Esta postal presenta una imagen en la Universidad Nacional de Colombia. Después de pasar por la bulliciosa entrada saturada de vendedores ambulantes y estudiantes, un amplio paso peatonal enmarcado por hermosos árboles conduce a la Plaza Che Guevara y al auditorio León de Greiff. Me sorprendió encontrar varios pupitres para alumnos en fila a lo largo del trayecto. En todos estaban escritos distintos letreros como “falso-positivo”, “asesinado”, “secuestrado”, “encarcelado”, “desaparecido”… Mi primera interpretación fue que era una representación organizada por alguno de los participantes del Encuentro del Instituto Hemisférico de Performance y Política de las Américas. Cada dos años esta organización académica, con sede en la Universidad de Nueva York, convoca a instituciones, académicos, artistas y activistas de las Américas para trabajar en la intersección entre la academia, la expresión artística y la política. El Instituto se define más que como un lugar, como una serie de prácticas interrelacionadas para estudiar y articular las diversas maneras en la cuales el “performance”, entendido como las prácticas del cuerpo, constituye un vehículo para la creación de significados y la trasmisión de valores culturales, memoria e identidad.
Las diversas actividades que se llevan a cabo durante los diez días del encuentro reflejan la riqueza de las Américas, en donde desde nuestras culturas prehispánicas hasta nuestros días, sus habitantes han sido maravillosos en el arte de representar a través de distintas manifestaciones su realidad. El Encuentro es un despliegue de conferencias, mesas redondas, talleres y grupos de trabajo interdisciplinarios en donde se discuten las problemáticas de las Américas y en paralelo a este quehacer académico se muestra el trabajo de artistas visuales, danza, música, documentales, instalaciones, teatro, intervenciones urbanas y performances.
Una de las conferencias magistrales que destacó durante el evento fue la Jesús Martín Barbero, reconocido académico colombiano, el cual planteó que existe una cuestión irresuelta tanto en el pensamiento como en la acción sobre cómo la política y la violencia se enlazan en la memoria y la historia de un pueblo. En Colombia existe un gran despliegue de imaginación y creatividad social en donde los ciudadanos encuentran maneras de representar y de expresar su dolor y la manera en la cual sobreviven a los traumas de la violencia. Las “artes de la memoria”, como las llama Martín Barbero son maneras en las cuales se vuelve una necesidad visibilizar el dolor ante otras prácticas contemporáneas que encuentran maneras de ocultarlo.
En Colombia destacan algunas prácticas artísticas que expresan el dolor de las mujeres, los inmigrantes, y los jóvenes. Como en varios países latinoamericanos la violencia hacia las mujeres es un grave problema. Uno de los performances que se ha venido realizando entre las calles de Bogotá es el de mujeres artistas que se maquillan para representar los rostros deformados de mujeres que han sido golpeadas, para transitar por las calles de la ciudad. Caminan entre la urbe para visibilizar la violencia hacia las mujeres, mirando a los ciudadanos y recordándoles que existen mujeres maltratadas. Un problema que se oculta y tiende a mantenerse recluido en el ámbito del hogar sale a la calle para ser mostrado en el espacio público. El caso de los jóvenes es otro ejemplo del dolor puesto en escena. En las universidades colombianas existen varios grupos de jóvenes que a través de manifestaciones artísticas como la pintura, la fotografía, la danza, el teatro o el performance ponen en escena las experiencias vividas por jóvenes que son un grupo de edad comúnmente atrapado entre la violencia de su país.
Sin embargo, no sólo los artistas realizan puestas en escena del dolor, sino que además son generadas por personas que viven estas situaciones en su vida cotidiana. Uno de estos ejemplos que ilustra la creatividad del ser humano para expresarse es el de los desplazados. Debido a la violencia en varias regiones del país, se provocan desplazamientos de personas que abandonan su hogar y su estilo de vida, llevando consigo prácticamente sólo su cuerpo. Por esta razón el cuerpo mismo se convierte en el lugar en el cual representar quiénes son y fijan su memoria cultural. Estos desplazados a pesar de encontrarse en situaciones extremas de marginación y de difícil subsistencia son capaces de una gran creatividad al tatuar su cuerpo y peinar su cabellos para recordar y mostrar su identidad.
Por otra parte, distintos grupos de jóvenes sufren la pérdida de amigos y buscan maneras de representarlo. En varios barrios populares de Bogotá los jóvenes se reúnen para generar representaciones y rituales en donde lloran a sus muertos. También son estudiantes comunes los que desean visibilizar las muertes de jóvenes inocentes. Los “falsos-positivos” son jóvenes colombianos que son secuestrados, asesinados y vestidos como guerrilleros para ser reclamados como bajas logradas por el ejército. Además, en este contexto de violencia, los jóvenes universitarios con actitudes críticas y deseos de participar políticamente se convierten en un grupo vulnerable.
Los pupitres no fueron colocados por participantes del evento, sino por los estudiantes, quienes desean hacer notar a aquellos que ya no podrán ocuparlos.