Estulticia: Génesis de la simulación - LJA Aguascalientes
23/11/2024

scribir mal no le hace daño a nadie, todos los días en alguna parte del mundo alguien se enfrenta a la hoja en blanco y descubre que no tiene nada que decir y, por tanto, aunque sepa manejar las herramientas del lenguaje, su discurso será hueco, banal, incapaz de alcanzar al lector, por más que se esfuerce en la diatriba incendiaria o la provocación. Acaso sufra un poco ese imaginario escritor y a pesar de no tener el talento o la disciplina, lo siga intentando, sus textos seguirán acumulando polvo en algún cajón, a menos que en un acto de necedad, se empeñe en publicarlos. Escribir mal y publicar, tampoco le hace daño a nadie, el mercado de novedades se compone de un alto porcentaje de libros que, a pesar de su vacuidad, ocupan un lugar en los estantes y se cuelan a la lista de los más vendidos, que es a lo que apuestan las editoriales privadas con su extensa oferta de libros de auto ayuda, monjes zen, misterios históricos o suspense aderezado con el apellido de algún artista famoso en el título. 

Más allá del proverbial: planta un árbol, ten un hijo y escribe un libro, debe haber otra explicación para el deseo insano de ver su nombre en la carátula de un libro, anhelo que algunos pagan carísimo, como los guanabís que caen en las garras de estafadores que prometen amplios tirajes, distribución efectiva y buenas ediciones; como lo hace, en Aguascalientes, la “editorial” Torre Oscura, negocio de Emanuel Durán, quien esquilma a los ganosos cobrándoles por “libros” que destacan por su fealdad, sin ningún respeto para el autor, llenos de faltas de ortografía, sin cuidado alguno en la edición, pero es un negocio privado y el que es buey hasta la yunta lame, basta un poco de sentido común para notar las deficiencias del señor Durán, su falta de preparación como editor, por no hablar de su cuestionable calidad como escritor, mientras Casa Terán lo cobije, seguirá atrayendo clientes a través de su taller “independiente”. 

Sin embargo, escribir mal y publicar usufructuando los recursos públicos sí que hace daño, ese no es un negocio privado, ese es nuestro dinero, editar un libro así es un delito, no sólo contra la literatura, pero nadie se queja porque es otro de esos pequeños actos de corrupción que parecen no hacer daño a nadie, a fin de cuentas, para los gobiernos, la cultura es la hija loca, a la que sólo se le saca provecho para el relumbrón, lo que deja a la literatura en un pésimo lugar, pues de ella no se obtienen cifras apantallantes para los informes anuales. 

Por la facilidad de usufructuar los recursos públicos mediante la publicación de un libro es que sufrimos diversas clases de simuladores: políticos a los que en sus horas libres se les ocurren bonitas rimas, maestros que juntan sus entrevistas y articulitos para sumar puntos en el tabulador, docentes que ponen a chambear a sus alumnos para luego vender su investigación, o bien, los mamotretos a todo color y en papel couché que sirven para adornar las mesas de centro y llevan títulos como La grandeza nobiliaria de la Hacienda Pérez en el municipio de Tependácuaro. 

También simuladores quienes emplean las editoriales de gobierno (una y otra vez: recursos públicos) para legitimarse, obtener vía un libro la categoría de intelectual con el propósito de hacer carrera dentro de la administración pública, acumular publicaciones en el currículo para demostrar que el nombramiento tiene sentido, para apantallar a los incautos que seleccionan a los encargados de alguna secretaría con el criterio de los head hunters que sólo ven la cantidad y no la calidad: “mira, éste tiene siete libros, ha de saber bien mucho de esas cosas de la cultura”. 

En Aguascalientes sobran ejemplos, basta repasar el catálogo estatal de publicaciones, esos libros se distinguen porque no cumplen con la política editorial, rompen las reglas, como los libros más recientes de Caleb Olvera: Eroginia sagrada y Génesis de la indignación, el primero de ellos de teatro (eso dice en la portada), en el que se aseguran cosas como: “Es más fácil leer a Hegel y encontrarle sentido, que mirarte desnudo y tratar de comprender tus cicatrices”, o bien que las metáforas que componen el texto son “un poco como la pornografía, que una vez que te expones suficientemente a ella, luego no puedes quitártela del cerebro”, además de culpar a “las potencias superpoéticas” de impulsar la escritura de un libro dedicado a “todos aquellos que en vez de alma tienen un gato en llamas”. Más allá de lo risible del libro, alguien tendría que explicar cómo es que fue publicado por el Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias (PACMYC), qué criterios cumple para que el Estado pagara su edición y por qué no les alcanzó para un corrector de estilo o agregar el ISBN. 

Quizá es como Génesis de la indignación, al que amparan los logotipos del Instituto Cultural de Aguascalientes y la recién estrenada Universidad de las Artes, sólo que (¡gatunas potencias superpoéticas!) ninguna de esas instituciones tuvo nada que ver con la publicación. Al Doctor Olvera se le ocurrió hacer una edición de autor para regalarla a sus cuates y para que se viera bonita, decidió ponerle los logos, ¿cuál es el problema?, ¿alguien dirá algo por el uso indebido? Así las cosas, el próximo libro de Caleb aparecerá bajo el sello de Éditions Gallimard, Penguin Books o Harvard University Press, el que le parezca más bonito, total si los del ICA no se quejan, es que no puede ser tan malo. 

Ante estos libros piratas será el silencio, la cultura es cosa menor, nadie pierde nada con este acto de simulación y por el contrario, se legitima como intelectual a quien, sin rubor alguno, establece que sus obras “cumplen una función pedagógica y contraen moralejas. Una educación que las vuelve superpotencias y contraescénicas, las vuelve doblemente contranaturales”. Qué más da que sea con engaños como se forje la carrera y el prestigio, gana la estulticia.



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Edilberto Aldán
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Director editorial de La Jornada Aguascalientes
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