Así, con melancolía tanguera, recordamos el miércoles 1º de febrero de 1956. Ribera de San Cosme esquina con Naranjo, tradicional colonia Santa María la Ribera.
Ese día nos conocimos todos, después de trasponer la señorial fachada de cantera labrada de la famosa casona del conde del Valle de Orizaba -histórico recinto de diversas instituciones educativas- más conocida como “Mascarones”, ubicada a dos cuadras del rincón bohemio “Las mulas de Siempre!” (pulquería donde José Pagés Llergo y equipo -en el que se encontraba mi paisano el gran cartonista Antonio Arias Bernal- rendían culto a Mayahuel mientras se “ahorcaban” mutua y fraternalmente).
Uno a uno fuimos cayendo en la secretaría -cuya ubicación nos indicaron nuestros futuros amigos los trabajadores manuales Panchito y Arnulfo- lo que propició las primeras presentaciones llenas de curiosidad: nombre y lugar de origen.
A partir de ese día estábamos bajo el cobijo de nuestra alma máter, la Universidad Nacional Autónoma de México. La entonces Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales era nuestro solar académico bajo la mesurada dirección de Raúl Carrancá y Trujillo.
Empezamos a conocer a nuestros maestros: el brillante, apasionado y polémico Alberto Escalona Ramos, el matemático Francisco Quiroz Cuarón, el peruano Roberto MacLean Estenós…
En 1957 fuimos los primeros alumnos de Pablo González Casanova -recién llegado de París- con quien nos iniciamos en la investigación sociológica de gabinete; del vitalicio agregado cultural francés Jean Sirol; de Ricardo Pozas Arciniega y la apasionante investigación de campo en Irolo; del agudo periodista Rubén Salazar Mallén…
Todo iba viento en popa; cada año nos tenía reservadas nuevas sorpresas, enfoques diferentes, maduración. En 1958 conocimos al formidable Guillermo Garcés Contreras, al docto Rodolfo Stavenhagen… Pablo González Casanova -ya en la dirección- organizó los primeros cursos de verano con expositores extraordinarios que conmovieron no sólo a nuestra comunidad, sino al país entero.
Pero también nos vimos inmersos de lleno y repentinamente en la política real, con el ¡basta ya! del movimiento sindical al cual nos unimos algunos sin pensarlo dos veces, viviendo fatigas, desvelos, lecciones emotivas y hasta heroicas; dando testimonio de la mano -increíblemente represiva- de don Adolfo Ruiz Cortines -el apacible- pero presenciando la sorprendente escena de unos granaderos despavoridos ahuyentados por el ejército -todavía popular- cuando aquellos pretendían entrar a saco en el edificio de Petróleos Mexicanos para capturar a los trabajadores huelguistas.
Conocimos la satisfacción del respaldo del pueblo, reflejado en las canastas llenas de víveres que se obtenían en los mercados y el dinero que recolectaban las brigadas de oradores -algunos todavía adolescentes- en las funciones que con grandes aplausos interrumpían en los teatros de revista para sostener el movimiento.
Pero también conocimos el sabor de los crasos errores cometidos por el fanatismo y la intransigencia, así como la traición de quienes, aparentando lealtad, se beneficiaron del río revuelto. Lecciones prácticas, crudas, en las que la teoría se somete a prueba y estimulan el despertar de un sexto sentido que fortalece la capacidad de análisis para penetrar en la médula de los problemas sociales.
Emotiva despedida con mariachis de aquél edificio en el que dejamos intensos recuerdos y llegada al “palomar” de Ciudad Universitaria. Otro paisaje, otras vivencias, pero la actividad creciente ante el término a su vez expectante de nuestra vida escolar.
Y aquél inolvidable ciclo de conferencias organizado a manera de despedida por nuestra generación, en el que destacaban los nombres de dos de los famosos “siete sabios”: Manuel Gómez Morín y Vicente Lombardo Toledano; la participación de este último provocó una verdadera conmoción, porque la cantidad de universitarios que llegaron de todas las facultades obligaron a desalojar el auditorio Lucio Mendieta y Núñez, exponiendo el Maestro durante tres horas su panorama de la Filosofía desde lo alto de la rampa, de pie ante una muchedumbre sentada en el pasto, bajo el cielo estrellado, en un respetuoso ambiente de academia griega recordado a propósito por él mismo.
Finalmente, nuestra generación culminó su vida académica en una sencilla pero profundamente significativa ceremonia en la que fue apadrinada por Lázaro Cárdenas del Río, en una histórica visita al campus universitario que mereció la presencia del rector Nabor Carrillo Flores.
El grupo de Diplomacia fue apadrinado a su vez por el eminente internacionalista Isidro Fabela.
Y todavía después de egresados, un laborioso equipo realizó -por propia iniciativa- la investigación de derecho diplomático comparado con la que se promovió la primera reforma a la Ley del Servicio Exterior Mexicano, con el apoyo del líder del Senado Manuel Moreno Sánchez, también maestro de la Escuela.
Claro que no sólo hubo estudio. Tuvimos de todo; y cuando el recuerdo nos cimbra, cantamos a coro, con gran entusiasmo, el himno a “Ciencias Políticas” compuesto por nuestro compañero Eduardo Cárdenas Larios.
Estas y otras más, a cincuenta años del egreso de nuestra orgullosamente pública Universidad Nacional Autónoma de México.