El mito es un supuesto cultural fabricado, cuyo contenido no corresponde efectivamente a lo sucedido a lo largo de la historia, sino más bien a una relectura de la historia desde un supuesto inicio mágico-divino de la humanidad, desde donde se urden los modos culturales contenidos en esta civilización. Es difícil hacer un análisis de cómo o cuándo perdimos la batalla las mujeres, cómo fuimos sometidas, cuándo fuimos narradas y colocadas en el ámbito cultural de estas lecturas míticas donde está instalada la idea de la superioridad masculina en contrapartida a nuestra inferioridad. Y desde ahí hasta hoy estamos sujetadas a la las ideas y supuestos que surgen de una cultura donde los prejuicios son leyes implícitas de bordes oscuros, difíciles de detectar; líneas de fuego intransitables en las que se dispara a quien quiera salirse del sistema para mantenerlo inerte y 'creyente' en sus costumbres e ideas.
Prejuicios acerca del amor, de la satanización de la soledad, ideas que sólo conllevan al control de la sexualidad y de los cuerpos que tristemente se basa en silencios, rumores y chantajes. Decía Baudelaire que el amor se parecía mucho a la tortura pues aunque ambos amantes estén prendados, uno de los dos estará más sereno y menos poseído que el otro, juego cruel en donde uno de ellos pierde el control de sí. Y Wilde decía que en el amor uno empieza engañándose a sí mismo y termina engañando a los demás; por su lado Gabriel García Márquez dice que el amor es un sentimiento que condena a dos desconocidos a una dependencia mezquina e insalubre.
Y es que el amor se ha usado para nombrar otras cosas, el amor platónico es eso y nada más. Decía Sor Juana que el amor era hielo abrasador y fuego helado, herida que duele y no se siente, un deseo de fusión en un principio que después termina en una dependencia feroz.
¿Se han preguntado por qué y cómo es que estructuramos nuestras relaciones dentro de la dinámica del dominio y sus ideas?, ¿de cómo proyectamos en el ser amado el poder mágico de darnos la felicidad, des-responsabilizándonos, de esta manera, de nuestra vida y de nuestra búsqueda de equilibrio y sabiduría? Esta especie de felicidad eterna y de varita mágica nos toca, sin la intervención de nuestra voluntad; luego, devienen las grandes decepciones, que resolvemos sacrificándonos por amor y alienándonos al mandato de una sociedad basada en familia la que nos debe brindar felicidad auque en la realidad para muchos es todo menos eso.
Y es que nos enseñaron a ponerle ese título a muchas situaciones conflictivas y neuróticas causantes de dolor, frustración y resentimiento. Le echamos la culpa a la pareja y queremos que cambie, a veces nos aliviamos pensando que tiene más defectos que nosotros y ‘tapamos’ el verdadero problema.
El amor se simboliza en el sistema de pareja y reproductivo, si y solo si, salirse ya es un acto reprochable, imposible; el amor se sitúa en el mundo del matrimonio- familia-consanguinidad con su proyección de fidelidad para toda la vida. Es una especie de corralito que atrapa de una u otra manera. De vez en cuando, aparece el deseo de libertad y de saltar las vallas. Viene la infidelidad, la culpa, el engaño, la decepción, la masacre que nunca debió de haber sucedido. La sociedad ha tratado de regular estos escapes a través del divorcio, pero sólo con la proyección de uno, dos o tres nuevos matrimonios, esta vez, eternos y con el futuro del cuidado del uno por el otro, donde se juega el concepto de vejez como desecho. Y así los matrimonios que traspasan cierta edad terminan cuidándose el uno al otro, pero con un cuaderno de cuentas pendientes, donde se aprovecha la debilidad del poder del varón para cobrarlas una a una. Y los que no lo lograron deambulan solos, buscando como muertos la vida que una vez creyeron tener.
Muchas personas insisten en cargar al otro con la responsabilidad de hacerle la vida y la felicidad y viven la fantasía de creer que si llega alguien que les ame, todo se resolverá. Pero eso no es amor y entonces ¿qué es?, ¿cómo nombrar a esas normas no escritas?, ¿fantasía, abuso de confianza, pereza?. Hay muchos nombres posibles. La forma de entender el amor está, consciente e inconscientemente, en el orden simbólico en el que vivimos, donde confiamos más en las creencias mágicas –divinas y naturales– que en la capacidad humana de comunicarnos, relacionarnos, entendernos, respetarnos y, luego, amarnos.
También existe un supuesto que dice que una persona solitaria es a medias, nunca completa. Ante esta perspectiva, la gente se queda aferrada a una pareja por el miedo de transitar por estas soledades, que expresan –para lo establecido– el sin sentido del vivir y en un sistema de exclusiva pareja, un ser solo, sin pareja establecida, empieza a ser un apartado, una extraño al que hay que borrar pues su sola presencia remite a lo que no se quiere ser o no se debe ser que es peor. Y las múltiples etiquetas son gratuitas dejando al solitario aún mas abandonado y sin muchas posibilidades de ser contenido y comprendido.
En realidad, no nos completamos en nadie. Ni nada nos quita esta dimensión única y maravillosa de ser completas/os y en sí mismas/os. Si esto no se descubre, siempre se estará corriendo detrás de alguien o de algo. Es el deseo de tener-poseer para completarse. Insisto, si esto no se descubre ni se rediseña, mal podremos organizarnos como individuos y sociedad con otros valores y deseos.
Y aún así a pesar de las exigencias sociales, se empieza despertar del mito amoroso anclado en el propio cuerpo y las cifras hablan. En los países desarrollados los hogares unipersonales tienen un gran peso relativo, 2 de cada 10 hogares son unipersonales; aunque en esos lugares se tiene elevados niveles de bienestar y las prestaciones sociales de la población son dignas. En nuestro país la situación cambia. Hay sólo un 6.3 por ciento de hogares unipersonales; es decir, apenas un millón cuatrocientas tres mil personas [contra los 97,483,412 millones que somos (49,891,159 de mujeres y 47,592,253 de hombres)], en este territorio. Menos de la mitad de las personas solas (636 mil) tienen acceso a los servicios del Sistema Nacional de Salud y la mayoría de los que no tienen servicios son ancianos. De 1990 a 2000 el número de personas solas se duplicó, lo cual incidió en todos los grupos de edad, destacando un elevado incremento de los hombres de 35 a 55 años de edad y me pregunto ¿serán ellos los que ya no se enamoran o más bien les han dejado de amar?, ¿se esta empezando a pensar en otra forma de vivir que no sea bajo el mandato del amor? Cualquier respuesta será mera especulación, sólo sé que esta desbandada busca con las palabras, abrir nuevos horizontes perforando con su luz, la noche que a veces nos oscurece la existencia.