es voy a hablar del mar. No de ese que hace algunos lustros hubo aquí en Aguascalientes, por increíble que parezca. Donde el amor se compraba a partir de diez pesos, y cuando ofrecías cinco te decían, con esos cinco vete a hacer una chaqueta.
Tampoco de ese mar proceloso, en que hoy vive el PRI, a querer o no, donde – la venganza es dulce- la hermosa criatura de Emabel Landín pudo decir de Isidoro como Isidoro dijo de ella: habló a título personal al referirse al senador Carlos Lozano. Están pagados, señores corredores, ¿no hay quien reclame?, abran las puertas…
Qué dirá de la sapiencia de su sobrina su tío, el Maestro Héctor
Hugo, convertido hoy, más que en real aspirante a gobernador, en
coordinador de aspirantes, con miras a ser el fiel de la balanza, y
bueno, después pasar la factura, como dice el más antiguo columnista de
prensa local a la hora de hacer cuentas: “¿que creían que era de a
gratis?”. Otro día hablaremos de su última campaña, de las cosas que no
le ayudaron a ganar, de sus enfermedades, del médico de Zedillo que
vino a atenderlo, del manejo de los medios por su hermano Lolo, de la
barbacoa de sus amigos de la Escuela Hermanos Escobar, otro día.
No, tampoco de ese mar hablaré.
El mar es mi debilidad. No se porqué, soy de pavimento, pero siempre
me gustó, quizá porque mi padre me enseñó a quererlo, en pescas
interminables en alta mar, del marling, del pez vela, de el dorado,
principalmente en Mazatlán y luego ya por mi cuenta en Vallarta, cuando
la emoción se sublima y ves los colores tornasoles en los peces que
saltan queriéndose desatar del anzuelo bien prendido en sus mandíbulas;
peces que poco después de subirlos a tu barco perderán su color
arcoiris para tomar uno grisáceo, negro, en forma definitiva, quien
sabe porqué.
Hablemos del mar en la poesía de Benítez Carrasco:
Mi barca, así, con sólo decir, mi barca,
Huele a marisma la fronda y sabe a sal la palabra.
O de Lorca:
Verde viento, verdes ramas,
El barco sobre la mar,
Y el caballo en la montaña.
Y en la música:
El mar y el cielo se ven igual de azules,
Y en la distancia parece que se unen,
Mejor es que recuerdes, que el cielo es siempre cielo,
Que nunca, nunca, nunca, el mar lo alcanzará.
Por último:
En el mar, la vida es más sabrosa…
Fui marino mercante. En la ruta Tampico – Progreso- Nuevo Orleans –
Hamburgo; Hamburgo – Roterdam, Volendam- El havre- Veracruz.
En la flota de Transportación Marítima Mexicana, que rentaba barcos ingleses con oficiales de Inglaterra y tripulación hindú.
Iba al mercado de Tampico a despedirme comiéndome un sabroso menudo,
y al regresar al puerto de Veracruz, lo que más recuerdo es su marimba,
sus portales y sus encurtidos.
No se requería de ninguna especialidad, sólo el deseo de surcar los
mares, no tener añoranza más allá de lo previsible, darte a entender en
inglés y obedecer las órdenes el capitán si querías ser enrolado en
nuevos viajes.
En mi caso, trabajé en buques de diez mil toneladas. Hoy día existen
cruceros turísticos con cerca de ciento cincuenta mil toneladas,
computarizados, en los que es casi imposible marearse pues utilizan un
sistema de alerones que despliegan a babor y estribor bajo el agua,
como alas de avión, para mantener la Los primeros tres días nos
mantenían echando la basura al mar; kilos de madera y papel, sobrantes
de los contenedores que se cargaban. Luego, a lavar la cubierta y las
paredes, de la perniciosa salina que todo corroe, y por último a pintar
los barandales del barco, también deteriorados por la sal; primero
había que quitar la pintura antigua con una espátula para que el hierro
quedara vivo, carcomido pero sin nada encima, y luego a embarrar con
pintura epóxica, color naranja.
Luego de esos primeros tres días, olvidadas las gaviotas aparecidas
hasta el día anterior, solo el mar, el cielo y el barco, componían
nuestro pequeño universo por quince días, o menos en el caso de
escalas. Ahí aprendí a conocer la majestuosidad de dios. Nadie podría
existir en esos días, pero el agua, las nubes y nuestro buque, sí.
Quizá sólo quien lo haya vivido lo puede comprender a cabalidad.
Y luego, si te portabas bien, como era mi caso, podía ingresar a dos
lugares que me apetecían sobre manera para estar en los ratos libres;
el cuarto de máquinas con sus poderosos ejes que salían del barco,
movidos por enormes pistones que hacían girar la hélice sin que el agua
penetrase al buque, y el puente o cuarto de mando, donde la noche se
apreciaba en su esplendidez y la de sus constelaciones, además, el
radar te enseñaba que no estabas solo; cada vez que la línea del centro
a afuera daba vueltas en la pantalla, multitud de puntitos te indicaban
la existencia desde otras embarcaciones, hasta obstáculos sin fin que
el barco esquivaba.
En invierno, el mar era una cosa, proceloso, sí, nos movía de proa a
popa, de popa a proa, bravo, pero en verano era calmo, cientos de peces
nos acompañaban a los costados en nuestra travesía; delfines, peces
voladores, y otras especies, una delicia, como delicia era,
ciertamente, el curry de los hindúes que se nos daba de comer, en uno
de los cuatro alimentos que al día nos proporcionaban.
Faltan palabras para describir la ensoñación del mar y sus confines.
Hoy, cuando lo extraño, recurro a mi caracola para escucharlo.
CAJA REGISTRADORA.- Nunca mejor empleado el título de esta
seccioncilla para referirse a la caja negra registradora que Felipe
Calderón acaba de enterrar como primera piedra en uno de los edificios
monumentales que se construirán con motivo del bicentenario. Se
guardaron ahí papeles, tal vez fotografías o recuerdos para que dentro
de muchos años, alguien las desentierre y capte nuestro convivir
actual. Pero quizá faltó encapsular ahí, algunos testimonios que
complementen nuestra descripción contemporánea, por ejemplo: una foto
de los millones de dólares incautados a Ye Gon, el discurso de Fox
defendiendo a nuestro emigrantes de trabajos “que ni los negros quieren
hacer”, el video del asesinato de Colosio, la grabación de la
conversación desde la cárcel de Raúl Salinas con su hermana, quejándose
de Carlos, el video de Bejarano recogiendo las ligas, la página del
libro de Ahumada donde relata cómo Rosario Robles se pone una banda
presidencial, la foto de Martha y Fox besándose frente a San Pedro, el
anuncio de Serra poniendo a flotar el peso, un 18 de diciembre de 1994,
la carta de De la Madrid hablando de su Alzheimer, el discurso de
Calderón comprometiéndose a bajar impuestos y crear empleos, la
estadística de narco asesinados en este sexenio, y las declaraciones de
Isidoro y Amabel “a título personal”.