a magnificación del debate sobre el voto en blanco evidencia el precario nivel de desarrollo de la democracia en la que habitamos. Partidos, que como el PRI, el PRD y la chiquillada (Rodríguez Mijangos dixit), se sienten amenazadísimos por esta iniciativa, que suponen (con cierto grado de razón) beneficiaría al partido en el poder. Al encausar una parte de la inconformidad por el voto en blanco, quienes desaprueban el rumbo del país ya no engrandecerán a la oposición, suponen.
Por el otro lado, inocuos opinadores y pseudo-líderes de opinión quieren montarse, todos, en el “hartazgo masivo” de la sociedad, convocando a votar en blanco por múltiples causas. Personajes que han sido excluidos de los puestos de relevancia en partidos; intelectuales orgánicos y escritores que añoran pertenecer a alguna nómina, sienten que el hartazgo tiene que ver con “su” agenda: revocación de mandato, reelección de legisladores, abolición de diputados y senadores de representación proporcional y otras propuestas demasiado sofisticadas como para ser representativas de millones de mexicanos que de lo que están verdaderamente hartos es de la pobreza, el desempleo, la desigualdad, la pobrísima atención gubernamental en materia sanitaria y la pobrísima educación que brinda el Estado (a los suertudos que pueden asistir a alguna institución).
Ahora resulta, que los intelectuales orgánicos ya se “hartaron” después de décadas de abusos y corrupción; de anti-democracia; de estancamiento; y de otros pesares sociales ante los que guardaron cómodo silencio. Personajes de la calidad moral de DINO-maría-SAURI, que avalaron al régimen que asesinó a jóvenes disidentes en 1968, se erigen ahora como paladines de la “sociedad civil”, con una novedosísima propuesta: votar en blanco.
¿Y después de eso qué? Como por arte de magia, ¿entenderá esa misma clase política en la que no creemos el mensaje?, ¿los diputados que nos tienen “hartos” serán los que impulsen las reformas que demandamos? ¿Van a exigir que abran los paquetes electorales, para ver cuántos votos nulos se decantaron por cada una de las cientos de opciones que lo reivindican?
Pero como si la pobreza discursiva de estos fantoches no fuera suficiente, la respuesta institucional es igualmente digna de una Kakistocracia (el gobierno de los peores) que se precie de serlo, como la nuestra. “Votar en blanco es dejar que otros decidan” ¿Será? ¿Y haber permitido la ilegal intromisión de Vicente Fox y del Consejo Coordinador Empresarial en el 2006, no fue dejar que otros decidieran? ¿Sacarle la vuelta al monitoreo que la ley exige del IFE, no es dejar que otros decidan?
Las autoridades electorales “ciudadanizadas” (cuyas posiciones son escrupulosamente repartidas entre las dirigencias partidarias) han situado al voto en el centro de su política de difusión. Mientras tanto, el Informe de las Naciones Unidas para el Desarrollo demanda la urgente necesidad de transitar de una democracia de electores a una de ciudadanos. ¿Votar es ser buen ciudadano? ¿A eso se reduce la democracia? ¿Y qué hay de hacer que los partidos cumplan con la obligación legal de tener revistas informativas de carácter formativo? ¿También a eso le huyen las autoridades electorales?
¿Por qué los que se preocupan del “hartazgo” y piden voto nulo no se manifiestan “hartos” del duopolio televisivo y de la concentración de concesiones de Radio y TV en unas cuantas manos? ¿No forma parte el espectro Radioeléctrico del patrimonio de la nación? ¿Por qué optan por 15 minutos de fama junto a los que fueron los defensores de la ley que de forma más violenta ha atentado contra el proceso de empoderamiento en México (la Ley Televisa)? ¿Por qué compartir batallas con López Dóriga, Loret de Mola y Sergio Sarmiento, que sólo fingen como patiños de unos rapaces traficantes de influencia que quieren más dinero público para sus arcas?
Si el IFE se interesa en construir ciudadanía, podría empezar por formular iniciativas de ley que obliguen al Estado a forjar una cultura cívica; podría empezar por fajarse los pantalones y enfrentar los abusos de las televisoras (como la “casual” entrevista a Demetrio Sodi en el partido de los Pumas); podría organizar, una y otra vez, debates sobre las plataformas de los partidos; podría exigir que los partidos transparentaran sus gastos, y limitar la presencia de Peña Nieto, Marcelo Ebrard y Felipe Calderón en una intensa labor proselitista en medios. Pero como lo que quiere hacer es “taparle el ojo al macho”, se va por la fácil: ¡Vote!, y si no vota, no se queje. ¿No sería mejor un: “Vote y quéjese de todo lo que le parezca mal. Aunque no vote, sígase quejando”? ¿O desde cuando las quejas ciudadanas atentan contra las buenas costumbres democráticas?
Atestiguamos un momento singular: una nación de brazos caídos; un pueblo que ha dejado de luchar, porque ha dejado de creer que luchar sirve de algo; una economía golpeada por “insertarse” (más bien ensartarse) en el capitalismo de compadres que describió Gary Becker; y unos líderes de opinión que tienen güeva de escoger, y ante ello, se meten en las ropas falsamente puritanas que se han mandado hacer a la boutique de la no-memoria histórica, y llaman a votar en blanco, porque es lo más bonito que pudieron aprender de sus lecturas trasnochadas de José Saramago.
Hay que votar, eso está claro; hay que elegir un rumbo para el país, también eso es evidente; pero lo más importante,es que es hora de ser ciudadanos y terminar con el reino de los cínicos. Tiene remedio este país.