onocí a Felipe Calderón por televisión, hace varios años. El era presidente nacional de PAN y defendía en ese entonces un triunfo de su partido obtenido en Puebla. Lo tengo muy presente porque la parte del discurso que le oí, y la gesticulación con que lo hizo, me parecieron, sin conocerlo, incendiarios; él hablaba descompuesto, como energúmeno, fuera de sí.
Pero quien si lo conocía a fondo, y se le ha tenido como su padre putativo, sin que Calderón desmienta el imaginario parentesco, fue el ideólogo panista Carlos Castillo Peraza, ex presidente de su partido.
La revista Etcétera, (ww.etcetera.com.mx) lectura invaluable desde hace muchos años, de incomprensible escasa circulación, publicó el pasado día 22, una carta que Castillo dirige a Calderón y que, a mi juicio, no tiene desperdicio como referencia para analizar la personalidad de nuestro presidente, quien, entre la pérdida de la mayoría camaral, la impugnada imposición de Nava como sucesor de Germán, el respaldo de Fox a Ruffo, la ubicación de la refinería, y una economía desquebrajada, junto con, por supuesto, el combate al narco, usa de los atributos de su personalidad. Usted juzgará si hace caso a los consejos de Castillo Peraza. He aquí su texto:
“México, DF, 8 de mayo de 1996.
Querido Felipe:
Para mí es mucho más sencillo expresarme por escrito. Por eso lo haré así, poco antes de ausentarme por unos 22 días, lo que nos dará al uno y al otro tiempo para pensar en lo escrito y en lo -espero- leído.
Me preocupó sobremanera un par de expresiones utilizadas por ti durante nuestra más reciente conversación en tu oficina provisional. La primera fue: “Si no me meto, no me hacen caso”; la segunda: “No he encontrado mi alter ego”.
Creo que las realidades que expresan esas dos frases tuyas están emparentadas. Trataré de explicarme, comenzando por la segunda.
¿Por qué no encuentra un jefe a ese alter ego? Creo que porque, para que haya un “otro yo”, varios “otro yo”, el jefe debe hacerle saber y sentir a sus subalternos que, en efecto, son “yo”, es decir; darles toda su confianza. El subalterno debe saber que el jefe depende totalmente de él porque lo considera capaz de hacer las cosas bien, tal como el jefe mismo las haría. Debe saber que el jefe pone en sus manos su nombre, su fama, su prestigio, su capacidad e incluso su liderazgo. Debe sentir que lo que él hace lo está haciendo el jefe, y que el jefe responderá por él si se equivoca. Debe sentir que en lo que su jefe le encomienda el jefe es él, esto es, el alter de ese ego. Pero esto implica que el jefe deje su ego en ese alter. Y que lo deje en serio: en lo que se le encarga, el alter tiene que estar seguro de que él es “el perro de adelante”; y que el jefe no se pondrá ni antes ni al lado de él, sino detrás; que el jefe lo seguirá en lo que le puso en las manos; que leerá lo que le encomendó escribirle; que se sentará donde decida el alter al que le encomendó diseñar el presidium; que sólo cuando el subalterno le diga que “esto debe resolverlo usted”, debe tomar el asunto en sus manos de jefe, etc.
Nadie se sentirá tu “otro yo” si le revisas todo, si le sospechas todo, si le desconfías, si acabas haciendo las cosas tú. Así nunca encontrarás todos los alter ego que hoy necesita un presidente del PAN. Y te ahogará el trabajo. Y sabrás todo, pero no presidirás. Y tendrás a tu gente en el temor, en la disciplina pero no en el entusiasmo ni en la creatividad. Y… tendrás que meterte en todo para que te hagan caso, porque tú no les haces caso a tus subalternos, y ellos saben que no cuentan, que tienen que esperar a que tú decidas, que les vas a cambiar las órdenes sobre la marcha, que no los consideras responsables.
Tu naturaleza, tu temperamento es ser desconfiado hasta de tu sombra. Si te dejas llevar por ése, entonces no te asustes de no contar ni con tu sombra: ella misma se dará cuenta que es sombra, pero que no es tuya; será sombra para sí, no contigo, no tuya. Dile al perro de adelante de cada uno de los trineos de tu flotilla que él es el único que ve un horizonte distinto. Tú tendrás así la mirada de todos los horizontes; no tendrás que verle las patas a todos, ni las correas a todos: serás el Can Mayor, vigía de todos los horizontes y patrón de todos los trineos. Presidirás: estarás sentado arriba. Desde allí, vigila y exige con suavidad; carga sobre ti los errores de ellos. Acertarás con ellos. El riesgo es que todas las fallas se te carguen a ti. La oportunidad es que los aciertos serán todos tuyos. Pero con este proceder, lograrás que tus subalternos serán tuyos contigo: no envidiarán tus medallas porque las sabrán de ellos; no te cargarán sus tropiezos porque los sabrán suyos. Serán uno. Crecerá el partido con el crecimiento de sus dirigentes. Serás su líder, la cabeza del cuerpo que sabrán y sentirán suyo; te sabrán su cabeza. Y esto es importante porque nadie te niega que eres cabeza y que tienes cabeza. Yo menos que nadie.
Diles qué quieres y para cuándo. No les digas ni te metas en el cómo y confía; corre el riesgo de confiar. Puedes hacerlo, porque en torno de ti no hay gente de mala voluntad y tampoco retrasados mentales. Sólo personas que tienen derecho a la oportunidad de ser ellas, de pensar por sí mismas, de correr el riesgo de equivocarse, de agradecer la oportunidad de acertar. Estoy seguro de que acertarán más veces de lo que imaginas. “A los hijos dice un refrán japonés hay que darles sólo dos cosas: raíces y alas”. Gibrán añade: “Nuestros hijos son flechas, nosotros somos arqueros. Nuestra responsabilidad es darles la tensión de la buena madera y la buena cuerda y el buen músculo, no hacerles el vuelo”.
Perdona la intromisión. Un abrazo. Me voy con mi hijo mayor a Alemania. Voy a darle la última entrega de raíces, antes de que parta a volar con sus alas en octubre, cuando cumplirá dieciocho años. Espero tensar bien la cuerda por vez postrera, antes de soltarla para que parta esa amada flecha, ya sola en pos de su propia trayectoria y en busca de su propio blanco.
Hasta pronto, Jefe.
Carlos Castillo Peraza.”