que suavidad, yéndose incluso largo cuando se le intentaron naturales. Efectiva pero de mala colocación fue su estocada, llegando al umbral del golletazo, al igual que el pinchazo que antecedió a ésta. Aplausos tibios en el tercio fue su premio. Atinado trabajo capotero ejecutó con el cuarto de la tarde, sobresaliendo una chicuelina y la revolera. Frialdad tremenda acompañado del acartonamiento emitió en su trasteo. Mejor planteamiento y otra distancia reclamó el novillo para romper en tandas ligadas, ya que trasmitía en cada embestida. La actuación del salmantino fue desilusionante. De él se esperaba otra cosa. Vino un mutis cuando mató al bovino de dos espadazos.
El joven de León Adrián Padilla evidenció su escasa experiencia acabando por donde debió haber iniciado el trabajo de muleta, con doblones severos; de cualquier forma algo a su favor le aprobaron los críticos… la voluntad. El de León aún no sabe ideas de lo que es bregar, esto lo remarcó al recibir con un capote sin engomar al quinto de la función. Fuera de su empeño al sacar la muleta, el chamaco remarcó la inmadurez y poca expresión artística que tiene; el novillo mientras tanto, exigía distinto proyecto de faena dada la sangre ibérica que regaba sus arterias.
La primer intervención de Rodrigo Ochoa se salpicó con buenos momentos muleteros; los olés llegaron en recompensa a eso. El utrero bien se dejó meter la sarga, y el chaval más pegó pases con ella que toreó con mando; de todas formas cayó bien su labor a los aficionados, pero quedó despostillada al señalar dos pinchos en el sitio de los golletazos; por eso su premio fue un silencio respetuoso.
Solo deseos y unos doblones toreros se le rescataron como para contarles al enfrentar al que cerró el festejo. Y al igual que con su primero, se retiró con las bocas cerradas de los reunidos en gradas.