Dijimos que en 1860 se aísla el alcaloide de la hoja de coca en un laboratorio europeo imponiéndosele el nombre de cocaína, sustancia que hace una gran aportación a la medicina al utilizarse por primera vez como anestésico local en 1884.
Lamentablemente su uso ya se había viciado casi desde su origen, al utilizarse como ingrediente en refrescos, tónicos y elíxires, de los cuales el más exitoso fue Coca Cola.
Su primer antecedente aparece en 1863: la cocawine, bebida elaborada en Francia a base de alcohol y cocaína y registrada por Ángelo Mariani como “Vin Mariani”, quien la vendía como un tónico de maravillosas cualidades curativas al que, según se decía, fueron entusiastas aficionados los papas Pío X y León XIII, al grado de que su imagen se utilizaba en la publicidad del producto.
Copiando la idea de Mariani, el farmacéutico estadounidense John Pemberton “desarrolló un cocktail… [que] denominó: Pemberton French Wine Coca” que adquirió popularidad inmediata; pero debido a la primera ley de prohibición en Georgia, en 1886 Frank Robinson substituyó el alcohol por almíbar agregándole nuez de kola (estimulante que contiene cafeína) pero conservó el extracto de hojas de coca equivalente a 250 miligramos de cocaína por litro de refresco, razón por la cual queda el nombre definitivo como Coca Cola.
Fiscalización de la cocaína
Aparte de este uso, la cocaína tiene amplia difusión en sus formas más peligrosas (aspirada, fumada e inyectada) fomentadas durante la primera y la segunda guerras “mundiales” y potenciadas cuando los gobiernos la convirtieron en una mercancía apetecible para el contrabando al restringir su libre comercio internacional mediante la “Convención única sobre estupefacientes” de 1961, llegando a considerarse “la droga de los años ochenta y noventa por su gran popularidad y uso durante esas décadas.” Popularidad a la que contribuyó también la adicción promovida por los grandes ídolos del rock.
Ninguna legislación internacional ha prohibido tajantemente el uso no médico o “recreativo” de las drogas por razones de salud pública, ni establece medidas preventivas eficaces; su propósito se enfoca básicamente a la inútil represión del comercio ilegal, es decir, del que no paga impuestos.
La injustamente castigada
La ignorancia o mala intención de los firmantes de la Convención internacional de 1961 llegó a tal grado, que no solo pretendieron reprimir el uso de la cocaína, sino también criminalizar el cultivo de su materia prima, la hoja de coca (lo que equivaldría a prohibir la venta de uvas y destruir los viñedos para acabar con la producción de vino) castigando así a los pueblos consumidores de hojas de coca y no a los que aislaron el alcaloide, que son los que lo consumen.
En cambio, “la empresa Stepan Chemicals de Chicago, Illinois” utiliza 115 toneladas anuales de hojas de coca “…adquiridas legalmente con permiso del Departamento de Justicia de EEUU a Perú” para la producción de Coca Cola.
Por otra parte, debe quedar claro que el consumidor de hojas de coca no es cocainómano; el promedio diario de hojas masticadas es de 30 gramos por persona; en cambio, para producir los 10 gramos de cocaína que consume al día un adicto se necesitan 4 kilogramos de hojas. Además, la producción de cocaína requiere de un proceso químico complejo y costoso a realizarse en un laboratorio que el campesino no posee.
Bolivia está luchando por eliminar esa torpe medida contraria a la cultura indígena y lo conseguirá. n
Aguascalientes, México, América Latina
Nota: La última droga de la serie será el opio, para terminar con las conclusiones.