Las elecciones electorales son como un arca de Noé donde algunos se sienten salvados por las urnas salvavidas y otros se ahogan en la falta de los votos y en las olas del olvido. Cada partido hizo su tablita de salvación, unos de hierro oxidado por sus conflictos internos, otros de piedras envueltas en oropel que escondían el desempleo y la inseguridad, otros parece que traen tramposas vejigas históricas y otros se subieron al arca con mentiras de medicinas, educación y promesas con olor a muerte.
Los partidos se evalúan a sí mismos en términos de la pesca de presidencias municipales, gubernaturas, diputaciones. Las expresiones de su forma de verse en el espejo son lacrimógenas, complacientes o cínicas: algunos lloran su frustración de hacer negocios de poder y buscan a quién crucificar para expiar sus culpas y encontrar la redención; el voto nulo, la desigualdad en los recursos, las campañas de los enemigos y la compra del voto son el favorito de sus rencores. Correrán sudor de bilis y lágrimas de sangre suficientes para expulsar los pecados del cuerpo y volver a encaramarse en la siguiente contienda electoral. Para los ganadores, su triunfo es concebido como algo natural, una situación obvia que tarde o temprano habría que pasar, como el péndulo que regresa a su posición anterior una vez que toca el otro extremo. Los demás llamarán a la venganza que la unidad les otorgará para vencer las simientes del mal que están derramadas en el país.
Ningún aroma nuevo en el olor a pescadores de curules. Los partidos miden su desempeño en función de la capacidad de sus redes para atrapar cargos de elección popular. No hay gestos sobre su moralidad en campaña, las políticas públicas o las fuerzas que se necesitarán para ejercer lo que en teoría la sociedad delega en ellos. ¿Qué más da? Los dados ya están echados y la suerte decidida. Dejar espacios para la duda o para el fortalecimiento de sus proyectos programáticos sólo debilitaría la conformación de los cuadros que se instalarán alrededor de cada puesto ganado. En todo caso, habría que ir pensando ya en las presidenciales, eso sí se antoja y hace salivar sus instintos políticos.
Una estricta evaluación de los partidos políticos debería incluir la revisión de aquellos resultados que son directamente imputables a su participación y no a la gestión gubernamental esperada. Por ejemplo, el cumplimiento estricto de las atribuciones legales, planes y programas de la función gubernamental no es un aspecto que dependa de que un partido en el poder lo realice o no, puesto que se trata de un mandato inmanente a la gestión de la administración pública federal, estatal o municipal. Asuntos como el ordenamiento territorial, la educación escolar, el transporte, la salud, la seguridad pública, los servicios de limpia y otros servicios públicos son acciones que deben realizarse independientemente de cualquier proyecto político y de ninguna manera representan acciones emblemáticas que los partidos puedan presumir. Otro asunto serán los alcances, la eficiencia, los resultados concretos y el impacto que tiene el quehacer partidario para imprimir un impulso diferencial no alcanzado cuando estaba otro partido en el poder.
El desempeño de los partidos políticos podría medirse por el incremento de los votos a su favor alcanzados y con ello daría cuenta de su mayor representatividad social. El costo unitario de los votos también debe tener una mejora sustantiva entre una elección local y otra elección local, considerada la inflación; la cantidad de propuestas por diputado y el número de legislaciones propuestas y aprobadas. En sentido negativo, se pueden sumar las faltas aportadas por candidato y por partido, los incrementos a sus sueldos no autorizadas socialmente, la cantidad de rémoras contratadas a su alrededor por honorarios, las comidas y viajes a costa del erario público, entre miles más.
Cuando los partidos tengan la voluntad y las agallas para evaluarse en términos de los logros sociales, entonces empezaremos a creer que se trata de organizaciones ciudadanas con derecho a la autonomía plena, que merecen la confianza, los recursos y el apoyo público. Mientras, no faltarán los argumentos en torno a que cumplen con los mínimos que les exige la normatividad legal y que responden con una embarrada de transparencia y rendición de cuentas.
Es necesario hacer de la democracia un ejercicio cotidiano, que se sienta natural y que se respire como asunto de todos los días, que le imprima fuerza y tonalidad a los músculos de las instituciones sociales. Como todo ejercicio, requerirá de voluntad, orientación y constancia a efecto de que la democracia viva en la cultura civil y política, que sea tan deseada y perseguida como los peces electorales de los que los partidos se alimentan.