espués de los violentos disturbios del 28 de junio de 1969 en el Pub Stonewall de New York, entre la comunidad LGBT y la policía de la ciudad, este acontecimiento se ha significado en los Estados Unidos y el resto del mundo como un catalizador del movimiento de liberación de homosexuales, transexuales y bisexuales. A cuarenta años del establecimiento del “Día Internacional del Orgullo” estos grupos no han logrado a plenitud el reconocimiento efectivo de sus derechos, por lo que la diversidad, libertad e igualdad siguen ondeando como banderas de lucha social aún en regímenes que se autodenominan democráticos, ya que sólo en el discurso, la autoridad presume públicamente como una necesidad social prioritaria, combatir la discriminación para erradicar los altos índices de rechazo a esta población en los ámbitos educativo y laboral, pero es prácticamente invisible el compromiso del Estado con las tendencias democratizadoras que instauradas en sociedades desarrolladas, lejos de sustraerse a su compromiso internacional han asumido la defensa y reconocimiento de valores vinculados al respeto a la diversidad sexual, el consentimiento mutuo y la responsabilidad para con la pareja, así como el compromiso de educar contra la homofobia y discriminación fomentando el respeto y reconocimiento a la diversidad sexual humana.
Esta diversidad sexual entendida como el mosaico de todas las formas humanas de sexualidad, históricamente ha sido descalificada, satanizada o en el mejor de los casos minimizada; se le ha catalogado como perversa, inmoral, enferma, anormal o antinatural aún en momentos en los que el término natural desde el punto de vista ético y científico es totalmente inválido; ha prevalecido la tradición judeocristiana que sostiene que la esencia del acto sexual es la reproducción de la especie. De este modo la práctica de la sexualidad cuando no tiene como fin la procreación tiene una connotacion inmoral, tal como lo enarbolan las religiones.
Apostar por una escuela que eduque en la diversidad es el gran reto que nuestra sociedad tiene frente a sí. México, hay que decirlo, es el segundo país en donde se comete el mayor número de crímenes de odio por homofobia en América Latina y se estima que el 10% de la población son personas LGBT. Educar en dicha diversidad requiere instrumentos jurídicos que garanticen la igualdad real, social e integral de las personas homosexuales, bisexuales y transexuales en los ámbitos: educativo y laboral, en el acceso igualitario a los bienes, servicios, medios de comunicación, etc. Aguascalientes, más temprano que tarde, asumirá el compromiso con la justicia de todas y todos quienes, aún hoy, sufren violencia física o moral, miedo o limitación impuesta por sus opciones de vida a causa del odio ignorante de quienes persiguen al amor, la libertad y la igualdad. Baste citar al sociólogo británico Jeffrey Weeks: “La sexualidad tiene tanto que ver con las palabras, las imágenes, los rituales y las fantasías como con el cuerpo. Nuestra manera de pensar el sexo modelo nuestra manera de vivirlo. Le otorgamos una importancia primordial en nuestra vida individual y social debido a una historia que ha asignado un significado central a lo sexual. No siempre ha sido así. Y no será necesariamente así.” Por lo que a mí respecta, seguiré luchando sin descanso por un Aguascalientes sin clasismo, sin racismo, sin discriminación ni homofobia.