Regresé a casa. Caminaba horas atrás, acompañada por futuros políticos, abogados, veterinarios, sociólogos, arquitectos, físicos, matemáticos, geógrafos, futuros empleados, desempleados, niños, señoras, pueblo; gente con similares características indignación, repudio, inteligencia, razón, lucha, rebeldía y dignidad.
Hice lo que no suelo hacer. Tomé un baño, el calor natural, el contacto físico, el gas lacrimógeno habían convertido por el resto del día mi cuerpo en algo extremadamente salado, pegajoso, con un olor característico del azufre. Demoré en la regadera, me gustaba el agua combinada con el sabor de mi cuerpo. Cerré la corriente del agua, pensaba en el día.
Para sorpresa mía, morbo y nada que hacer; decidí encender el
televisor; mi comida esperaba en la mesa, valor neto 1/2 kg; pensaba,
en qué dirían de lo acontecido en Tlatelolco, Bellas Artes, Zócalo, de
hoy por la tarde. No empezaban aún los noticieros, esperé con control
en mano, divagando entre canales, pensamientos y un análisis de mi hoy.
Comí, bebí; pensaba en que aparecería con López Doriga en el canal
de las estrellas, con Javier Alatorre en canal azteca; dos de los
monopolios creadores de la identidad mexicana, de la cultura
democrática del país, de la María que se vuelve rica, de la libertad de
la mujer, 40 y 20; de la información correcta, verdadera, precisa, de
la verdad objetiva. ¿Qué dirán? Rondaba en mi cabeza.
Cuando llegó el momento preciso moví mi mano, cambié el canal del
televisor dos veces; programando el control para no tener que marcar
nuevamente los números; cambiaba constantemente los dos canales
hegemónicos de la televisión abierta, no veía las noticias, esperaba la
nota de mi día.
Durante pocos segundos, que no conté, apareció en los dos canales
mi noticia; jóvenes estudiantes de la UNAM, IPN, UAM, anarquistas,
marchando en memoria del 2 de octubre, en conflicto con policías
federales frente a Bellas Artes.
Me perturbé un par de segundos, esa no era mi noticia, no era mi
día, no era mi hoy; era la noticia objetiva de ellos; yo estaba ahí,
nosotros, ustedes, ellos. Pueblo.
Recuerdo haber esperado al contingente de Geografía de la UNAM,
recuerdo haber gritado consignas, tomado manos, haber corrido,
quedándome sin aire, el gas lacrimógeno, que por primera vez entraba
por mi cuerpo quemando mi garganta, mi nariz, haciendo llorar mis
ojos; recuerdo haberle gritado a la policía que estudiaba para no estar
en sus zapatos, que aplaudía porque ¡el pinche gobierno se tiene que
morir!, haber nombrado a ¡Zapata! y la ¡lucha sigue!, recuerdo haber
invitado al pueblo a unirse a nuestra lucha, haber dicho
¡Calderón-culero!, recordaba que mis vellos en los brazos se erizaron
cuando comencé a marchar; esa noticia no tenía nada, de lo que había
vivido mi cuerpo.
Pero mi cerebro histórico, humano, indignado, ese, no aparecería
nunca en las pantallas de la televisión abierta. No aparecería mi
razón, mi justicia, mi verdadera identidad, mi memoria. No aparecería
que hace cuarenta y un años, cientos de ciudadanos, estudiantes,
profesionistas, mujeres, niños, hombres, ancianos; fueron masacrados en
la plaza de Tlatelolco.
2 octubre de 2009, México DF; la historia es similar, hay niños,
jóvenes, veteranos de lucha, sindicatos, estudiantes, anarquistas,
feministas, comunistas, heterosexuales, homosexuales, pueblo; se
recuerda a los muertos, a los presos políticos, a Chiapas, a Atenco, la
APPO, Guerrero, se le pide al gobierno programas educativos críticos,
libertad, autonomía, justicia para los muertos, desaparecidos y
encarcelados; reconocimiento a los pueblos indígenas, becas, educación
gratuita; se le pide al gobierno, lo que precisamente éste debería de
aportar al desarrollo de la población, lo que precisamente éste
debería de dar; porque la población “democráticamente” lo escogió para
transformar su situación y, no para que los mismos que tienen dinero en
este país, siguieran gozando de sus comodidades, mientras existen niños
trabajando en las calles, estudiantes sin poder acceder a una educación
científica y popular, mujeres golpeadas, asesinadas, desaparecidas,
violadas; hombres desaparecidos, secuestrados, asesinados,
encarcelados, mutilados; de manera que, un no, mientras exista un
Atenco, un Oaxaca, un Chiapas, un Guerrero, un Pasta de Conchos, padres
de una guardería con impotencia por la muerte de sus hijos, un pueblo
viviendo con cincuenta pesos diarios; un no, mientras exista un pueblo
indignado por la falta de apoyo, por cargar con las decisiones de una
clase política y económica insensible; un no, mientras siga existiendo
la impunidad; y un no, mientras no se pueda ser, hacer, hablar,
expresar, unirse, gritar, exigir…¡NO!.
Nada parecía real en el televisor, nada parecía objetivo, preciso,
congruente, nada de lo verdadero para los cientos de gentes congregadas
a la memoria del 2 de octubre, al ¡NO OLVIDO!
Decidí finalizar mi día. Tenía el televisor en no sé qué canal, mi
mente estaba agobiada de pensarnos; sólo recuerdo escuchar a un
comentarista de deportes decir “-2 de octubre, de hace cuatro años, no
se olvida-“; me dio una reseña del porqué ese día era tan importante e
inolvidable para los mexicanos, la sub-17 campeona mundial en futbol
era un evento tan histórico, hasta llegué a dudar por un par de
segundos porqué lo ignoraba; pero mi mente lo tenía presente y casi
de forma espontánea vino la imagen del 2 de octubre de hace cuatro
años; porque el 2 de octubre en la Ciudad de México, no se olvida
desde hace cuarenta y un años. Porque lo verdadero, el pueblo, está en
contra de seguir dentro de los olvidados.