Desde nuestro comienzo como periódico, han sido varios los que se han preguntado el por qué del idilio con la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Incluso, algunos nos han recriminado lo que consideran una “desproporcionada” cobertura de la UAA, de las actividades que ahí se desarrollan y de las opiniones del rector Rafael Urzúa Macías sobre la vida pública aguascalentense.
El proceso de deslegitimación de la Universidad Pública en el mundo,
y particularmente en México y Aguascalientes, ha ocasionado este tipo
de resentimientos colectivos, como bien lo ha reseñado el sociólogo
portugués Boaventura de Sousa Santos en su célebre libro, “La
Universidad del Siglo XXI”.
Sin embargo, en el caso de México el problema se ha agravado ante la
incompetencia de la “clase política” (uso este término en su definición
original, la de Gaetano Mosca), que en este país opta por resolver la
agenda pública basada en dogmas y no con racionalidad.
Por ejemplo: los poderes Ejecutivo y Legislativo esgrimen como
pretexto que “en general”, en México, las universidades públicas han
subsidiado a grupos privilegiados y constituido aparatos burocráticos
que se comen el presupuesto. El liberal Carlos Elizondo Meyer-Serra se
ha referido, por ejemplo, al exceso de trabajadores con orientación
administrativa en la UNAM, que supera en casi un 70%, en términos
proporcionales, a los que tienen una orientación académica.
Lo que no queda muy claro es de qué forma los recortes permanentes a
las universidades públicas, en este caso a la UNAM, ayudarán a corregir
esos excesos que provocan ineficiencia. De hecho, las características
propias de los grupos de interés alrededor de las universidades
públicas y su hegemonía en los órganos directivos (juntas de gobierno,
consejos universitarios), seguramente propiciarán que los recortes
afecten el desarrollo de infraestructura o la generación de más
vacantes para estudiantes, antes que los privilegios y excesos de la
burocracia.
Y tampoco queda claro, si los recursos públicos son tan escasos, por
qué los mismos que recortan a las universidades a diestra y siniestra,
son los mismos que permiten, por citar un ejemplo, que las comisiones
de derechos humanos que existen en México sean más costosas que todas
las de América Latina juntas. ¿A beneficio de quién?
Si lo que se quisiera fuera tomar el toro por los cuernos, el
Gobierno Federal, los gobernadores y los Poderes Legislativos Federal y
Local, plantearían presupuestos a la alza para las universidades
públicas, condicionados a cambios en la forma en que son administradas,
a la ampliación de la matrícula y a la inversión en infraestructura y
tecnología. Tal y como funcionan los subsistemas de universidades
tecnológicas y politécnicas.
Pero el problema, en el fondo, es que quien gobierna tiene un
desprecio por la formación que se imparte en las universidades
públicas, “plagadas”, según el discurso dogmático, de jóvenes
estudiando “carreras sin futuro” y generando “desempleados”. Este tema
ya ha sido tratado en días pasados, también, por el rector Rafael
Urzúa, quien señaló: “Nosotros tenemos que formar profesionistas
capaces de todas las áreas del conocimiento, pero por sobre todas las
cosas buenos ciudadanos, no fantoches, jóvenes que sean ciudadanos de
corazón que dignifiquen el actuar de la sociedad”.
Tiene razón el rector. Y en su dicho radica otra de las razones
fundamentales por las que La Jornada Aguascalientes es y será siempre
un aliado de nuestra Universidad Autónoma. Por la simple razón de que
le debemos nuestra existencia.
Quizás esa deuda no se vea reflejada en publicidad, ni en otro tipo
de relaciones que suelen dictar las prioridades mediáticas. Pero, sin
duda, lo que la Universidad le aporta al periódico es extraordinario:
¿Cómo, sin la UAA, tendríamos a una reportera tan sensible como
Susana Rodríguez (egresada) construyendo una agenda periodística
respecto a las organizaciones civiles y el mundo de la cultura que no
tiene precedentes en Aguascalientes?
¿Cómo, sin la UAA, tendríamos a un reportero con un amplio bagaje de
cultura política, como Mauricio Navarro (egresado), que siempre
complementa la tradicional nota periodística con un más que aceptable
nivel de análisis político formal?
¿Cómo, sin la UAA, estaría con nosotros una profesionista tan
polivalente como Reyna Mora (egresada) que lo mismo ayudó a darle
viabilidad administrativa y organizacional al periódico, que hoy
destaca por sus investigaciones de salud pública?
¿Cómo, sin la UAA, tener a Jenny González (egresada), que todos los
días nos pone en aprietos para conformar la primera plana, gracias a la
relevancia de sus notas?
¿Cómo, sin la UAA, podríamos contar con Manuel Appendini (egresado),
capaz de construir una agenda periodística que pocos periódicos de
circulación local en el país tienen?
¿Cómo podríamos tener las opiniones de Enrique Rodríguez Varela,
Andrés Reyes, Genaro Zalpa o Rebeca Padilla, y tantos otros
universitarios que colaboran con este periódico? ¿Serían posibles
nuestros suplementos, como Autonomía, Péndulo 21 y Guardagujas?
¿Cuál es el valor de la Autónoma? En nuestro caso, entendemos que
los que quisieran prescindir del espíritu crítico de la Universidad,
también desearían prescindir de nosotros.