Vecindad de la Alameda: pepenadores, ancianos olvidados e indígenas sus principales habitantes - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Olvidadas o escondidas, las pocas vecindades que quedan en Aguascalientes pasan desapercibidas. Desde la calle a veces sus zaguanes nos invitan  a mirar que hay más allá de ese pasillo,  pero la cotidianeidad nos absorbe y evadimos que dentro de esas paredes existe pobreza y marginación.

Una de ellas es la ubicada en la calle Alameda, a unos pasos del templo de La Purísima, de las más antiguas de la ciudad, que no obstante su evidente deterioro sigue en pie. La construcción llama la atención desde su fachada, un edificio de dos pisos, dos patios y una gran escalera central, alrededor de la cual se distribuyen más de veinte cuartos.

Al paso de las generaciones su historia se ha ido diluyendo; Joaquina Ríos Esqueda,  una de sus dos propietarias, tiene pocos recuerdos, ella la heredó de su suegro, quien seguramente la adquirió de su primer dueño, adaptando como vecindad lo que en su origen, hace más de un siglo fue un hotel.

Por esta vecindad de La Purísima, cuenta la señora Joaquina, antes pasaban prostitutas y drogadictos, que aprovechaban su acceso trasero por la calle de Refugio Reyes para introducir clientes y amigos, generando un ambiente de inseguridad para el resto de los inquilinos y convirtiéndose en un refugio de malvivientes.

Ahora los habitantes suelen ser vendedores ambulantes, limpia parabrisas, pepenadores de desperdicios en los mercados y de basura, familias sin oportunidades, ancianos olvidados e indígenas que abandonaron sus tierras “porque prefieren pedir dinero”.

La vida en su interior mantiene casi intactas las formas de convivencia tradicionales en este tipo de habitaciones. En el patio central se ve a los niños jugar, entre los tendederos de ropa, a los hombres cargando bultos, a las señoras acarreando agua para lavar o para bañar a sus hijos y hasta las ancianas que a pesar del peso de los años conservan fuerzas suficientes para seguir buscando día a día su sustento. La música de un cuarto es la música de la vecindad, donde la privacidad está marcada por cortinas de tela que por las mañanas hacen las veces de puerta; el agua escasea, quien la necesita debe juntarla antes de las diez de la mañana. No faltan los conflictos, aunque los vecinos prefieren evadirlos cuando se les cuestiona, recordando a cambio las fiestas que en ocasiones especiales los unen.

Contrario a lo que podría pensarse, los inquilinos cumplen puntualmente con el pago de 350 pesos de renta mensual, que les dan derecho a ocupar un cuarto de alrededor de 30 metros cuadrados, dos baños comunes y lavaderos.

Sólo algunos de los cuartos tienen camas, estufa  y refrigerador; el mobiliario generalmente se limita a una mesa, loza para comer y unos pocos adornos, -posters y cuadros religiosos- que conviven con herramientas y objetos de trabajo, que en algunos casos es la basura y los desperdicios que se pepenan para su venta como forma de sobrevivencia.



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