No sé si fue una especie de tributo a la aquella extraña “canción” del Álbum Blanco llamada “Revolución núm. 9”, donde John Lennon repite incansable number nine, number nine, number nine, el caso es que el pasado nueve de septiembre de 2009 (09-09-09), como lo había comentado en un artículo anterior, apareció la nueva colección de los discos de los Beatles, remasterizados. El cuarteto de Liverpool sigue muy vigente, a pesar de haberse disuelto hace casi cuarenta años. Para los derrotistas de la industria de la música que piensan que el CD está muerto y el futuro de la música le pertenece a iTunes (o a los tianguis), resulta que en Estados Unidos se vendieron un millón de álbumes de los Beatles en una semana, y a nivel internacional, 2.5 millones de ejemplares en quince días. La gente, resulta claro, está dispuesta a pagar por el bien tangible que es un CD (en oposición a bajar la música por la red o comprar un Verbatim lleno de mp3 en el tianguis) siempre y cuando le ofrezcan lo que los nuevos álbumes de los Beatles están ofreciendo: un artículo coleccionable, con buenas fotografías, con buenos textos, video y lo más importante, mejor sonido.
De acuerdo a la empresa Apple Corps. (la de los Beatles, no la de
Steve Jobs), el proceso de remasterización estuvo a cargo de varios
ingenieros de Abbey Road, el legendario estudio de grabación, y tomó
cuatro años. Se llevo a cabo –en palabras de la revista Rolling Stone–
con el cuidado que se restauraron los rollos del Mar Muerto. La
cuestión era asegurarse de que se aprovechara al máximo la nueva
tecnología, que ha avanzado a pasos agigantados, para restaurar la
calidad del sonido que se perdió al transferir la música a CD, pero
respetando en absoluto la integridad de la colección más reverenciada
en la historia de la música rock.
Respecto a los resultados, ha habido infinidad de comentarios en la
web, pero nada sustituye a la experiencia directa, por lo que me
dispuse a comprar, por tercera vez, la colección completa de los
Beatles (primero en vinil, luego en CD hace veinte años y ahora) para
descubrir en persona qué tanto de lo que dicen es cierto. ¿Qué esperar
de los remasterizados? ¿Es necesario comprarlos?
Primero, aclarar unos puntos. No he podido comprar todos los discos.
Mi salario se ha visto mermado por razones que no quiero discutir aquí,
y sólo he podido comprar dos álbumes: Abbey Road (1969) y el álbum
blanco (1968), dos de mis favoritos, así que esta columna debe tomarse
como una mirada parcial. En segundo lugar, la remasterización es una
cuestión muy sutil. El proceso no altera en absoluto la creación
artística de los ingenieros y productores originales, en el sentido en
que no se modifica el balance del estéreo, ni se hacen destacar más
unos instrumentos sobre otros (lo cual implicaría una remezcla o remix,
algo que nadie se atrevería hacer) ni se expande, recorta o agrega algo
a las piezas musicales, y mucho menos al disco tal como fue concebido.
A un escucha promedio, seguramente le van a sonar exactamente igual.
