Mediante el contrabando de opio a China, España aplicó una variante del envilecimiento de los pueblos de otras naciones que acababa de inventar en América, para saquear su economía.
El caso es que atraídas por las rápidas utilidades obtenidas con esa estrategia, en los albores del siglo XVII llegaron competidoras inesperadas que superaron en tácticas a la corona española: las sofisticadas “Compañías de las Indias Orientales”, organizadas por cuenta y riesgo de comerciantes europeos de los países nórdicos con la protección legal (“cartas reales”) de sus respectivos monarcas, que debilitados por las continuas guerras no contaban con fuerzas efectivas. De esas “cartas reales” va a surgir el siniestro “proteccionismo”.
Estas compañías son herederas de las guildas de la Edad Media (como la exitosa “Liga Hanseática”, federación de gremios de comerciantes que se organizó en forma de logia masónica cinco siglos antes en la cuenca del mar Báltico) y precursoras de las grandes corporaciones capitalistas modernas.
Tenían una visión mercantilista monopólica disfrazada de inocente actividad comercial, mediante la cual sumaban privilegios, militarizaban y adueñaban progresivamente de territorios, hasta actuar como un estado dentro de los estados que les daban cobijo, de los cuales finalmente tomaban posesión formal o informal. Novedosa modalidad de rapiña internacional forjadora del moderno imperialismo colonial, que terminará por trasladar en el siglo XVII “…el eje de la economía de la Europa del Sur a la Europa del Norte.”
La primera empresa de esta índole que llega a Oriente es la VOC (Verenigde Oostindische Compagnie) para nosotros “Compañía Holandesa de las Indias Orientales”, que no sólo desplazó a Portugal -país que había dominado el mercado de especias durante el siglo XVI- sino que se apropió de una gran parte de la zona productora a la que integró en una colonia: las Indias Orientales Neerlandesas (actual Indonesia).
“En su cenit en 1669, la VOC es la compañía más rica de la historia del mundo: cuenta con 150 buques comerciales, 50.000 empleados, un ejército de 10.000 hombres, una marina de 40 barcos de guerra.”
Luego llegó la “Compañía Británica de las Indias Orientales” que, al derrotar a los portugueses en 1612 se ganaron la simpatía del emperador Mogol de La India y, una vez apoderados de este país, lo utilizaron para introducir opio con tabaco para venderlo de contrabando en China, con el que pagaban el té y las artesanías, de acuerdo con la práctica impuesta por España y continuada por Holanda, competidores a los que desplazó progresivamente.
Desde principios del siglo XVIII el emperador chino pretendió establecer medidas para contrarrestar el incremento expansivo de la opiomanía, pero no pudo evitar que los británicos multiplicaran su criminal comercio.
(Entonces España decide crear sus propias compañías, pero el sistema no logra consolidarse debido al siglo que le llevan de ventaja las nórdicas, a la derrota que en 1805 impone Inglaterra en Trafalgar a la fuerza naval conjunta hispano-francesa, y a la independencia de sus colonias en América, viéndose obligada a abdicar de su calidad de último imperio francamente feudal pero primero global, en favor de Gran Bretaña.)
En 1813 la corona británica empieza a tomar posesión -como gobierno- de las colonias orientales hasta entonces controladas “comercialmente” por su “compañía”, cuyo poder, todavía a mediados del siglo XIX llegó a ser tal, que “una quinta parte de la población mundial estaba bajo su autoridad” gracias, entre otras cosas, al arma secreta del opio.