Al ver los resultados para Aguascalientes sobre la Evaluación Nacional del Logro Académico de Centros Escolares aplicada a estudiantes de bachillerato en el año 2009, se concluyó que tenemos un buen desempeño en matemáticas y uno bajo en comprensión de lectura.
El dato sobre la lectura me hizo pensar si vivimos en una ciudad y con una sociedad diseñada para leer y leer cosas buenas. Recordé que en general en México leemos menos de un libro por año y que, en contraste, cada vez hay más bibliotecas y programas oficiales de estímulo a la lectura.
En un breve y pasajero análisis recordé que en nuestra ciudad tenemos dos Ferias del Libro al año, una promovida por el ICA y otra más por parte de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Dos semanas al año con oferta y noticias de libros y 46 semanas sin una actividad complementaria.
Algunos dirán que no debe menospreciarse el trabajo de las bibliotecas estatales y municipales. Estos lugares sin duda alguna cumplen con un papel relevante que debe atenderse tanto por el volumen como por la calidad del servicio.
En la suma de aportaciones que ofrecen las ferias y bibliotecas descritas me queda la sensación de que falta algo para sentir que vivimos en una ciudad de lectores frecuentes y de calidad.
Los parques y jardines no tienen rincones de lectura. Tener bancas es muy cómodo, pero tener bancas para leer es otra cosa. Por ejemplo sería muy agradable que en algunos lugares del Jardín de San Marcos además de bancas que conocemos hubiera un lugar, relativamente aislado, con mesas individuales diseñadas para disfrutar la lectura.
Otro ejemplo. Nada pasaría que en algunos bares fuera obligatorio, quiero decir, reglamentario, que tuvieran libros para leer además del acceso a las bebidas espirituosas. Esto es factible porque ya sucede en algunos países. Tal vez sea una locura, pero una locura que no afecta a nadie. Finalmente las cantinas y bares no tienen que ser siempre sitios de algarabía y de consumo ilimitado de alcohol.
Un último ejemplo de lo que sería una Ciudad para leer consistiría en tener en algún lugar estratégico de la mancha urbana, una biblioteca Central claramente visible por su volumen, dimensiones e inclusive por su valor estético, como prueba contundente de que la clase política y la sociedad civil apreciamos el valor de la lectura.
Para entendernos mejor imagine usted, apreciable lector, que en algún lugar de la ciudad existe una biblioteca del tamaño del Estadio Victoria con áreas de consulta general, consulta especializada por grupos de edad o por temas de interés. Imagine que en ese conjunto enorme la biblioteca es el centro de un complejo de áreas para congresos y conferencias, museos del libro y sitios exquisitos para leer.
Si la gente que vive aquí y la que nos visita de fuera ve el estadio Victoria y sus características, concluirá en una lógica elemental que nos gusta el deporte y muy en especial que nos gusta el futbol. Si esas mismas personas observaran que tenemos un complejo arquitectónico de las mismas dimensiones, aunque con otras formas, dedicado a la lectura, seguramente concluirá que nos gusta vivir bien y que vivimos en una Ciudad para leer. Hoy, en la vida real, el contraste entre el estadio y nuestra mejor biblioteca es enorme.