Independientemente de los resultados que se oficialicen durante los próximos días después de los cómputos distritales, o dentro de las próximas semanas si es que hubiera recursos de impugnación que resolver por parte de las autoridades jurisdiccionales en materia electoral, los resultados inmediatos están a la vista de todos, incluyendo a la clase política, a diversos factores de poder como los grupos empresariales y, evidentemente, a la vista de los ciudadanos en general.
Nuestro estado no es una ínsula, claro está, y vive una época dramática en cuanto a la disminución de la calidad de vida, situación que comparte con la mayor parte del país. No obstante, argumentos falaces como el que encontramos con cierta regularidad cuando nos dicen que “las crisis vinieron de fuera”, que “el clima de inseguridad es compartido y los malosos también vienen de fuera”, o el intentar la evasión de la realidad convenciéndose de que “lo que se deshizo en setenta años no se puede arreglar en diez o doce”, todo eso es sólo mentira y en ocasiones ingenuo o perverso auto-engaño.
La tragedia de nuestro tiempo es que la realidad es mucho más compleja de lo que quisiéramos, que los problemas rebasan con creces las soluciones simples que proponen los políticos, de la forma en que lo hacen por lo menos desde hace más de un siglo en que surgieron los partidos políticos parecidos a los que hoy conocemos.
Ante esta situación, se han planteado diversas respuestas. Una de ellas es la que se refiere a la democracia deliberativa. Se dice que los demócratas deliberativos no dan por sentadas las preferencias de los ciudadanos, sino que intentan crear las formas de conocer las opiniones sobre problemas comunes. Se trata de establecer un proceso deliberativo cuya estructura siente las bases de “una expectativa de resultados racionalmente aceptables” (Habermas, Between facts and norms, 1996). Dicho proceso puede diseñarse como un amplio conjunto de esferas públicas en las que se tienen en cuenta las opiniones y se llega a juicios colectivos, mediante una deliberación imparcial, en donde ser imparcial significa estar abierto, razonar, y valorar todos los puntos de vista antes de decidir lo que es correcto o justo; las decisiones políticas que cumplen las normas de imparcialidad son aquellas que pueden defenderse ante todos los grupos afectados y partidos si han participado en pie de igualdad en el debate público (David Held, Modelos de democracia, 2008).
Si concediéramos que ésta es una forma de tomar decisiones en sociedades complejas como la nuestra, podríamos responder de forma más o menos clara que no ha existido deliberación imparcial en la mayoría de las decisiones de gobierno. En Aguascalientes no es posible dar por buenos argumentos como los que señalaba en un principio, porque no existe una igualdad de condiciones entre los grupos y partidos afectados por las acciones estatales. ¿Dónde se presentó el debate acerca de decisiones tales como el gasto en obra pública? ¿Dónde el referente a los montos destinados a salud, a educación, a cultura o desarrollo social? ¿Quiénes han participado en la toma de decisiones de obras absurdas como centros de convenciones, como instalaciones feriales “bonitas” pero inútiles, tan solo por mencionar dos de las varias conocidas? Han sido medidas unilaterales, arbitrarias, producto del delirio por el abuso de poder de un gobernador incapaz de enfrentar con responsabilidad, madurez, pero sobre todo con el mínimo sentido de realidad los problemas y necesidades sociales.
Más allá del debate en el que se enfrascarán los distintos liderazgos en los próximos días, intentando asumirse fortalecidos porque tal o cual aliado haya obtenido las diputaciones federales en juego, o debido a que éste o aquel rival fue derrotado, lo que existe es el arranque del proceso de renovación del poder ejecutivo estatal, de las presidencias municipales y del Congreso local. Estaremos ante un período en el que el debate acerca del voto nulo, el blanco o la abstención no tendrán la relevancia que tuvo en las últimas semanas. Sin embargo, la posibilidad de recuperar niveles de vida que hasta hace unos años imperaban en Aguascalientes, sólo será posible si las opciones reales de cambio convocan a los amplios sectores afrentados por doce años de gobiernos panistas. Ante el desgaste e inoperancia de opciones distintas, el priísmo local debe considerar que no será fácil derrotar al aparato de gobierno federal y estatal todavía vigente. Si asumen erróneamente que 2010 será un día de campo, la equivocación será enorme y las consecuencias no las vivirán sólo ellos en forma de la perdida de cargos, sino que estaríamos ante una sociedad agraviada y gobernada por la continuidad del mal gobierno. La opción de alternancia está claramente representada por el PRI, y será una opción ganadora si convoca a una coalición amplia que incluya a la mayoría de los partidos políticos, incluida a la izquierda local, pero sobre todo a los ciudadanos en sentido extenso, para que comience a experimentarse, ahora sí, una forma de espacio público en el que la deliberación imparcial esté presente, en donde los en ocasiones pequeños líderes no se embriaguen ante la posibilidad de obtener el poder, y, en cambio, se permitan comenzar a ensayar algo inédito: ser demócratas.
Solo así la probable alternancia no estará hueca, mediante la discusión del futuro en igualdad de condiciones entre la mayoría de los aguascalentenses, mediante una coalición política acordada de frente al ciudadano, mediante la negativa de firmar los electores cheques en blanco tan solo porque algo ya nos cansó. El 2010 ya llegó y habrá que ver que hacemos en él