¿Qué mejor para estos tiempos de paranoia colectiva y encierro obligado (para ver televisión y releer) que Daniel DeFoe, al que sólo su Robinson Crusoe ya le merecería un lugar en el pequeño canon de los que ahora se ha dado en llamar “young adult fiction”, y su Diario del año de la peste, un libro que no acaba de ser ni una novela ni una crónica, ni un libro histórico ni una ficción apegada al realismo?
El título completo es bastante revelador y, como era costumbre en la época bastante largo: Un diario del año de la plaga, / siendo observaciones o recuerdos / de los sucesos más remarcables / tanto públicas como privadas que ocurrieron en / Londres durante la última gran visita de 1665. / Escrita por un ciudadano que estuvo / durante toda ella en Londres. / Nunca antes hecha pública.
Uno de los mayores méritos del libro es, precisamente, la incapacidad del lector para decir qué es lo que está leyendo. Junto a recuentos personalísimos, el dolor de un hombre que ha perdido a todos sus amigos y familiares, hay descripciones, frías y duras, de los procedimientos prescritos por el gobierno de la ciudad, como la extraña ley que obliga que en cuanto se declara un caso en una casa, todos los moradores de ella, sanos y enfermos, deben recluirse en ella; junto a recuerdos de las admoniciones divinas, recordatorio de que Dios castiga a los hombres con causas naturales, entre ellas el texto de Jeremías: “Sí, como la arcilla en la mano del alfarero, así están ustedes en mi mano, casa de Israel. A veces yo hablo, con respecto a una nación o a un reino, de arrancar, derribar y perder; pero la nación de la que hablé se convierte de su maldad, entonces me arrepiento del mal que había pensado infligirle”, están las estadísticas de los muertos por parroquia de Londres.
Y la maestría en el trazo rápido y poderoso de DeFoe se impone, sobre todo, en las particularidades, en esos breves comentarios, salteados aquí y allá a lo largo de todo el libro, donde los individuos se enfrentan con la peste con vívidas descripciones de cómo la gente, incapaz de soportar los dolores causados por la enfermedad se suicida, disparándose o saltando por las ventanas, mientras que otros, un poco pero no mucho más fuertes, se desgañitan gritando, añadiendo ruido al caos. Describe las personas que ya contagiadas, de repente, se desploman por las calles, infantes que continúan amantando de los pechos de sus madres ya muertas o la desesperación de un enfermo que atado a la cama no encuentra mejor remedio para acabar de una vez por todas con los dolores que quemarse vivo en su propio lecho.
Mención especial merecen los extraños medios de compra durante la peste en la que en las carnicerías el propio cliente, que previsor siempre lleva cambio y mucha calderilla para evitar el contacto de la devolución, es quien corta la carne para que el carnicero no la toque, y que al recibir el pago arroja la monedas en vinagre. Y un párrafo final que demuestra que en más de trescientos años tampoco hemos cambiado tanto: “No puedo pasar más de aquí. Puede que se me cuente entre los que se censuran, entre los que resultan injustos si entrará en el poco placentero trabajo de estimar cuál fue la causa”.
Un consejo para los días de encierro
“No es necesario que salgas de casa. Quédate junto a tu mesa y escucha. Ni siquiera escuches, espera. Pero ni siquiera esperes, quédate completamente quieto y solo. Se te ofrecerá el mundo para el desenmascaramiento, no puede hacer otra cosa, extasiado se retorcerá ante ti” (Franz Kafka).
Comunicado (breve) a la opinión pública al respecto de la epidemia de gripa porcina
Por Hermano Cerdo. “Fuimos nosotros. Y éste es sólo el principio. Buscamos ensayos reflexivos breves y crónicas testimoniales, textos que nos ofrezcan perspectivas novedosas e interesantes de la epidemia y su impacto. Para facilitar el trabajo de lectura no deben exceder los 3 mil caracteres. Elegiremos los cuatro que más nos gusten para publicación, aunque este número podría aumentar si la calidad de los textos lo amerita. Envíen sus propuestas a hermanocerdo en gmail. Tienen de plazo hasta el sábado dos de mayo a las 13 horas. Y pasen la voz”.
Banda sonora
Y cuando esto pase, Cristo nos ampare, / no van a quedar ni ratas por las calles. / Y cuando esto pase y sea insoportable / no te olvides quien lo dijo antes que nadie. (“Canción del fin del mundo”, Los Planetas)