Hace un cuarto de siglo, Carlos Salinas de Gortari descalificaba toda expresión socio-política que no compartiera su visión personal y de grupo, ignorando su existencia. Y es que, comprometido con el llamado “Consenso de Washington”, condicionó el futuro de México a la decisión de los centros corporativos y financieros globales que ponen y quitan gobernantes en todo el mundo.
El veloz desmantelamiento del obeso aparato gubernamental a inicios del sexenio, repercutió en positivos resultados en las cuentas públicas, a tal grado que los corifeos del régimen proclamaron el milagro mexicano. Con los ingresos extraordinarios que percibió ese régimen por la venta de empresas, fideicomisos y demás organismos creados durante varios sexenios anteriores, se ganó la rápida aprobación del sector empresarial al eliminar el enorme déficit gubernamental que tanto había sido criticado en los anteriores gobiernos “populistas”. Sin embargo, creó un sistema paralelo de beneficios “en solidaridad” para mitigar los desequilibrios sociales que con el esquema económico adoptado se generarían.
Apalancados por el poder del dinero, entramos en una globalización sesgada hacia el privilegio del capital. Dejamos de producir alimentos a cambio de vender barato nuestro trabajo y recursos naturales. Dejamos de lado la formación de líderes emprendedores, de creadores de nuevas tecnologías propias, a cambio de producir mano de obra dúctil y dócil. Renunciamos al manejo ético y responsable de nuestros ahorros para dárselos a administrar a la depredadora banca multinacional. Permitimos que nuestros hijos fuesen educados por los vacuos contenidos de la televisión monopolizadora tanto de las noticias, como de la moda y los valores fundamentales.
Repudiamos al gobierno rector y aplaudimos al gobierno ausente, omiso y gestor de migajas para los excluidos del sistema. Enajenamos nuestra conciencia respecto a la gestión responsable y sustentable de nuestra tierra, nuestras aguas, flora y fauna, al convertirlas en mercancía a cambio de los preciados dólares. La meta de acumular la preciada divisa se convirtió en el imperativo categórico de la política económica de los gobiernos desde hace un cuarto de siglo.
Tal vez nosotros lo permitimos. Estuvimos tan a gusto sintiéndonos parte del primer mundo según lo promovía la comunicación oficial, que tampoco vimos ni oímos algunas voces diciendo: ¡Defendamos nuestra soberanía alimentaria! Pero se modificó el artículo 27 constitucional para permitir la explotación intensiva a base de pesticidas y fertilizantes químicos y grandes plantaciones de monocultivos. Se legisló por orden superior a favor de los intereses de empresas como Monsanto y se impusieron en todos los programas gubernamentales los sistemas de cultivo por contrato condicionado a uso de semilla genéticamente modificada de patente extranjera.
¡Desarrollemos fuentes alternas de energía! Pero entramos al modelo que privilegia al cártel petrolero y nos estamos dejando manipular hacia los biocombustibles, que a cambio de mantener andando la maquinaria de depredación, provocó escasez encareciendo las tortillas. ¡Desarrollemos nuestra propia industria y tecnología! Pero se desmantela la planta productiva para entregarla a la maquila de productos extranjeros, pagando por marcas, diseños y regalías que otros, muy ajenos a nosotros, controlan. ¡Desarrollemos un modelo educativo que forme seres humanos conscientes y responsables! Pero permitimos la instrucción manipulada y manipuladora donde la productividad y competitividad económica es la única motivación de estudio… Ni vieron ni oyeron.
En la contabilidad del país, sólo cuatro elementos integran la producción nacional: el gasto público, la inversión privada, las exportaciones y el consumo. Sólo si éstos crecen, el PIB crece. En los regímenes federales panistas se sostuvo el modelo económico depredador, pero se desmanteló la red social construida por Salinas. Ya no se distribuye el gasto público por esas vías que históricamente representaron la sangre del sistema. El gasto en obra nunca ha tenido ese impacto social aunque sí para el enriquecimiento de unos cuantos. Aunado a ello, al reducirse el presupuesto federal del ramo 33 a los municipios, las posibilidades de reactivar la economía por la vía del gasto público quedaron prácticamente anuladas.
El sector privado no cuenta con los recursos necesarios para la reactivación, si no es reduciendo cuotas patronales e impuestos. La economía norteamericana, principal destino de nuestras exportaciones, invierte en el sector salud y en el social, los cuales no compran a México. El trabajo escasea, el poder adquisitivo ya no retroalimenta vía consumo a la economía; 73 millones de personas percibirán menos de lo que requieren para una vida digna. La viabilidad del país está en estos momentos seriamente comprometida. La inseguridad pública y la descomposición política que enfrentamos alimentan el polvorín social.
En la 10ª edición de la Feria Anual de Productores y Consumidores del pasado fin de semana en Dolores Hidalgo, más de seiscientos participantes de las redes de Economía Solidaria manifestaron: El país no aguanta más. Sólo mutando, cambiando radicalmente el sistema económico, podremos tener un futuro viable. ¿Así o más claro?