Hablar es un privilegio y el que no lo hace en verdad no vive. Y qué lengua hablamos es también otro privilegio. La comunidad hispanohablante la conforman 438 millones de personas, de las cuales 399 millones tienen el español como lengua nativa, según el Atlas de la lengua española en el mundo y Economía del español, siendo la tercera lengua más hablada del mundo, después del chino y el inglés. Interesantes cifra ¿verdad? pero que hay detrás las palabras, ¿habrá colores?, ¿habrá intenciones invisibles a primera vista?, quiza una revisada pueda aclarar un poco el panorama.
El lenguaje es un medio fundamental para estructurarnos culturalmente y para volvernos seres sociales. Pero el lenguaje no es tan solo un instrumento que utilizamos a voluntad, también lo introyectamos inconscientemente, es más, el uso de lenguaje precede o coincide en la formación y organización del inconsciente; en otras palabras, el lenguaje, es requisito del inconsciente.
Por eso, cualquier comprensión del inconsciente exige la comprensión del lenguaje .Con el lenguaje simbolizamos y entendemos el mundo y nuestro mundo se construye dentro de un “marco binario” blanco-negro, arriba-abajo, mismo con el que se construye también el “género” o el cómo se aprende a ser y comportarse como hombre o mujer y es entonces que se hace necesario romper el marco binario del lenguaje para dar paso a un lenguaje no sexista.
Las lenguas son sistemas de comunicación creados por los seres humanos a su imagen y semejanza; por ello, en sociedades en las que se establece una diferencia social entre los sexos, existen divergencias estructurales y de uso entra la manera de hablar de las mujeres y la de los varones, y la lengua creada por pueblos así caracterizados recoge y transmite una manera distinta de ver a unas y a otros. El lenguaje es una forma de representarnos el mundo y tiene un doble poder, el de reproductor y transformador de la realidad. Por lo tanto, la aplicación del enfoque de género al uso sexista puede ser una buena opción para proponer transformaciones más igualitarias para una nueva forma de ver la realidad humana.
¿Y por qué sucede esto?. Los investigadores dicen que en la vida cotidiana, sin darnos cuenta, dedicamos más atención a los varones (pues el sistema social es patriarcal y no matriarcado) y esto se refleja en el lenguaje. Por ejemplo, (citando ya a un clásico estudio realizado en 1987 por Andreé Michel en Perú), se encontró que del total de palabras emitidas por personal docente, un 60% se dirigió a estudiantes varones y un 40% se dirigió a estudiantes mujeres, y en los libros de texto, en todos los casos predominaron imágenes masculinas (que son otra forma de lenguaje). «Incluso en las carreras feminizadas, esto es, en las que son mayoría las estudiante/as, se detecta –por muy tenue que sea- una actitud más positiva hacia los alumnos que hacia las alumnas, tanto si el profesor es varón como si es mujer».
El lenguaje puede transformar la realidad, si deseamos una sociedad más igualitaria, debemos empezar por el lenguaje. Observar con mayor detenimiento las palabras orales y escritas que usamos. En este sentido, a la vanguardia y uniéndose a la lucha contra la discriminación, el Parlamento Europeo, en un intento por acabar con el lenguaje sexista, ha hecho público un manual de estilo y uso de la lengua -de las 22 lenguas oficiales en las que trabaja la Eurocámara- que pretende acabar con la discriminación de la mujer en los textos oficiales de los eurodiputados y funcionarios de la institución multinacional.
El manual consideró las sugerencias del grupo de funcionarios de Alto Nivel sobre Igualdad de Género y Diversidad, quienes quieren que se trate escrupulosamente por igual a hombres y mujeres porque el lenguaje puede ser «discriminatorio, degradante e implicar que uno de los sexos es superior al otro». Entre otras recomendaciones, pide que se acabe con apelaciones genéricas como «los andaluces» -o «los argentinos»- porque al ser una palabra masculina deja afuera a las mujeres. Y recomienda que se hable siempre de, en esos casos, «pueblo andaluz» o «pueblo argentino».
Otros ejemplos: el manual aconseja usar «personas que ejercen la medicina»;
y que construcciones imperativas como «el candidato debe enviar su currículum a la dirección indicada» se cambien por otras como «envíe su currículum a la dirección indicada» y en vez de «los jueces dicten sentencia» se deberá aplicar expresiones del tipo «se dictará sentencia judicial» o «los derechos del niño» serán «los derechos de la infancia» y un «hombre de negocios» pasará a ser «la gente de negocios».
Es decir redactar usando expresiones genéricas o neutrales del género masculino»
y que se busquen «alternativas neutrales e inclusivas genuinas en lugar de expresiones que se presten a controversia».
Claro que en los países que van un paso atrás de los europeos como el nuestro, puede objetar que hay otras cuestiones más urgentes que resolver como la violencia machista, la trata de blancas, la desigualdad salarial, entre otras; por eso retomo las palabras de Mabel Burín, directora del Programa de Género y Subjetividad de UCES, quien opina que: «La discriminación por cuestión de género es una batalla en el plano simbólico. Para muchos cambiar el uso de palabras, parecerá una estupidez e intentarán ridiculizarlo, pero hay que pensar que las palabras no son neutras, tienen sexo y así, el mundo, está designado en masculino. Invito a que -pensemos en 'el hombre' como raza humana- ya que de no decirlo así, las mujeres nos quedamos afuera: somos las 'no dichas'».
Así que esta desbanda parece concluir en que sí hay colores en las palabras y retomando cifras, ojalá que la comunidad hispanohablante o al menos los 399 millones que tienen el español como lengua nativa, puedan empezar a usar sólo palabras blancas y no rosas o azules.