Aguascalientes está mirando el futuro desde el retrovisor. O, de modo más exacto, por lo que estamos observando desde hace meses la clase política local, apremiada por el calendario electoral, está preparándose para el próximo año –digámoslo con un eufemismo- “conquistar la confianza ciudadana” no en base de lo que podría ser una propuesta política, económica y social de lo que podría ser el futuro posible de la entidad sino –digámoslo ahora con una figura automovilística- mirando el futuro desde el retrovisor.
Este hecho bien puede indicarnos, por un lado, que la clase política
local ha perdido el sentido de orientación en cuanto al rumbo que
podría tener el desarrollo de la entidad pero también, por el otro
lado, nos permite apreciar las grandes dificultades que “nuestra” clase
política tiene para abandonar sus viejos o recién adquiridos hábitos
corporativistas y autoritarios, para ir más allá de lo vetusto de su
retórica (una combinación muy poco afortunada de populismo llano con
modernización ñoña) o siquiera para advertir lo anacrónico de sus ideas
en relación a lo que es y puede ser el desarrollo de la entidad.
Los últimos once años de gobiernos estatales panistas y la
alternancia que se han dado en los diferentes municipios de 1995 a la
fecha no han significado para la entidad ni mejores gobiernos, ni
partidos políticos más comprometidos con la gente ni, con sus
excepciones, políticos más competentes y honestos. Si acaso, la
alternancia amplió relativamente la puerta de acceso al poder público
y, en esa medida, diversificó, también relativamente, el origen social
y el perfil ideológico de la clase política, pero ello no ha supuesto
ni el arribo de nuevas formas de entender la política ni, en
consecuencia, la aparición de nuevas formas de ejercerla.
En muchos sentidos la política, el gobernar, sea desde los dos
palacios o desde la cámara de representantes, sigue siendo lo que era
en los años de la pax priísta, con una diferencia sustancial: antes se
era más eficaz al menos desde las expectativas y normas sobre las que
se gobernaba. Hoy, bajo nuevas expectativas y bajos nuevas normas –las
que generó la alternancia – se ha perdido eficacia y no se renunció a
las viejas prácticas.
O, dicho de otro modo, ningún partido político en la entidad, pero
en especial el PRI y el PAN, ha estado a la altura de la transición
política que vive la entidad desde hace tres lustros y no parecen
capaces de descifrar los nuevos tiempos, o para decirlo con los
términos que suelen utilizar con una vaguedad cercana a lo paródico, no
han sido capaces de advertir y descifrar los nuevos desafíos y
oportunidades.
La paradoja gatopardiana – una transición política comandada por una
clase política renuente a cambiar – y la manifiesta disfuncionalidad
que ello genera – en particular por la parálisis social y económica en
que se encuentra la entidad- parecen evidentes desde hace tiempo pero
en estos días se han acentuado en mucho debido a la proximidad de las
elecciones estatales y municipales.
Y aquí y allá hay signos de que la mayoría de los aspirantes, sus
partidos y sus, hasta ahora, seguidores siguen esta suerte de inercia
de, como Alicia en el País de las Maravillas, correr y correr para
seguir en el mismo lugar con la convicción de que la mejor forma de ver
el futuro es por el retrovisor.
Dos ejemplos ilustran este hecho. El primero es que los liderazgos
del mañana pretenden sustentarse en los hábitos probados del pasado.
Bien visto, o mejor, vistos con malicia, la mayorías de la
precandidaturas –en especial las más prometedoras- se han forjado
recurriendo a algunas de las grandes rutinas políticas del pasado como
lo son, por mencionar sólo tres de las más evidentes, el clientismo, la
promoción amparada y financiada desde el poder ya establecido (una
vertiente del neo-caciquismo) y las ligas más o menos espurias, más o
menos veladas, con los medios de comunicación públicos y privados con
mayor influencia en la entidad.
En todo caso y en todos los casos se han puesto en operación
estrategias de formación de liderazgos políticos que, si bien no son
ilegítimas (hasta donde se puede ver), parecen ver al ciudadano de
muchas formas (como clientes, subordinados o cómplices) menos por lo
que son: “hombres libres en una sociedad libre”. Lo que hasta ahora
vemos son propuestas de liderazgo anclados más en los usos y costumbres
que como sociedad nos hicieron anhelar el cambio que en la idea y el
reto de crear aquellas usos y aquellas costumbres que sean inherentes
con el propósito de, como proclamara Havel, devolver a la gente su
gobierno.
Un segundo ejemplo radica no en lo que se está haciendo sino en lo
que no se está haciendo. En particular no se ésta confiando, de nuevo,
en la plaza pública, en la vida pública para identificar, debatir y
evaluar no sólo las oportunidades de desarrollo político, social y
económico tenemos como comunidad sino también la forma en que queremos
y debemos aprovecharlas, la forma en que ha de darse la distribución
social de costos y de beneficios, la forma con que queremos definir y
dinamizar las esferas de decisiones de las políticas públicas y las
maneras que le corresponde a la ciudadanía participar en ellas. Esto,
por cierto, no deviene exclusivamente como un imperativo irrenunciable
de la gobernabilidad democrática sino también, como ha mostrado de
manera por demás convincente Dani Rodrik, es una condición para forjar
una economía que sea, al mismo tiempo, equitativa y competitiva.
Sin embargo, lejos de sorprendernos con una convocatoria seria de
esta naturaleza lo que venimos escuchando una y otra vez es lo que ya
no queremos ni necesitamos oír: promesas tan vanas como pomposas,
autopromociones parasitarias de la más descarada vanidad,
descalificaciones del adversario nunca llevadas a sus últimas
consecuencias y, lo que es peor, versiones sobre nuestro posible futuro
como sociedad que anticiparían una prolongación de nuestra parálisis
actual.
Las semejanzas con las formas de hacer política que deseábamos ver
como parte del pasado siguen, entonces, vigentes. Y, si como dice
Bernard Crick, “uno de los grandes riesgos que corren los hombres
libres es aburrirse de las verdades establecidas”, pensemos cuanto más
aburre y fastidia ver el futuro desde el retrovisor.