Hemos estado viviendo la crónica diaria de la muerte anunciada del dólar desde el año 2006. La grave enfermedad que aqueja a la divisa norteamericana comenzó en 1973 cuando se desvinculó su valor del precio del oro. La libre emisión de dólares permitió a los Estados Unidos de América consolidar su política expansionista militar y económica en esta nueva modalidad de imperialismo monetario, sobre la cual va montado el paradigma del desarrollo neoliberal. Paradigma que ha llegado a su límite. Al igual que en abril pasado, durante la reunión del G20 realizada en Pittsburgh hace un mes, hubo de todo, menos acuerdos para poner fin a la crisis bancaria mundial.
El negocio de producir dólares a partir de cada vez más sofisticados sistemas, como el de derivados financieros, representa la columna vertebral de las economías de los integrantes del G-20. Éstos adquieren bienes y servicios reales del resto del mundo con monedas virtuales; simples asientos contables, dígitos electrónicos que se multiplican a velocidad creciente. Al día de hoy, esa capacidad de producir de la nada medios de pago, en particular dólares, ha saturado de tal forma a la economía mundial, que ya no alcanza a satisfacer las necesidades pantagruélicas del insaciable sistema financiero. De esta manera, una nueva crisis, posiblemente fatal y terminal, se cernirá sobre Wall Street entre finales de este mes de octubre y principios de noviembre de 2009.
La muerte del dólar provocará un profundo cambio del sistema financiero como lo conocemos. Se puede prever un efecto dominó sobre el resto de las monedas, en especial las de aquellos países, como México, que mantienen reservas en esa divisa y cotizan su moneda con respecto al dólar. El peor negocio en los próximos meses será el de acreedor y el mejor será el de propietario de bienes reales. El refugio en metales preciosos y la posesión de alimentos ofrecerá a algunos una tabla de salvamento durante la tormenta financiera. Pero será sólo temporal; el mundo estaría enfrentando un colapso económico de graves y profundas consecuencias si no existieran los nuevos esquemas de moneda social que ya han estado desarrollándose en varios países emergentes. Por tanto, la experiencia de moneda social es fundamental para el paso que el mundo tendrá que dar en poco tiempo.
Palma, Maracanã, Guará, en Brasil; Txaí, Lionza, en Venezuela, Tlaloc, Mexquite, Caxcán, en México. La lista con variados nombres se extiende a varios cientos de monedas sociales que circulan en pueblos y barrios de diversas ciudades. Creadas para fortalecer la economía de comunidades que de común acuerdo intercambian sus bienes y servicios, permiten ahorrar la moneda oficial que sirve para pagar por gasolina, luz eléctrica, bienes y servicios que se adquieren del resto de la economía nacional.
La moneda social, cuyo nombre se elige por voluntad popular a través de una asamblea del grupo que la emite, se utiliza como facilitador de intercambio, no es acumulativa, se reconoce como vale comercial – medida que evita infringir la ley que restringe la emisión de dinero sólo al Banco Central – y tiene vigencia por tiempo determinado. Su cotización generalmente es idéntica a la moneda oficial, pero incluso así, termina siendo más valorizada que ésta, ya que los comerciantes dan descuentos en las compras realizadas con ese dinero alternativo. Así explica, conforme a su experiencia, Joaquim de Melo, fundador y coordinador del Banco Palmas, ubicado en el Conjunto Palmeiras, barrio de la periferia de Fortaleza, capital de Ceará, estado ubicado en la región Nordeste de Brasil.
Los habitantes de Palmeiras pueden cambiar moneda oficial por la moneda social en el banco comunitario y usarla en cerca de 240 establecimientos comerciales de la región. El objetivo de la moneda social es hacer que el dinero circule dentro de la comunidad. La práctica aumenta las ventas y genera más empleos en esas regiones. Ya existe incluso el “Palmacard”, la tarjeta de crédito del banco comunitario.
El Banco Palmas fue fundado en 1998. Dos años después nació la moneda del mismo nombre: “Palma”. La experiencia comunitaria presentó resultados tan positivos que en 2005 se creó la Red Brasilera de Bancos Comunitarios y posteriormente el Instituto Banco Palmas. El Instituto ofrece cursos de capacitación y crédito financiero y también articula la creación de nuevos bancos en otros estados brasileros.
En general una moneda social es propiedad de la comunidad y está bajo su control. El control es de carácter social porque las personas que usan el dinero se conocen. La misma comunidad se beneficia con el lucro, a diferencia de lo que sucede en los bancos tradicionales donde el dinero de los clientes es usado para transacciones financieras para beneficio de los accionistas. El banco comunitario no sirve al mercado especulativo, sirve para generar riqueza local. Es democracia económica; es ejercicio pleno de ciudadanía económica.