Michael Jackson - LJA Aguascalientes
20/04/2025

Michael Jackson por fin descansa. Descansa del circo mediático, del cataclismo legal y financiero que marcó los últimos años de su carrera y descansa también de sí mismo, el hombre profundamente talentoso, encantador y dañado que se resguardó bajo la máscara de muñeca tolkiana que construyeron sus cirujanos plásticos. Con su muerte, el pasado jueves, dijimos adiós a una de las más grandes estrellas de la música popular de todos los tiempos. Aguascalientes tuvo su primera probada seria de Michael por medio de la legendaria Radio UVA (la de antes, la que emitía música en inglés) que nos trajo las ondas sonoras de su disco Off the Wall, estrictamente no su primer álbum solista, pero sí el primero donde él era algo más que un intérprete de viejos covers de rhythm & blues. Estábamos en la escuela primaria y Don´t stop til you get enough nos hizo pensar a muchos que estábamos oyendo a los Bee Gees. Se trataba en realidad de un adolescente con serias pretensiones y ganas de divertirse, con capacidad melódica imparable, ritmo funky que era más que un pretexto para bailar y baladas monumentales, cantadas con técnica impecable, como She´s out of my life. Para quienes lo habían visto con su grupo los Jackson Five, antecesores lejanos de los Osmond, los Menudos, Timbiriches y otros engendros infantiles, era clarísimo que tenía dotes para algo más que niño bailador y simpático que cantaba “ABC, 123”. Amaneciendo la década de los 80, ya había Michael, pero todavía era “negro” (cultural, visual y promocionalmente hablando) y estaba circunscrito al ámbito discotequero y radiouvero. Luego, en 1984, creo que fue el conductor David García quien presentó en Canal 6 los videos de Beat it  –con el célebre requinto de Eddie Van Halen– y luego Thriller, una película de zombies por derecho propio, expresando emoción y llamando la atención hacia “este chiquillo” que estaba invadiendo las ondas radiofónicas y estereofónicas con la fuerza de un huracán.

Nadie, jamás, había hecho un álbum con tales dotes de ubicuidad como Thriller. En aquellos coloridos y deportistas años 80, el disco estaba literalmente en todos lados, en todas las fiestas, en todos los estéreos de auto, en cada walkman que colgaba de nuestros cintos. Todos nos preguntábamos cómo hacía él en el escenario para caminar hacia atrás y dar la impresión de estarse moviendo hacia delante. Si esta iba a ser la tónica de los 80 y esa la calidad de la música y del video-rock, entonces se avecinaba una buena época. Thriller había sentado los nuevos parámetros para hacer un video musical. Antes, el formato era prácticamente una curiosidad en la industria. Jackson no fue, desde luego, el iniciador de esa moda, pero fue debido a su talento y cuidado casi obsesivo por los detalles, que el video ingresó como un ingrediente esencial de la difusión de la música de los artistas. El video-rock en los 80, presentado por la guapa Elsa Saavedra en Canal 5, sustituía al disco de 45 rpm como el vehículo para la promoción de la música.

Michael fue una persona extraordinaria, en el sentido más fiel de la palabra: fuera de lo ordinario. Fue el primer artista negro que rompió definitivamente las barreras entre la música blanca y la de color. Tal vez por ello tuvo esa grandísima capacidad de convocatoria. Paul McCartney, Mick Jagger, Lionel Ritchie, Eddie Van Halen y muchos más aceptaron entrar con él al estudio de grabación. Cuando se dio la hambruna en Etiopía, con USA for Africa reunió bajo su ala a las más grandes estrellas de la música (hasta Bob Dylan quiso) para cantar aquella tonadita que decía “We are the world…” y que él dijo le había sido dictada por dios. Para los niños de África, no para los niños blancos estadunidenses que bajo la guía de sus ambiciosos padres acabaron con su carrera y su reputación.

