“¿Cuál es tu luchador favorito, John Cena o Jeff Hardy”, le pregunta Lorena Martínez a un niño de ocho años que recién acaba de conocer.
Sonríe, y me comenta: “Tengo muy medidos a los niños de esta edad, sé que todos adoran ver las luchas de la WWE”.
La escena la describe de cuerpo entero. Lorena se dedica a hacer política en serio. Siempre está concentrada en su profesión, y ejecuta a la perfección todas las “reglas no escritas” del aparato simbólico que el PRI construyó.
“Lorena me cae muy bien, pero me queda la duda de si es auténtica su actitud o está tratando de ganar votos”, me confía una persona seducida por la Martínez. Esa es la impresión.
La actitud fresca y echada para adelante, sumada a su discurso de férrea oposición y su identificación con temas de avanzada (revocación de mandato, por ejemplo) la han convertido en la candidata favorita de una corriente intelectual crítica de Aguascalientes. Pero aún entre ellos hay un cierto recelo para “echar su resto” por Lorena.
No parece dispuesta a desmantelar la estructura de poderes fácticos que reina en el estado, ni a los grupos de interés que concentran los privilegios que se otorgan desde el poder público. Más bien, les tiende mensajes permanentemente de que con ellos “no es el pleito” y de que quiere pactar. El discurso de cambio, que enamora, se vuelve un sentimiento confuso después de esos mensajes.
Un compañero suyo de gabinete, en la administración de Otto Granados Roldán, la recuerda: “Lorena tomó el Instituto del Deporte, que había sido un dolor de cabeza para Otto, y lo transformó por completo”. Esa parece ser la historia de la ex diputada federal: una mujer de lucha, que sin padrinazgos ni glamour, ha tomado las pequeñas oportunidades que la política le ha dado y las ha convertido en episodios de gran trascendencia.
Así, con perfil bajo, construyó una dinastía política que en medio de las derrotas electorales de la última década logró lo que parecía imposible: arrebatarle el partido a la legión de Héctor Hugo Olivares Ventura. Y no sólo se trata de la dirigencia, que encabeza un “lorenista” declarado, como Isidoro Armendáriz, sino de la estructura compuesta por comités municipales, delegados y seccionales, de la que su equipo presume tener el “70% a su favor”.
El equipo más íntimo de Lorena Martínez no tiene a ninguna mujer entre sus filas, sino que está integrado por tres hombres:
Roberto Tavares Medina, secretario de servicios públicos en el ayuntamiento capitalino, y artífice, como líder estatal del PRI, del triunfo en el 2007. A Tavares lo distingue una asombrosa capacidad de operación, mostrada recientemente con la crisis que se evidenció entre el alcalde Gabriel Arellano y el cabildo, que de forma cuasi-unánime se agrupó para defenderlo del acoso del “gabrielismo puro”. De perfil discreto, Tavares ha ejercido su lealtad institucional hacia Arellano, sin dejar ninguna duda de que su corazón político es lorenista.
Roberto Padilla Márquez, un controvertido priísta de mil batallas. Se le recuerda, junto a personajes como Armando López Campa, como uno de los mapaches más confiables que el dinosaurio priísta aguascalentense haya engendrado. Padilla ha sido el “tipo rudo” de la estrategia “lorenista”, que se funda en una diferenciación radical de Luis Armando Reynoso, y es visto, por la Martínez, como “el único diputado que se ha fajado” frente a las negociaciones con el luisarmandismo.
El tercer integrante de este equipo cercano es Isidoro Armendáriz, dirigente estatal del PRI, al lado de quien Lorena Martínez ha recorrido el trayecto de su vida política. Isidoro es un hombre ideologizado y convencido de la visión nacionalista del PRI, y que está hoy atrapado por un Comité Directivo francamente decorativo, y por la sospecha de los grupos opositores al “lorenismo” de su parcialidad.
A ellos, Martínez ha sumado gente joven y técnicamente capacitada, así como una serie de operadores “todo-terreno”, y con experiencia probada, como Mario Granados Roldán, quien comparte con Gabriel Ramírez Pasillas la tarea de trabajar la relación con los medios de comunicación.
Lorena presume de nunca “haber incumplido un acuerdo político” y parece que es cierto, porque su principal fortaleza de cara a la lucha por la candidatura son los puentes que ha construido hacia todas las corrientes políticas. Entre sus cercanos, existe el consuelo de que “lo peor que le puede pasar es que sea la candidata a la alcaldía de la capital”, que concentra a tres cuartas partes de la población en la entidad.
