En las vísperas de dos siglos de la Independencia y un siglo de la Revolución el país continúa extraviado en la búsqueda de su identidad y sus afanes. Si la religión, el idioma y los hechos de sangre han permitido cierta unidad como nación, los resultados no son tan claros para brincar de celebración en celebración. El primer siglo de México colonial fue de revoltijos y confusiones, ya después de la Revolución la cuestión resulta más clara y más canija. No sé si los países tienen que buscar su ancla, que no su referencia, para encontrar su identidad, siempre mirar hacia el pasado, en busca de algo glorioso, heroico y memorable. No buscamos la identidad a partir de nuestro futuro deseable, sino a través de nuestro pasado doloroso, festivo, reformulado, reconstruido a favor del presente.
El pensamiento de la no modernidad siempre nos llevó al origen, al
retorno, regresar al útero, al vientre materno, al agua y tierra que
como semen y matriz son la fuente del universo, como el fuego y la
sangre lo son de la historia. El pensamiento de la posrevolución se
sigue alimentando del mismo arquetípico mítico de que tiempo pasado fue
mejor, la nostalgia, la añoranza por el Paraíso Perdido, la sociedad
rural, la naturaleza virgen y el buen salvaje. Lloramos el valor del
pasado, lo glorificamos, la historia es la nueva religión. Sobre el
pasado y la historia se asientan los valores nacionales. Es más, los
neopartidos y la democracia presumen como su simiente a la historia, la
absoluta y rabiosa historia.
La costumbre oficial terminó por imponer la nueva religión de héroes
que surgieron como misioneros de la paz y la democracia, lo mismo que
del caldo de los traidores y enemigos, que festinaron con un plato de
sangre de cabecillas y leva. En la historia de bronce le fuimos
construyendo al país una nueva identidad basada en apologías de
caudillos que se inclinaban ante la patria y posponían sus necesidades
individuales hasta el sacrificio por la libertad y la democracia,
héroes que nunca robaron y nunca malversaron la fe de sus seguidores,
héroes de plata y oro, profetas del progreso, mártires del nuevo
México, valientes, cabrones, osados, cojelones, hijos de la chingada.
Historia de oropel que ayudó a levantar las banderas que sirvieron de
referencia para un país sumido en la otredad de sí mismo, que trataba
de fundir a los taciturnos indígenas con la Europa antimoderna de
España y Portugal.
Si la Revolución fue una fuente del nuevo Estado y nuevo derecho
resultado de las armas, la sangre y la imposición violenta, también fue
el gestor de nuevas sociedades basadas en el culto irreflexivo del
progreso sin fin, la religión de nuevos santos militares, burócratas y
políticos. Artemio Cruz de Carlos Fuentes es el modelo inspirado en el
nuevo caudillo mexicano salido de la revuelta militar, forrado de
gloria y billetes, arisco, desconfiado, harto cabrón, astuto y
atractivo. Una nueva clase de mexicano surgido de una guerra de
traiciones, caudillos surgidos de las nuevas filas de la avidez
política. La vía para la asunción social ya no fue la milicia, la
sangre, ni la educación o la herencia, sino la política burocrática, la
ruta predilecta del nuevo mexicano que aspira a gobernar como la cumbre
del éxito personal y social. América y México para los burócratas de
partido.
Los espectaculares de calle o de camiones no serán adornados con
imágenes de Madero, Carranza, Villa o Zapata, sino con los nuevos
precandidatos o candidatos. Los caballos, coches y carruajes ahora son
sustituidos por los blogs, las páginas de internet, espectaculares,
libros, informes de labores, correos, los nuevos caballos de Troya de
la Revolución remasterizada, revolución envasada en spots, lista para
calentarse y servirse con una campaña caliente y mordaz, nuevos héroes
del photoshop y sonrisa enigmática, cananas con billetes, balas de
odio, ráfagas de discurso de risa, caminos electorales.
Cómo ha sido robada la Independencia y la Revolución por los afanes
de la historia oficial maniquea de oropeles y pólvora, por el
caudillismo corporativo y por el caudillismo político, secuestrado por
instituciones afectas al presupuesto sin resultados, confundida por el
lenguaje vacío y demoledor como el crecimiento negativo. Ya tenemos
teología de la Independencia y de la Revolución y para eso ya tenemos
lo que Benito Pérez Galdós llamaba costumbres tercas y pesadas,
montones de rocas como montañas que el viento no vence, también arroz
con leche dulce y sabroso como lo mexicano, canela en rama para nuestra
historia amada y temida. n