Una de las modas más frecuentes de nuestro tiempo es la entrega de premios, reconocimientos y certificaciones. Estos referentes producen rostros de amargura o de felicidad. Hacen que empresarios, y ahora los políticos, estén al pendiente, atentos y preocupados por las cifras y los reconocimientos.
Esta novedad empresarial ha sido justificada para formar parte del círculo de la competitividad y ha convertido a la certificación en una necesidad de adoptar Sistemas de Calidad para que dichas organizaciones adquieran madurez, garantía, confianza y certidumbre.
Certificar es dominar las herramientas para mantenerse en un especie
de “top ten” de competitividad, que obliga a tener en mente estrategias
de operación inspiradas en cosas como Benchmarketing, Joint Ventura,
Justo a tiempo, las 5’s, outsourcing, reingeniería y seis sigma.
La moda se ha impuesto. Solamente en el 2006 había en México 30
empresas certificadoras legalmente registradas, que habían evaluado el
trabajo de 6 mil organismos, de los cuales los porcentajes más altos se
encontraban en el DF, Estado de México y Nuevo León, un saldo de
aceptación alto en crecimiento que ha pasado de 0 a 6000, pero también
limitado si se toma en cuenta que en ese momento solamente certificaban
9 de cada 1000 empresas existentes.
¿Qué es todo esto de los premios y certificaciones que encabeza la
Organización Internacional de Normalización?. Algunos dirán que estas
actitudes y sistemas de evaluación forman parte de la calidad de los
servicios, de la mejora continua que debe existir y en general de
círculos de calidad que exige la competencia.
No está mal la evaluación para ser buenos y sentirnos mejor. El
estado de ánimo de un grupo de trabajo siempre requiere de estímulos de
esta naturaleza. Pero tampoco está mal que tomemos en cuenta una mirada
crítica que ponga en claro los alcances y los límites de una empresa
sin importar los productos que elabora.
Lo que me parece preocupante es que pocas veces existen miradas
críticas sobre el tema. Por ejemplo, es importante tomar en cuenta que
muchas de estas actividades evalúan en papel, y que muy pocas veces
verifican en trabajo de campo lo que dicen los expedientes. También
pasa que se evalúa con una misma metodología actividades que son
cualitativamente diferentes y que suponen que todas las instituciones
trabajan con valores mercantiles, gerenciales u orientados a la
ganancia.
Últimamente se ha caído en la lógica de la simulación de resultados
con tal de mantener el nivel inicialmente mostrado, aunque se reporten
falsedades o verdades a medias. Esta limitante ha llevado a la
conclusión de que ser buenos equivale simplemente a parecer buenos.