Un coro de pajaritos - LJA Aguascalientes
23/11/2024

 El proceso de transformación (muchos creen que extinción) de los medios de comunicación impresos que dará paso a los “nuevos medios” es lento, en el camino, los medios tradicionales intentan adaptarse a la era digital y realizan versiones de sus contenidos para la red: sitios web, blogs, podcast, presencia en Twitter, Facebook y cuanta red social puedan, con tal de no perder lectores e influencia. No es fácil hacerse a la idea de la socialización de los medios, que cualquiera con acceso a internet y ganas genere noticias. Sin embargo, esos medios tradicionales siguen viendo por encima del hombro el periodismo que se realiza a través de la red, al menos en México son pocos los periódicos y revistas que elaboran contenidos específicos y no adaptaciones a lo que aparecerá en la versión impresa, además de que hay cierta actitud de desprecio hacia el reportero digital, sin importar que con sus recursos puede montar una estación de radio y televisión, de intercambio de información mucho más eficiente que la de los grandes consorcios.

Estoy generalizando, por eso me permito señalar que hay un ambiente de tensión permanente entre ambos tipos de medios,  competencia y descalificación, quizá el aspecto más negativo de esta relación sea la ignorancia con que de ambos lados se percibe al otro. Muchos reporteros digitales desconocen las características que debe tener la información para ser confiable, no saben citar a sus fuentes y se desvían con facilidad hacia la diatriba; mientras que los medios tradicionales acotan los contenidos de la red a una fuente inagotable de noticias raras, chuscas o que muestran lo más deplorable de los gustos del público: nunca será noticia la puesta en línea de la traducción de un libro, pero de forma viral se reproducirá el enlace al video de la mamá de una cantante en cueros.
También resultado de esta tensión y necesidad de reconocimiento, cuando un medio tradicional destaca alguna actividad de la red, de inmediato hay una especie de reacción festiva, sin importar que el procedimiento o la acción sea algo común a quienes navegan. Como ejemplo, los grupos que a través de Facebook exigen la renuncia de Felipe Calderón, en especial el que se propuso reunir en 30 días un millón de firmas.
A principios de año, medios impresos hicieron eco de esta campaña, que arrancó el 22 de diciembre del 2009 y, un mes después, ha logrado reunir más de 244 mil miembros. Si bien la página no logró su propósito, sí constituye una muestra del descontento creciente y, sobre todo, la expresión de la búsqueda de espacios de expresión y participación ciudadana. 
Un riesgo que enfrentan estas iniciativas es que los cibernautas no hemos logrado trascender los límites impuestos por las formas antiguas de participación y se sigue pensando en términos de cantidad y no de calidad. Reunir usuarios no es difícil, basta unirse a grupos como Make friends with your same interests o Get more Facebook friends, cada uno con más de 10 mil miembros. Si se cuenta con el dinero suficiente, se puede acudir a empresas de mercadeo como USocial, que vende amigos o fans y se anuncia como la forma de sacar provecho de uno de los sitios más utilizados en el mundo. Este negocio vende el paquete de mil fans a 197 dólares y por una “inversión” de sólo 1,167.30 dólares es posible llevarse 10 mil fans. Reunir el millón de fans para que renuncie Felipe Calderón costaría sólo 186,660 dólares. Muy bien… ¿y luego?
Mientras esté centrada la atención en la cantidad, continuará la banalización del recurso, pues en esos términos, es lo mismo reunir el millón de usuarios para que renuncie Calderón que alcanzar el número que exige la mamá de un niño para comprarle una mascota (If a billion people join this group Mark is allowed to get a Labrador cuenta con casi 132 mil fans). El ¿después qué? del párrafo anterior es, quizá, el principal obstáculo que enfrentan las iniciativas de las redes sociales, la facilidad con que es posible sumarse a un proyecto de este tipo funciona en demérito del objetivo, no es necesario hacer reflexión alguna, basta con apretar el botón de “Unirse” y, en muchas ocasiones, al cibernauta le es suficiente, ese es el mayor compromiso que adquiere, es más importante que los otros noten su afinidad con la protesta que involucrarse en forma real. Los grupos rápidamente se llenan de comentarios banales, insultos o bien temas que no se relacionan en absoluto con la propuesta inicial. En este sentido, el aspecto lúdico de una red social como Facebook es otro factor que a la larga juega en contra de estas formas de participación, súmese que los medios tradicionales miran por encima del hombro lo que no entienden y se obtendrán esas notas periodísticas que otorgan fama efímera pero no otorgan seriedad a la protesta.
Roberto Carlos elaboró una canción llena de buenos deseos, en esa pieza el brasileño, aparte de creer en la paz del futuro, amor en la vida, pescar para dividir y ver pisar fuerte a su hijo, escribió que su intención era sólo mirar los campos, cantar su canto, “Pero no quiero cantar solito, yo quiero un coro de pajaritos, quiero llevar este canto amigo a quien lo pudiera necesitar, yo quiero tener un millón de amigos, y así más fuerte poder cantar”
Mientras los cibernautas que se unen a los grupos en Facebook no pasen de la simpleza de un clic con el que se evidencia un malestar más para los otros que para uno mismo y no se asuman las responsabilidades de ser ciudadano, la participación a través de las redes sociales continuará un tránsito lento hacia la eficacia, se mantendrá como el canto de pajaritos que acompaña una buena idea. 
http://edilbertoaldan.blogspot.com/


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Edilberto Aldán
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Director editorial de La Jornada Aguascalientes
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