- Son alrededor de 30 familias, en igual número de niños
- Llegan a vivir en un local de 16 metros cuadrados hasta seis personas
Un letrero azul invita a pasar, en él se lee: “Bicicleta y partes El Amigo”, su puerta de entrada son dos boquetes en la pared de ladrillos que dejan ver entre las bicicletas a borde de la calle, un mostrador apenas asomado, mientras que a su izquierda, una señora sentada observa a los niños jugar. Este es un escenario de la antigua línea de fuego en Colinas del Río, donde la vida es tranquila, según cuentan los lugareños.
La familia Marantes Bargan tiene alrededor de cuatro años viviendo en un local comercial adaptado para seis personas, de los cuales cuatro son niños y acuden a las escuelas más cercanas. Él es pintor y ahora no tiene trabajo, por lo que reúne a la familia en una de las esquinas del lugar para pasar el rato y ver divertirse a los niños. Cuenta que son alrededor de 50 locales los que están abandonados por el comercio, pero cada uno tiene dueño, a ellos les cobran 350 pesos mensuales, esto a pesar de vivir entre Colinas del Río, Colinas de San Ignacio y los Sauces, tres fraccionamientos de categoría media residencial, al norponiente de la ciudad.
Entre los pasillos de los locales puede observarse un fregadero que apenas se sostiene con una cubeta en cada esquina, acompañado está de unos cinco metros de lienzo para tender la ropa y que pueda secarse, esto porque en donde habitan el espacio es de apenas 4 metros de ancho por 4 metros de largo. Incluso, son familias grandes las que habitan, desde las suegras, madres, e hijos.
La población total es difícil de calcular, pero es notable la presencia de muchos niños, calculados llegan a rebasar un número de 30, en la misma cantidad son las familias que desde hace varios años llegaron y difícilmente abandonarían el lugar.
Recuerdan que en los días de frío tuvieron problemas para pasarla bien, además, cuando las lluvias no cesaron, los techos que aunque no cuentan con goteras, cayeron ante la insistencia de la precipitación.
No hay nada pavimentado, todo es árido y al final del pasillo están las escaleras que conectan al fraccionamiento los Sauces, justo en un lado, la gente comenzó a dejar basura, tanta que ahora puede mezclarse entre las ramas secas y confundirse.
Unos lavan sus autos porque son taxistas, otros sólo están sentados, jóvenes que buscan trabajos de cargadores o “de lo que caiga”, mientras tanto, ven los autos pasar sobre la avenida antiguo camino a San Ignacio.
Los niños corren entre los locales que apenas están cubiertos con sábanas sostenidas por tabiques. Alegres, sin preocupaciones y descalzos, platican entre ellos y gritan nuestra presencia. Unos quieren fotos, otros prefieren el anonimato y siguen jugando en un hoyo de tierra que colinda con cuatro paredes de ladrillo que no terminaron de construir.
Mientras tanto, sus padres agradecen que tienen todos los servicios básicos, que hay agua, drenaje y luz, aprovechan y se defienden de los prejuicios con los vecinos, dicen no tener casos de violencia o de inseguridad, sino por el contrario, acusan a los policías municipales que en el operativo “Barrio seguro”, llegan a inspeccionar a los habitantes de la zona y sin justificación alguna son remitidos al Complejo de Seguridad Pública (C-4). A pesar de todo, quieren vivir ahí, por el bajo costo de la manutención y la comodidad que reflejan los sillones viejos en espacios que algún día estuvieron pensados para vender.