Como todos los que fueron súper-estrellas infantiles, su vida adulta se convirtió en un infierno. Como tantas otras celebridades, dependió de las drogas para aliviar su dolor físico y espiritual (y sí creía en Dios, Mr. President) y en la medida que pudo, tradujo su incalculable tragedia personal en obras de caridad y, sobre todo, en un mensaje unificado a través de toda su discografía de que se podía encontrar hermandad, caridad y esperanza en un mundo violento y desordenado. A lo mejor por eso se propuso mantenerse con la inocencia, sentido de fantasía y aspecto físico de un niño. Se fue a vivir a un gran parque de aventuras que construyó para sí. El dinero y su conducta confiada e ingenua atrajeron ambiciones y demandas. Dudo que Michael Jackson haya abusado jamás de un niño; él mismo era un niño encerrado en el cuerpo de un adulto. Un niño con las profundas cicatrices del maltrato infantil infligido por su padre y por las exigencias del show business.

La parte más visible y controvertida de su vida fue su rostro. Conforme iba creciendo, su aspecto se fue transformando de adolescente con peinado afro y rasgos marcadamente negroides, al joven moreno de ojos de gota y cabello ondulado-mojado, sospechosamente parecido a Diana Ross, una de sus mejores amigas e inspiraciones en la vida. De ahí pasó a una especie de elfo infantil fantasmal, para finalmente arruinar su rostro más allá de lo que nuestras sensibilidades podían ignorar, con su blanquísima piel, su barba inmisericordemente partida, su nariz imposiblemente estrecha y sus ojos redibujados hasta la deformación con mirada triste y desesperada. Qué difícil era aceptar que fuera la misma persona que apareció iluminando el pavimento en Billie Jean. Se había convertido en un personaje de caricatura y blanco de chistes fáciles de mal gusto. Atrás de esa máscara irresponsablemente esculpida por cirujanos sin escrúpulos, conservaba la voz –tenor dramático muy delicado y suave, que combinaba con un falsetto espectacular, y a mitad de su carrera, con un hipo vocal que fue una especie de marca de fábrica–, tal vez lo único que podía confirmarnos que se trataba de la misma persona.

Es casi un lugar común decir de una estrella que muere en decadencia, que en sus últimos momentos se disponía a escenificar un regreso glorioso. Jacko había vendido cincuenta fechas en un solo estadio en Inglaterra, lo que significa que las ganas de verlo cantar sus viejos éxitos estaban más vivas que nunca. Es posible que aquí se encuentren las razones profundas de su muerte: las demandas físicas y emocionales de tales conciertos para un hombre de 50 años con salud precaria, y las inmensas expectativas del público quizá fueron demasiado para él. Nunca podremos saber si estaba cumpliendo una especie de manda reivindicadora. Cuando murió James Brow hace tres años, estuvo en su lecho de muerte y se dice que el abuelo del soul le pidió llevar la antorcha, regresar, limpiarse. Hoy sus dos más grandes contemporáneos, Bruce Springsteen y Madonna (con quienes formó una especie de santísima trinidad en los 80), le lloran y le rinden homenaje, como muchos otros que recuerdan al talentoso músico cuyas canciones ofrecieron siempre un mensaje sorprendentemente positivo, no como el hombre-escándalo que los tabloides explotaron hasta el fin. Al final, Jackson tuvo la capacidad de asombrarnos y transportarnos a un mundo de fantasía musical con sus zombies, su hombre volador, sus orcas, sus naves espaciales y sus rostros cambiantes en aquel video llamado “Black or White” donde una persona se iba transformando de raza y de género frente a la cámara y que en su momento fue una sensación visual. Quienes disfrutamos su música y vimos Thriller no una, ni dos, sino cien veces, esperamos que sea ese, finalmente, el legado de este niño cincuentón abusado, explotado, perseguido, blanco de burlas crueles pero sobre todo, admirado. Y como él decía, si quieres hacer de este mundo un mejor lugar, empieza con el hombre en el espejo.


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