Remasterización no es tampoco ecualización en el sentido estricto de la
palabra (modificación de agudos, bajos y rangos medios), pero se acerca
un poco más a esa idea. La remasterización tiene que ver con el volumen
de la música, eliminación de ruidos y distorsión, claridad y definición
de voces e instrumentos; en menor medida, involucra la aplicación de
herramientas digitales a la grabación para darle un ambiente o
“espíritu”, por ejemplo, brillantez, saturación de sonido, profundidad
o, por el contrario, compresión, lo cual reduce la distancia entre el
sonido más débil (un carraspeo en el estudio de grabación) al más
fuerte (la guitarra eléctrica)… todo lo cual es muy difícil de explicar
en un artículo porque no hay nada como escuchar uno mismo y ver las
diferencias y los cambios emocionales que nos producen los nuevos
discos. ¿Cuál es el cambio? Si se me permite usar una comparación, es
algo parecido a comparar las portadas de Abbey Road edición CD 1987 y
la actual. La fotografía del nuevo CD, aunque es la misma, se ve más
nítida, colorida, llamativa y si se le observa con una lupa, se ven con
mejor detalle las expresiones de la cara o hasta el las placas del
famoso bocho que está estacionado: LMW 28IF (Linda McCartney weeps: 28
if… definitivamente tema de otro artículo). Lo mismo pasa con la
música. A primera impresión, se trata de lo mismo, pero poniendo con un
poco más atención, empieza a resultar obvio que en algunas canciones,
la guitarra del principio es más brillante y casi puede uno seguir la
reverberación de las cuerdas; las voces se escuchan más cerca de uno
(especialmente cuando se escucha con audífonos) y en general la banda
suena más integrada. El bajo y la batería en particular han ganado
presencia y es posible escuchar nuevos detalles que permanecían ocultos
(por ejemplo, el bajo en I will es en realidad la voz de McCartney). Es
como descorrer un velo a la música. En particular, Here comes the sun
resplandece por la perfección del nuevo sonido, perfectamente
sintonizada, tersa, brillante.
Una de las ganancias más obvias de los remasters tiene qué ver con
el volumen, en lo cual los ingenieros han hecho un trabajo admirable.
Sin caer en el truco fácil de empaquetarnos un disco que suene más
fuerte, es posible sin embargo moverle al botón del volumen sin que se
distorsione en absoluto la música; por el contrario, entre más fuerte,
más punch se escucha en la batería de Ringo y el bajo eléctrico de
Paul, a quien le descubrimos habilidades hasta ahora poco apreciadas.
El otro tema que se debate constantemente es el de las versiones en
monoaural versus las de estéreo. Estamos tan acostumbrados a escuchar
música en estéreo, con dos canales –algunos istrumentos a la izquierda,
otros a la derecha y unos en medio–, que casi nadie se acuerda que la
música comenzó ofreciéndose exclusivamente en mono, todo en un solo
canal, partiendo del hecho de que en los años 50 y 60, los radios y los
autos tenían una sola bocina. Entre los remasterizados, es posible
elegir entre versiones mono y estéreo. Tuve la oportunidad de escuchar
uno de los discos, Rubber soul, en su versión monoaural y es
definitivamente superior. La versión estéreo es francamente molesta,
con la batería de un lado y las voces de otro, lo cual hace una mezcla
anticuada que ocasiona que la música pierda potencia y contundencia,
además de que los Beatles mismos supervisaban cuidadosamente las
versiones en mono de sus discos y las de estéreo se ofrecían casi como
una curiosidad.
Un par de advertencias respecto a los remasterizados. Resulta inútil
intentar bajarlos de internet o meterlos a nuestro aparato de mp3 o
iPod. El mp3 es un formato compacto en el que se pierde casi el 90% de
la información respecto a un archivo Aiff (que es el que traen los CDs
comerciales), por lo que no alcanzaremos a distinguir prácticamente
nada nuevo. O sea, hay que comprar los discos. La otra advertencia, que
es un poco más difícil de cumplir, es que tampoco sirve escuchar los
álbumes en nuestra computadora o el estéreo del auto. Los discos están
hechos para escucharse en un buen aparato modular, que sea capaz de
extraer todos sus secretos. Es decir, para quienes no tenemos el
aparato de sonido que quisiéramos, valen la pena, por lo pronto, como
una inversión, tener las versiones definitivas de sus canciones hasta
el momento en que podamos hacerles justicia. Si alguien tiene un buen
estéreo y quiere invitarme a su casa a oír mis discos, le quedaré muy
agradecido.
Postdata. El legendario Bob Dylan acaba de sacar un álbum de
villancicos titulado Christmas in the heart. No se rían, de verdad vale
la pena comprarlo. No sólo se donarán todas las ganancias a una
importante obra de caridad, las versiones de Dylan, contra todas las
expectativas, son una maravilla. La voz aguardientosa, deteriorada y
pancreática del ícono resulta perfecta para los villancicos. Suena como
un Santa viejo y cariñoso.