El PRI y el TRI - LJA Aguascalientes
22/11/2024

El domingo pasado el PRI obtuvo los votos suficientes para ser la primera minoría en el congreso y se posicionó para aspirar a recuperar la presidencia de la república cuando llegue el momento. Ese mismo día, cuando ya la mayor parte de las casillas receptoras de votos se habían cerrado, el tri le ganó a Nicaragua  2-0 y echó a andar sus aspiraciones para ganar la copa de oro y, en su momento, lograr el pase al mundial de Sudáfrica.

En una de mis colaboraciones anteriores para La Jornada Aguascalientes escribí que no he logrado entender las razones que alientan a los fans del futbol a seguir tan apasionadamente a sus equipos favoritos, o a la selección de su país, cuando los equipos o las selecciones ni son escuadras ganadoras ni brindan un buen espectáculo. Saben que la mayoría de las veces van a terminar decepcionados de cada encuentro, pero no dejan de seguir al equipo de sus amores.

Hace ya muchos años conocí a una señora, priista de corazón, de una colonia popular. Solamente platiqué con ella en una ocasión y me quedé con ganas de hacerle muchas preguntas para lograr entender su partidismo. De lo que me dijo saqué en claro que era una priista incondicional, dispuesta a trabajar en lo que se le pidiera para hacer proselitismo por su partido, sin importarle el cansancio, el tiempo invertido, el descuido de su familia y hasta los pleitos que de vez en cuando tenía que enfrentar con quienes no compartían su pasión por el partido. Nunca aspiró a ser tomada en cuenta para ningún puesto de elección popular, ni para alguna chambita que le redituara un poco de dinero, ni siquiera para ocupar un lugar en los recintos en los que se llevaban a cabo los eventos políticos del PRI, los desayunos, las comidas o las cenas. Siempre se conformó con la torta que, si bien les iba, les repartían a los asistentes a los mítines. No se quejaba, era priista y ya. Y me imagino que ha de haber seguidores de los otros partidos políticos que comparten la misma pasión.

Tanto en los equipos de fútbol como en los partidos hay dos extremos cuya relación es indispensable para que el juego o la política existan, pero que están muy alejados entre sí: las cúpulas y los seguidores. Se sabe que en la cúpula los equipos de fútbol son sobre todo un negocio, y se sospecha con fundamento que los partidos también. Se sabe que los sueldos de los jugadores y de los políticos son no solamente elevados, sino desproporcionados con respecto al trabajo que hacen, más que nada porque juegan o actúan en la política sin profesionalismo, con un desgano como si no les pagaran. Con una diferencia, a los políticos les pagamos con nuestros impuestos, a los jugadores y los dueños de los equipos con los negocios de la publicidad.

Ni los equipos tienen en cuenta a sus seguidores ni los partidos a sus votantes, sino cuando se trata de asistir a un partido, comprar las camisetas,  o acudir a las urnas. Entonces prometen todo. Y luego no cumplen, pero eso no obsta para que, llegada la ocasión, vuelvan a prometer lo que sea, aun lo que está fuera de sus posibilidades.

Después de las elecciones y después del partido, dos tipos de mesas de análisis se disputaron el favor de los televidentes: las de los noticieros de las televisoras en las que los expertos disertaron sobre los resultados de las elecciones, y las de los programas deportivos en las que otros expertos expusieron sus opiniones sobre el desempeño de la selección. No tengo datos pero me atrevo a suponer que fue más alta la audiencia de éstos últimos.

Vuelvo a confesar que no entiendo cómo se puede dedicar tanto tiempo, dinero y esfuerzo al análisis de los partidos de futbol, y que no he sido capaz, hasta ahora, de presenciar uno completo. Los análisis de las elecciones sí, quizá porque ocurren más espaciados en el tiempo. Y debo también decir que me llama la atención que de vez en cuando algún analista, o algún jugador o político descubran lo elemental: en el futbol, se trata sobre todo de jugar bien al futbol; en la política, se trata de contribuir al bien de nuestro país, de todos los habitantes de nuestro país.

Lástima que, en ambos casos, los hechos desmientan a las palabras.



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