El viernes pasado conmemoramos el 99 aniversario del la Revolución Mexicana; iniciamos ya el festejo de su centenario, como ya estamos también en la conmemoración del bicentenario de la Independencia de México, aniversarios que además de celebrarlos son ocasiones para reflexionar en nuestro proceso social actual y la dirección en que se mueve.
Las periodizaciones históricas generalmente son determinadas por los
historiadores tomando en cuenta los hechos relevantes y sobresalientes
de la vida de una nación: en México tenemos dos hechos, que más que
hechos por sí solos son un conjunto de hechos que, a su vez, forman
parte de un proceso social y que va configurando una nueva forma de ser
del país.
La eliminación de la pertenencia y de la dependencia al imperio
español la festejamos en una semana: inicia el 15 de septiembre con el
grito del Padre Miguel Hidalgo y termina el 27 del mismo mes, cuando
Agustín de Iturbide logra el acuerdo para la consumación de la
Independencia.
En la visión y experiencia infantiles la realidad de la
Independencia se hizo en tan sólo 12 días, asombrando lo rápido de la
guerra y el regreso de la paz; la visión infantil cambia cuando ponemos
atención en los años en que acontecen, y lo que ahora nos maravilla es
el por qué tanto tiempo -11 años- de guerra, muerte y destrucción, y
cómo la Independencia de México, como un gran proceso social, tuvo
motivaciones y orientaciones que cambiaron de principio a fin.
De hecho como sociedad mexicana hoy vivimos la tercera revolución:
la primera fue la de Independencia; la segunda la llamada mexicana; y
la tercera –sin nombre- la que explicamos como la democrática, o de
transición política, o de alternancia partidista. Las dos primeras
fueron violentas y la tercera está siendo pacífica.
Enrique Dussel en su libro 20 tesis de política explica de una
manera precisa e interesante los conceptos del cambio social: en la
tesis 17 trata la transformación de las instituciones políticas, la
reforma-transformación-revolución, y los postulados políticos. En dicha
tesis expone que la disyuntiva de la sociedad y de sus fuerzas de
cambio no es entre revolución y reforma, sino entre transformación y
reforma.
La transformación implica el cambio y la creación de nuevas
instituciones políticas como correspondencia a la nueva situación que
vive la sociedad; la reforma sencillamente es la conservación de las
instituciones existentes dándoles sólo un tinte de novedad. Suele
suceder que la sociedad evoluciona y cambia primero, y que el
Estado-gobierno va rezagado –y en ocasiones mucho- al cambio que lleva
la sociedad y es lento en restablecer la correspondencia funcional con
la sociedad.
Es importante señalar que no todas las instituciones políticas de
una sociedad deben eliminarse, ya que es necesario recurrir al criterio
que ayudará al conocimiento y discernimiento de cuáles sí y cuáles no:
conservar lo que sí funciona y cambiar lo que no funciona.
La transformación puede suceder de dos formas: pacífica y violenta.
La transformación violenta de las instituciones políticas en la
historia moderna, aunque todavía sucede, es cada vez menos; no obstante
la realidad que observamos, la violencia se asocia cada vez más con el
subdesarrollo, apreciación que, desde luego, es discutible en todos sus
términos.
Sin embargo, y regresando a nuestro país, en la actualidad estamos
viviendo una transformación que, a costa del reformismo, está todavía
en proceso y cuya duración parece ser que nos llevará todavía muchos
años más; cuando recordamos al legendario líder cetemista Fidel
Velázquez nos podemos dar cuenta de que la actual
revolución-transformación está siendo (para fortuna nuestra) pacífica a
diferencia de las dos anteriores: por las balas tomamos el poder
político, con las balas nos sacarán del poder político –presagio no
cumplido-.
¿Por qué, entonces, se da la transformación y el cambio con
violencia? A pesar de la complejidad de la respuesta podemos hacerlo de
manera sencilla: cuando un gobernante o partido político comprador de
votos se aleja de la sociedad y deja de atender sus necesidades y de
resolver sus problemas, y además por ser comprador de elecciones no
deja el paso a otros gobernantes que tengan mejor disposición y
habilidad para atender las necesidades de la gente y resolver sus
problemas, la misma gente considera a la violencia como el único camino
que tiene para desplazar a esos gobernantes o partidos políticos.
También cabe la otra pregunta: ¿por qué las transformaciones y el
cambio pueden suceder de manera pacífica? También la respuesta puede
ser sencilla: cuando la fuerza de la sociedad organizada logra inhibir
la tentación de los gobernantes o partidos políticos de comprar votos,
y es capaz de decidir por otras opciones que manifiesten una esperanza
de cambio político, la transformación es pacífica.
Algunos han presagiado que “ya toca” cambio violento y lo promueven
como “derrumbe del sistema” para lo que consideran necesario impulsar
el prurito de “que las cosas están o vayan mal”; la sociedad hoy ya no
es la de principios de los siglos XIX o XX.
Sin embargo los gobernantes y los partidos políticos deben tener la
conciencia y la voluntad para modelar, en interacción con la sociedad,
la indispensable transformación de las instituciones políticas
mexicanas. Es necesario evaluar las instituciones para que respondan de
manera efectiva a las necesidades de la sociedad mexicana y resuelvan
sus problemas, medida que nos permitirá continuar en esta tercera
revolución mexicana de manera pacífica. n