Ramón López Velarde, un demócrata moderno - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Tradicionalmente se ha interpretado a Ramón López Velarde a partir de la relevancia estética de su poesía frente al lugar común de su conservadurismo político. Le sucede igual que a Borges, quien especialmente lo admiró, en que la mayoría de los críticos elogian naturalmente su poesía y repiten las anécdotas que aparentemente muestran al conservador e incluso al supuesto retrógrado político. Entre otras cosas, como la crítica a Zapata, refieren el final de “El retorno maléfico” en donde “una íntima tristeza reaccionaria” pareciera una confesión del acusado frente al tribunal de los puros: “López Velarde, escritor de “corazón retrógrado”, militante del partido católico, representó el papel encomendado a los candorosos…(Emmanuel Carballo, 1971).

La crítica literaria, como en general la ideología de los historiadores, suele estar impregnada de las viejas pugnas entre liberales y conservadores, que se reciclan en las luchas entre izquierda y derecha, como una manera de reproducir dualidades arcaicas y con ello tratar de organizar el mundo, aunque en la actualidad la geografía política se ha transformado no sólo por el oportunismo de muchos políticos, sino sobre todo por la complejidad y la necesaria pluralidad con la que es necesario mirar el mundo contemporáneo. El caso de López Velarde ilustra precisamente que no obstante su catolicismo, supo ser un hombre democrático y crítico claridoso de los políticos improvisados y corruptos (antireeleccionistas de la Porra, como los gobernadores de Aguascalientes y de San Luis Potosí), con una ironía combativa a favor de los ideales maderistas, es decir a favor de hombres libres y ciudadanos.

La interpretación más recurrente de nuestra historia, en apariencia liberal, nos dice que las luchas independentistas, así como las reformas juaristas y la revolución son movimientos progresistas que tuvieron como finalidad acabar con los privilegios coloniales, combatir a los extranjeros invasores, desamortizar los bienes ociosos fundamentalmente de la iglesia, y sustituir igualmente la ideología que permitía la sobrevivencia de las injusticias provocadas por la dominación colonialista. Esta interpretación se recicla de vez en vez de acuerdo el momento, por ejemplo a través del nacionalismo revolucionario que legitimó un régimen autoritario, del marxismo latinoamericano después de la revolución cubana, del tercermundismo echeverrista o de ingenuos sociólogos que repiten los lugares comunes de una ideología trasnochada que no se atreve a mirar los cambios sociales, sobre todo después de la caída del muro de Berlín. En este sentido, necesitamos formas más tolerantes y plurales de mirar nuestro pasado.

Ya Gabriel Zaid se encargó de mostrar que Ramón López Velarde no fue reaccionario (Gabriel Zaid, Tres poetas católicos, 1997, pp.182-201). Comento algunos de sus argumentos:

1. Fue maderista militante. No sólo apoyó a Madero y a su causa durante la dictadura sino también durante su gobierno. En una carta a Eduardo J. Correa en noviembre de 1911, frente al escepticismo de su interlocutor de que la revolución sólo había cambiado de amos, le comenta López Velarde: “No estaremos viviendo en una República de ángeles, pero estamos viviendo como hombres (subrayado de López Velarde), y ésta es la deuda que nunca le pagaremos a Madero.” (Obras, FCE, 1971, p.765). Vivir como hombres no fue una declaración de machismo, por supuesto, sino a favor de hombres y mujeres libres.

2. Fue católico militante, crítico de la jerarquía eclesiástica. En otra carta a Eduardo J. Correa, ésta de abril de 1911, comenta nuestro poeta: “nunca sostendré que los sacerdotes no deben hablar de política; pero juzgo que al hacerlo en las circunstancias excepcionales en que al presente nos encontramos, los señores obispos están en el caso de manifestar un criterio amplio e independiente o, cuando menos, de concretarse a hacer propaganda pacífica sin inclinarse a favor de ninguno de los beligerantes.” Continúa López Velarde: “Tal conducta es, en mi concepto, la que corresponde a la dignidad de los jefes de la Iglesia. Pero, por desgracia, los obispos que hasta ahora han hecho declaraciones, en vez de mantenerse en un campo neutral, ya que el movimiento encabezado por el señor Madero en nada afecta el catolicismo de un modo desfavorable, se han supeditado al gobierno (porfirista), con la más lamentable de las parcialidades…” (Obras, op.cit., p.763, itálicas VMGE). Dice Zaid al respecto: “el tono recuerda a los laicos posconciliares que en años recientes han tratado de influir en la Iglesia para hacerla avanzar, desde adentro…El catolicismo de López Velarde y muchos otros líderes del Partido Católico Nacional no era el católico del pueblo y los obispos tradicionales: era modernizante, demócrata, maderista, nada reaccionario.” (Zaid, op.cit., p.195-196).

