Vamos a decirlo con todas sus letras: el IFE no realiza correcta, adecuada, eficaz o íntegramente su trabajo. Más fácil aún: el mito de la institución ancla de la transición a la democracia en México se está derrumbando poco a poco. Aún cuando los beneficiarios del ni tan genial mito (apenas duró unos pocos años pero fue redituable en términos de costo – beneficio, tan solo véase la presidencia usurpada y entregada a Calderón) todavía se animen circunstancialmente a intentar vender – en ocasiones eficazmente- la leyenda del ciudadano creado o formado en parte gracias a la labor del instituto, lo cierto es que son varias las tareas en las cuales el órgano electoral aparenta que trabaja y los partidos, pero sobre todo los ciudadanos, aparentamos que observamos y decidimos. Por supuesto que tal apreciación no intenta evocar la época del estado como gran elector, sino apenas un poco develar el velo de ingenuidad que nos hizo creer que nuestra realidad política basada en la trampa y la simulación había desaparecido.
Los ejercicios de monitoreo son un pequeño ejemplo de lo anterior. En las dos anteriores entregas señalé algunas evidentes grietas en el razonamiento que llevó al Consejo General del IFE a tomar la decisión de trasladar el ejercicio del seguimiento de medios a la UNAM apenas el 31 de marzo pasado. La premura ante la incapacidad de realizarlo de forma directa es una posible explicación, la cual, no obstante, trae consigo riesgos claros. El primero tiene que ver con la fiabilidad de los resultados finales. En los ejercicios de monitoreo tal característica es básica, tomando en consideración que el termino se utiliza en el sentido del buen funcionamiento de los procesos, evitando al máximo errores derivados de fallas técnicas, humanas o metodológicas que alteren los resultados del seguimiento que en este caso se da a la programación de radio y TV en el país. Surgen entonces dudas que no encuentran respuesta en el apartado que el IFE tiene en su página de Internet para el monitoreo, tampoco en la revisión de las actas estenográficas del propio Consejo General o del Comité de Radio y Televisión, instancia deliberativa y de decisión en la que también tienen representación los partidos políticos. Si la experiencia internacional y la propia de México es clara, estuvimos ante la necesidad de un periodo de planeación de las tareas de por lo menos un año de anticipación, nunca los treinta días que se tomaron. En 2006 se utilizaron diez meses para probar el soporte técnico, cuatro para seleccionar, contratar y capacitar al personal y dos más para realizar pruebas piloto de aplicación metodológica. Dieciséis meses contra uno nos dan una idea de la incapacidad y, en todo caso, la improvisación que prevalece en la construcción de políticas públicas electorales. Ni la planeación, proyección de alternativas o resultados fueron precisas. Tan solo el interés por comprar un nombre como los que compran partidos o candidatos cuando contratan empresas encuestadoras para presentar datos incluso falseados. El IFE, desafortunadamente para la UNAM, le compró a ésta su nombre a un costo de 26 millones de pesos, tal como se compra una encuesta de GEA, Mitofsky, De las Heras o cualquier otra casa “especialista” en vender su marca o supuesto prestigio más que su certeza.
Las técnicas son asimismo cuestionables. El brevísimo apartado metodológico señala que la UNAM recibió dicha metodología y variables por parte del IFE. Primer error de la universidad: si ofertas prestigio o marca, vendes entonces el paquete completo, no te permites imponer la carga de intereses, prejuicios o ignorancia que el comprador trae consigo.
Luego, más equivocaciones. Los géneros periodísticos son manipulados al gusto de un público iniciado en el tema, nunca al alcance del elector promedio. Si una unidad de análisis en cualquier ejercicio corresponde a aquella nota ubicada en la fracción del noticiario en que se presenta, ahora se distinguen entre “piezas de monitoreo” o “piezas de análisis”. Así, la nota principal puede ser un reportaje, y presentarse éste en cinco o seis minutos del programa, pero no serán considerados los resúmenes, teasers, bumpers, o notas informativas que hagan referencia al mismo; éstos serán parte del mismo reportaje y su valoración será incluida en una sola “unidad de análisis”, al igual que el tiempo, así haya sido mayor el destinado a anunciarlo que el del mismo reportaje. Lo anterior no es menor, pues trae consecuencias en la medición final. Es decir, si en el pasado inmediato tuvimos un universo total de casi medio millón de piezas, en 2009 tendremos en prospectiva acaso tan solo unas cincuenta mil, ya que se compacta la información en un afán periodístico purista del siglo XIX, como si nunca se hubieran inventado la radio, la TV o la Internet y su dinamismo evidente.
Hablemos brevemente de los insumos. La UNAM entrega los resultados siempre a partir de lo que el IFE le traspasa como material de trabajo. Si el equipo de monitoreo y análisis necesita cien horas de grabación de noticiarios de Aguascalientes, el instituto le entrega tan solo veinte horas argumentando supuestas “fallas técnicas” en las restantes ochenta. Nadie en estas tareas puede entregar productos eficientes si la materia prima carece de calidad. Nadie entrega un vestido de seda si le dan un tramo de lona para confeccionarlo. Fiabilidad nula desde el inicio.
En síntesis, si los ejercicios de monitoreo y análisis intentan descubrir la influencia que poseen los medios para determinar ellos y nadie más cuáles son los actores que deben ser vistos y escuchados por los electores, la inversión de dinero público (350 millones en tecnología y 26 en el contrato a la Universidad Nacional) es en la actualidad, como varios de los ejercicios presupuestales de nuestras instancias estatales, un dinero bastante bien tirado al bote de la basura. El resultado será tan solo unas cuantas mesas de análisis en las que se celebrará la supuesta pluralidad de los medios de información. El monitoreo no cumple la función de darle una amplia visión al elector acerca de la calidad de la información que recibe para poder determinar su voto. Démosle gracias a Leonardo Valdés, a los restantes ocho consejeros, a los partidos políticos que no ven más allá de sus inmediatos intereses, y a una parte de la academia mexicana de política y comunicación por tal situación. Aplaudamos que el IFE aparenta arbitrar procesos electorales cada vez más complejos y disculpémosle sus fallas apelando a la propia complejidad. Celebremos que se destina casi el 60% del presupuesto a las campañas y 30% a salarios. Demos gracias porque sobra un 10% para simular certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad. En todo caso, conformémonos con el discurso hueco del órgano eficaz e inmortalicemos al fantasma de Woldenberg, ahora convertido en vocero oficioso de Valdés Zurita. Es tan solo parte de lo que merecemos por ingenuos.