“¡Justicia presidente, queremos justicia!” fue el grito de reclamo que desprendió una de las dolientes del Raúl Olvera Medina, mientras el cortejo fúnebre depositaba sus restos en lo que será su última morada en el panteón, Jardines del Tiempo. 18:10 horas. Arribó el cuerpo del comandante Raúl Overa Medina, caído el jueves 30 julio afuera de su domicilio. El sepelio fue encabezado por el presidente municipal Gabriel Arellano Espinosa, Adrian Ventura Dávila, secretario del ayuntamiento y Manuel García Salcido, secretario de Seguridad pública municipal, así como elementos de diversas corporaciones. 18:15 horas. Uno de los miembros del grupo de reacción y alerta inmediata, que encabezaba el comandante Olvera, compartió una semblanza de su vida, además de la promesa de continuar con la tarea que él desempeñó durante más de 15 años al servicio de la sociedad; “continuaremos con la misión de servir y proteger, no nos doblegaremos ni amedrentaremos, nuestra respuesta será contundente, quien decida ofender a la sociedad con sus conductas delictivas, quien decida agraviarla, se topará con todas nuestras fuerzas”. 18:20 horas. Los subordinados del Raúl Olvera realizaron el último pase de lista, mientras los llantos y lamentos de los deudos se acrecentaban. Los uniformados gritaron el nombre del comandante en tres ocasiones, todos respondiendo al unísono –¡presente!-, al tiempo que la guardia de honor disparó sus rifles y se hicieron sonar las torretas de los elementos motorizados. 18:35 horas. Los oficiales que escoltaban el féretro retiraron la bandera tricolor y la entregaron al alcalde capitalino, que a su vez la cedió a la familia mientras el sonido de la banda de guerra inundó el lugar. 18:45 horas. “¡Papá, ya no voy a ver mi papá!” exclamó una de las hijas, cuando el ataúd fue colocado en la fosa en la que sería enterrado. Llantos, rabia, e impotencia era lo que expresaban los rostros y lágrimas de familiares y amigos cercanos. 19.00 horas. Las exequias finalizaron con un minuto de silencio, en el que se respiraba un ambiente de tristeza y desconsuelo. Después del silencio, se escuchó el llanto de sirenas que los uniformados hicieron sonar por última vez antes de retirarse. En el lugar sólo permaneció la familia despidiendo a un hijo, padre y hermano, muerto a manos de la delincuencia, y del o de los homicidas… nada.