3. Fue un revolucionario civilista. Si bien no tenía ningún entusiasmo por las armas, vio como un mal necesario que Madero las tomara para derrocar a Díaz, criticó a los obispos que condenaron la insurrección, se burló de Bulnes cuando este comentó que por la democracia “no se debe derramar ni la sangre de un cerdo”. Vale la pena ampliar el comentario. En “Bulnes y su cerdo” López Velarde escribe: “Tratando de demostrar la incapacidad de nuestro pueblo para la vida política, nos declara que por la democracia no se debe derramar ni la sangre de un cerdo. ¡Horror!…haciendo un alto en la dispersión…tenemos que gritar al señor Bulnes ¡Favor de cargar los cañones con cerdos!  (La nota genial del señor Bulnes) ha conquistado un nuevo título a la admiración y a la gratitud de la posteridad…así como en nuestra época de decadencia se habla del gallo Pitagórico, en los siglos radiantes del porvenir se hablará del cerdo de Bulnes.” (Obras, p.545).

4. López Velarde no tomó las armas pero sí las del periodismo de combate, particularmente contra los gobernadores antireleccionistas que terminaron por abandonar la causa maderista, como el fúnebre Alberto Fuentes Dávila, el tocayo Robles Gil y el doctor Cepeda. La crítica de López Velarde, por ejemplo, por la prohibición del manual de Carreño en las escuelas de Aguascalientes, anteponiendo un nuevo manual fuentista de indumentaria “republicana” en que se prohibiría el uso del chaleco y el calcetín, es una de las crónicas más hilarantes de nuestra literatura política. Su fina ironía y franca burla fue contra la estupidez de gobiernos supuestamente demócratas y contra políticos oportunistas. En noviembre de 1913, en una carta más a su amigo Eduardo J. Correa, critica implícitamente al Partido Católico por apoyar las elecciones huertistas, por pensar en “campañas eleccionarias” que reproducían la dictadura, de ahí que los reaccionarios eran los asesinos de Madero, los que pensaban en volver a la mano férrea del orden y el progreso, por ello su fiel convicción al movimiento antireleccionista como una aspiración para que los mexicanos aprendieran a vivir como hombres, no como súbditos.

5. Finalmente sobre “la íntima tristeza reaccionaria” habría que decir que se trata de un poema, “El retorno maléfico”, en donde López Velarde trastoca también su original nostalgia por el regreso maléfico al terruño dado que, frente a la añoranza del porfirismo provinciano, mejor no regresar. “Mejor será no regresar al pueblo,/ al edén subvertido que se calla/en la mutilación de la metralla.” Esta lectura del poema de López Velarde, hay que ubicarla en el contexto de Zozobra (1919) en donde el poeta, según José Luis Martínez, emprende una exploración verbal que le imprimirá modernidad a su obra (Obras, p.22 y 23), al mismo tiempo que comenzará con el uso de adjetivos audaces pero certeros. Así, “la íntima tristeza” se convertirá en “reaccionaria” al momento de retornar al pueblo natal,  dada también la frustración amorosa y el desencanto político, por ello “mejor será no regresar”. Nuestro poeta se encuentra en el filo de una navaja en que ya no puede ser el escritor provinciano (Tablada aseguraba que López Velarde había cambiado en la Ciudad de México), pero tampoco puede olvidarse de su pueblo natal o de las jerezanas. Es un momento (ca. 1917), sin embargo, en que para Eduardo J. Correa, López Velarde  “no resistió la seducción de los enemigos que lo lisonjeaban”, en que parecía perdido para la causa católica dogmática,  en que ha decidido quedarse en la Ciudad de México, no obstante la dificultad para permanecer establemente en un empleo: maderista, luego carrancista, convencionista, nuevamente carrancista y, finalmente, invitado por Vasconcelos para trabajar en una revista para maestros.


No obstante la frustración y el desencanto, López Velarde escribió un poema esperanzador al final de su vida aún sabiendo, como si fuera a través de un presagio, sobre su propia muerte: La Suave Patria. La Patria en López Velarde, como lo ha dicho José Emilio Pacheco, “es su matria, todas sus imágenes son femeninas, es presentada como tierra cálida, protectora, dulce y generosa.” (JEP, Ramón López Velarde: La Lumbre Inmóvil, 2003, pp.62-63). Es una matria, la provincia suave que es también la tierra de la mujer amada, “el río de las virtudes de tu mujerío”, que no es mito sino verdad de pan bendito, y no obstante “que vives al día,/ de milagro, como la lotería…Te dará, frente al hambre, y al obús,/ un higo San Felipe de Jesús.”

En este último dístico del poema (el primero es el famoso “El Niño Dios te escrituró un establo/ y los veneros de petróleo el diablo”, lo que sigue siendo una maldición), así pues en la referencia a la fruta de la higuera de San Felipe de Jesús, está el mensaje aún vigente y esperanzador para estos momentos, pues mientras esta higuera exista y reverdezca, no obstante la miseria y la violencia, la suave patria de múltiples recursos hará posible lo imposible. “La higuera, dice JEP, que es la tierra perdurable, saciará a los hijos de la patria espeluznante y un día volverá a ser, si alguna vez lo ha sido, la suave Patria” (JEP, op.cit., p.63).


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