No deja de ser, de suyo interesante, el debate que a través de los medios se ventila en los días recientes acerca de la utilidad, ventaja, conveniencia o beneficio que obtendría el votante acudiendo a las urnas el próximo 5 de julio y sufragar a favor (o en contra) de algún candidato. Cada día se suman más a la discusión, argumentando sus posturas, la mayor parte de ellos, sólidamente, tanto a favor como en contra del ejercicio ciudadano.
Los hay quienes defienden a ultranza el ejercicio de un derecho, votar, como la mejor acción ciudadana pacifica que define el rumbo democrático de nuestro país; el voto como vía única para alcanzar el cambio requerido por la sociedad hace ya algunos años. Son aquellos que no quieren ser testigos de un proceso, sino protagonistas del mismo. No son espectadores sino actores. Creen ciegamente, aunque admitan algunas imperfecciones, que el voto es el único y mejor instrumento de participación ciudadana.
Posición encontrada a la anterior es la de no acudir a votar bajo argumento de su inutilidad manifiesta para definirnos como un país en vías de democratización; en esta línea quedan insertos los que se hacen caja de resonancia del hartazgo de la ciudadanía sobre la clase política, sobre sus acciones ajenas al bienestar común, su insensibilidad a los problemas sociales, su alejamiento del electorado una vez alcanzada la curul, sus discursos huecos y triunfalistas, sus pleitos partidistas y sus enconos irracionales hacia sus opositores.
Las campañas para alcanzar las codiciadas curules en San Lázaro, se han visto acompañadas de acciones de los diferentes gobiernos en franco y abierto apoyo a los candidatos de sus partidos. Acciones de gobierno capitalizadas en la publicidad de uno y otro color. Acciones espectaculares que tienen tintes electoreros como el Michoacanazo o la contingencia sanitaria. Acciones de golpeteo al adversario.
Un gobierno federal, incompetente e ineficiente, celebrando convenios y firmas con diferentes sectores sociales mientras se pierden empleos diariamente a pesar de los multimillonarios apoyos a las grandes empresas como Cemex. Un gobierno federal que se legitima en sus inútiles acciones a través de pequeñas muestras de apoyo en inserciones pagadas en periódicos con la leyenda “…siga valiente, señor presidente” firmadas por lo más representativo de la estupidez.
Los candidatos de partido en el poder, sin siquiera razonar, justifican las acciones, tratando de defender lo indefendible. Los opositores, izando banderas con los errores que prometen no cometer una vez llegados al poder pero sin proponer mínimamente como lo harían.
El ciudadano, como receptor de los efectos de estas luchas, acusa molestia, impotencia, soledad. Se ha transitado de la decepción al rechazo. De proponer votar por el menos malo, a juzgar que nadie vale la pena. Se fortalece la idea de la predestinación a tener los gobernantes que nos merecemos, idea de la cual me deslindo, puesto que nuestra dignidad no puede ser mancillada por funcionarios y gobernantes semejantes a los primates.
Lo anterior o al menos parte de ello, ha permeado el ánimo de los votantes, al grado de que las encuestas anticipan que la respuesta social a las exhibiciones de los políticos y la falta de esperanza será una alta abstención. Cerca del 70 por ciento de los encuestados, manifiestan que no irán a votar. Los dirigentes de los partidos políticos se desgarran las vestiduras y declaran histriónicamente y echados para adelante, que el enemigo a vencer será el abstencionismo. Quienes hemos pasado por muchísimas elecciones, hemos escuchado lo mismo hasta el cansancio. ¡Mienten! Saben perfectamente el beneficio que eso les acarrea en la parte porcentual de participación.
En elecciones anteriores, intermedias como la actual, se dieron los siguientes índices de participación ciudadana: en 1997, el 57.69% de la lista nominal, representando 29 millones 771 mil 900 votos totales y abstención del 42.31%. En la elecciones de 2003, la participación fue del 41.68 % con 26 millones 968 mil 370 votos y 58.32 % de abstencionismo; en las primeras, la lista nominal la componían 52 millones 208 mil 970 electores y en la segunda, 64 millones 710 mil 600. Actualmente, para 2009, la lista nominal anda cercana a los 77millones 700 mil ciudadanos con derecho a votar. Con simples operaciones matemáticas, votaran, según las previsiones demoscópicas, solo 23 millones 310 mil. ¿Eso es legitimación de un congreso?
En el proceso de escrutinio y cómputo, el día de la jornada electoral se lleva a cabo la separación de los votos válidos y los votos nulos. Las causas de nulidad de voto están claramente definidas en el Cofipe y en los manuales de capacitación de funcionarios de casilla. Los votos validos son aquellos emitidos a favor de cada uno de los candidatos en contienda más los votos emitidos por candidatos no registrados; repito, los candidatos no registrados.
¿Quiénes son los candidatos no registrados? Sencillo: usted, yo, su hijo, su hija, su compadre, su suegro, su nuera, su padre o madre, su vecino, el taxista, el bolero, el empleado de mostrador, el mesero, la estilista, el maestro, la maestra, el chofer, el estudiante, el obrero, el empleado de limpia, etc., etc., etc. Todos ellos tienen nombre y apellido. Son ciudadanos de naturaleza honrada.
Si decide ir a votar el 5 de julio y está decepcionado de los políticos profesionales y considera que los candidatos no reúnen atributos suficientes para ser legisladores, manifiéstelo y recuerde, en la intimidad de la mampara, el nombre de cualquiera de los arriba enunciados. El voto por sí mismo es también valido. Hay espacio en la boleta para expresarlo.
En otras entregas ampliaré los argumentos de esta propuesta, por lo pronto, yo ya sé por quien no voy a votar.
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