En octubre de 2008, se llevó a cabo un coloquio académico denominado Identidad Aguascalentense pasado y presente. El libro que ahora se entrega es una prueba de que el tema de la identidad empieza a salir del ámbito privado y circunstancial, para ingresar al de la mirada sistemática y también al de la discusión pública. Hablar de identidad es algo complicado, porque revela el alma de una comunidad, un rasgo que forma parte de las variaciones del espíritu humano al que José Ortega y Gasset llamaba sensibilidad vital.
En el libro Identidad es se pueden encontrar ideas y opiniones sobre lo que piensa los aguascalentenses de sí mismos y lo que los otros perciben de nuestro carácter.
Las colaboraciones que integran el texto se reúnen en cuatro apartados. El primero se denomina Retrospectiva e incluye un texto de Gerardo Martínez en el que revisa las máscaras que hemos usado en Aguascalientes para simular identidad y dar cuenta de que esta realidad forjada por años, cierta o falsa, ha perdido vigencia en nuestros días.
En la misma Retrospectiva, Martha Lilia Sandoval muestra la lectura que hace un viajero del Aguascalientes de la primera mitad del siglo veinte. En la entrega ofrece detalles del español hablado en la ciudad, formas verbales que combinan la matriz hispánica con los dichos de la cultura popular que presuntamente nos heredaron un carácter irónico y satírico. En el apartado de inicio hay una divagación elaborada por el que habla en este momento, en la que se mencionan los nexos entre el mito fundacional, los datos de la historia objetiva y la sensibilidad que hemos acumulado por siglos sobre la relevancia del agua, la paz social y el sentimiento de pertenencia cultural.
El segundo apartado se llama Miradas de la otredad y en él se reúnen los textos de Silvia Benard, María Estela Esquivel Reyna, Rebeca Padilla de la Torre y Felipe Reyes Romo. El denominador común de estas aportaciones ve a los aguascalentenses desde la óptica de los migrantes procedentes del Distrito Federal y otros lugares de la república, incluye la mirada de los japoneses radicados en esta ciudad, y también incluye reflexiones desde la perspectiva de los aguascalentenses que han emigrado a los Estados Unidos. Con esta mirada se integra en un solo cuerpo lo que creemos de nosotros mismos con lo que otros, en su calidad de extranjeros o migrantes, perciben de nuestro carácter.
Al tercer apartado se le denominó Pasado inmediato. En este lugar, María Eugenia Patiño escudriña la identidad aguascalentense que se revela en la Romería de la Asunción; Carlos Reyes por su parte, describe las barreras que tuvieron que enfrentar los comunistas en este infierno de gente buena; Luciano Ramírez observa la misma realidad, aunque desde la perspectiva de un monumento cívico, y Jesús Aguilar muestra, a través de una encuesta hecha en hogares, los detalles de la cultura política de los jóvenes de Aguascalientes.
El apartado final, paradójicamente se titula En el Porvenir. En este lugar, Enrique Rodríguez Varela advierte sobre el futuro de una cultura local que se ha visto sacudida y cuestionada por la modernización reciente. Cierra el apartado el doctor Genaro Zalpa, reconociendo que en algún momento los aguascalentenses formamos una comunidad cultural homogénea basada en la tradición católica, el valor de la palabra dada, el del trabajo y el del recurso lingüístico de los dichos que proceden de lo que el profesor Zalpa llama el alteño blanco. A juicio del investigador universitario, dicha homogeneidad se ha perdido y concluye que esto no es una fatalidad, sino la oportunidad para construir una moral pública diferente con raíces heterogéneas que puedan alternar sobre la base de un acuerdo razonable.