Creo que una buena forma de empezar el diálogo al que somos convocados es preguntarse si la izquierda mexicana transita actualmente por el camino correcto. Y para evaluarlo tendríamos que voltear a ver el impacto real de nuestros esfuerzos en las condiciones de vida de los mexicanos.
Me parece que una fecha propicia para iniciar con la medición de
esta evaluación puede ser el movimiento de 1968. Sin desestimar los
eventos precedentes a esa fecha, creo que lo que llamamos “izquierda”
en México, y que data de antes de 1968, tiene más que ver con
movimientos de corte nacionalista que con proyectos consolidados de
emancipación política, económica, social y, especialmente, cultural.
No quiero suponer que todos los esfuerzos previos, individuales y
colectivos, académicos y políticos, de difusión y acción por una agenda
igualitaria y libertaria, no deban ser considerados como “de
izquierda”, pero sí creo que antes del ’68 no hubo nunca un proyecto
ideológico consistente de ese corte, y con vocación mayoritaria, que
impactara en la agenda pública.
En la década de los 60, sin embargo, hubo en los jóvenes expresiones
inéditas en la cultura política mexicana. Por ejemplo, un movimiento
nutrido de mexicanos se apropió de causas globales, en las que las
necesidades humanas se anteponían al origen y nacionalidad de los
problemas. También destacó la promoción de libertades que acotaran a
los poderes fácticos; nunca antes, como en ese momento, se había puesto
el énfasis en la destrucción de monopolios culturales, incluso por
encima del reclamo que urgía a un recambio en la clase dirigente.
Una buena parte de ese movimiento derivó en la posterior consecución
del registro para el Partido Comunista Mexicano, en 1979, que sin duda
confirmó un punto de inflexión en lo que hasta ese entonces había sido
un archipiélago de organizaciones políticas que actuaban en la
clandestinidad y con la incertidumbre de qué medios debían ser
utilizados para incidir en la vida pública. Se comenzó a agotar,
entonces, la disyuntiva entre la vertiente armada y electoral.
Perdonarán ustedes lo escueto del recuento histórico, pero la
dinámica propia del foro no permite abundar en más detalles. La
pregunta fundamental que me gustaría lanzar es si la realidad
socioeconómica, sociopolítica y sociocultural que vivimos hoy los
mexicanos es diametralmente distinta a la de hace 30 ó 40 años.
En el terreno económico, por ejemplo, debemos partir de que el
Producto per cápita en nuestro país ocupa, actualmente, el lugar 78
entre los más altos del mundo. Comparable, por ejemplo, al de Gabón,
Botswana y Libia; no estamos entre los primeros 100 países en cuanto a
la alfabetización de nuestra población, que es del 91%; nos superan
Perú, Malta y Bahamas; y en cuanto a la esperanza de vida, ocupamos la
casilla número 70 en el concierto mundial, con niveles similares a los
de Sri Lanka, las Antillas Holandesas y Santa Lucía.
Sé que muchos compañeros pensarán que las condiciones en las que se
encuentra el país son responsabilidad exclusiva de los gobiernos
“neoliberales” que hemos padecido en las últimas tres décadas. Lo
cierto es que no hay evidencia de que éste haya sido alguna vez un país
igualitario, o con altos niveles de bienestar generalizados. Y también,
que si bien los modelos de distribución de poder económico y político
han sido ejercidos en México por una oligarquía conservadora, la
izquierda mexicana ha alcanzado espacios de representación que le
obligarían a incidir con mayor fuerza en el rumbo de la nación.
Nada menos, en septiembre pasado, acaba de concluir una legislatura
en la que estuvimos representados con más de una tercera parte del
total de diputados federales en el país, y se encabezan, hoy en día,
gobiernos estatales en Michoacán, Guerrero, Zacatecas, Chiapas, el
Distrito Federal y Baja California Sur.
Y esa representación no ha sido útil, por ejemplo, para robustecer
la capacidad de inversión del Estado mexicano. Ni siquiera en temas
estratégicos desde el punto de vista ideológico, como la educación, la
seguridad social, o los programas asistenciales. Una recaudación de
apenas 10% del Producto Interno Bruto, un Gasto Público programable
inferior, en términos proporcionales, al de Honduras, y un Gasto de
Inversión del 4% del PIB, deben constituir, a todas luces, un hecho
vergonzoso para una fuerza progresista que tiene más de un cuarto de
siglo siendo parte del concierto parlamentario.
Aquí, de nuevo, aunque se pueda aducir que es de nuevo la derecha la
que ha impedido reformas profundas, saltan a la palestra nuestros
gobiernos locales, que, con excepción del Distrito Federal, han tenido
una actuación más bien discreta y mediocre como recaudadores. Y aunque
sea una verdad de Perogrullo, no está de más recordar que no hay
posibilidades de re-distribuir el ingreso y la riqueza sin que el
Estado cumpla con sus deberes impositivos mínimos.
Finalmente, me gustaría referirme a un asunto que no es menor, y que
sustentó el deseo de cambio en México, cuando menos, desde la fecha a
la que me he referido, que es el año de 1968. Me refiero a la cuestión
ética en el servicio público.
Y es que, cuando menos en la historia contemporánea de este país,
los grupos de ciudadanos que se agruparon alrededor de los partidos de
oposición lo hicieron más por un malestar moral que por una convicción
ideológica. No me refiero a las clases dirigentes de dichos partidos,
sino a los votantes, que veían en el PRD y en el PAN, principalmente,
la posibilidad de acabar con los excesos del régimen nacionalista
revolucionario que construyó el PRI, y que se fincaba en el
caudillismo, el clientelismo y el corporativismo como ejes
fundacionales.
Y es en ese terreno, quizás, en el que observo el mayor fracaso de
la izquierda mexicana. Nuestro acceso al poder público y a los espacios
de decisión no ha incidido en el agotamiento de los pilares del sistema
político mexicano.
Con dicha afirmación no quiero subestimar lo que han hecho, por
ejemplo, nuestros gobiernos en el Distrito Federal con programas
sociales agresivos y un re-planteamiento del espacio público. O los
resultados de los gobiernos de izquierda en Zacatecas, que han
arrojado, en la última década, un crecimiento anual de 3.5% en el PIB
per cápita y un incremento en los empleos formales de un 40%, comparado
con el 25% de Aguascalientes, o el 21% de la media nacional.
Pero tampoco podemos ignorar el hecho de que la percepción, fundada,
de la ciudadanía, es que los gobiernos de izquierda no han sido
significativamente distintos, en términos éticos, de los del PAN y el
PRI. Compra de votos, financiamiento de estructuras corporativas,
asignaciones discrecionales de contratos multimillonarios, nepotismo y
gastos suntuosos, han estado presentes en nuestro paso por el servicio
público.
Por ello, la idea que quiero traer a este foro es que la más
urgente, aunque no la más relevante en el largo plazo, reforma que
requiere la izquierda mexicana es una de tipo moral. Un cambio de
conciencias, que vuelva a sembrar la esperanza en el pueblo mexicano de
que es posible purificar la vida pública.
Y creo, que para lograr una reforma de esa naturaleza, no basta con
lo que a nivel interno, de cada una de las organizaciones de las que
formamos parte los aquí presentes, hagamos un esfuerzo de
concientización. Aunque esa ruta debe seguirse desarrollando.
*Ponencia presentada en el Foro “¿Hacia dónde debe ir la izquierda?”,
organizado por el Movimiento Nacional Aquí Estamos, delegación
Aguascalientes.