Más cerezas para Aurora - LJA Aguascalientes
22/11/2024

El sábado 16 de mayo, en el Museo Guadalupe Posada, se hizo un homenaje a la poeta “catalana-aguascalentense” Aurora Correa. En el evento, el Consulado español dio un reconocimiento a la familia y se realizó un panel para hablar de su obra y su vida. En él se contó con la intervención de Salvador Camacho Sandoval, cuyo texto se presenta a continuación.

Es un honor recordar con ustedes desde este foro y en tan bello lugar a nuestra amiga Aurora Correa. Quiero compartir con ustedes parte de un texto que escribí en Barcelona, España, justo el día cuando supe de su muerte, hace exactamente seis meses. La noticia me impactó porque había visto a Aurora en casa de Araceli Suárez y Fernando Camacho un par de días antes de partir a la Ciudad condal, precisamente a la tierra de Aurora, la del árbol de cerezas de su infancia que recordaba constantemente. Pero, es verdad, la muerte siempre acecha y no hay como contenerla: “ahí esta la poesía: de pie contra la muerte”.

El día en que recibí la noticia recordé cuando le pedí a Araceli, a su “Jefa”, como ella le decía, que me la presentara, pues tenía muchísimas ganas de conocerla. Sabía que Aurora era una integrante del grupo de los 456 niños españoles que mandaron a México en 1937, durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, con la intención de protegerlo de las atrocidades de la guerra civil en su país. Por libros y conversaciones con viejos catalanes, yo conocía esa etapa de la historia de México y España y deseaba platicar largo y tendido con ella. Fui afortunado porque no sólo fue atenta, sino que, con el tiempo, cariñosa como pocos, me abrió sus brazos y me ofreció su amistad.

Nos entendimos bien, tan fue así que luego compartimos trabajo, cuando publicamos La vuelta a Aguascalientes en ochenta textos, un libro de crónicas que ella nos ayudó a corregir y en el que también escribió. Durante el diseño y cuidado de este conjunto de textos, tuve la oportunidad de estar en su casa varias veces y la impresión que me formé de ella fue la de una mujer independiente y generosa, la de una persona de corazón joven, intensa e inagotable. En su casa, pulcra, con detalles y llena de libros, me habló de poesía y de las aves que llegaban a su jardín, y supe del amor infinito a su hijo y a sus nietos, y a la vida.

Una reunión con ella y los amigos mutuos estaba pendiente, porque yo me iba a Barcelona y porque había que platicar de tantas inquietudes con los amigos mutuos. El espacio fue otra vez la casa acogedora de Ara y Fernando; desde luego, con una carne asada. Como siempre, ella tenía la palabra erudita y la inquietud de adolescente para estar opinando de casi todo. Sólo nos faltó cantar, porque seguramente ella tendría también canciones para compartir.

Barcelona siempre estuvo presente sin añoranzas lastimeras, sino con el aplomo de quien conoce sus raíces y sigue adelante. Luego de pasar por Morelia en su infancia y después en otras ciudades, llegó al Distrito Federal, donde logró tener esa visión cosmopolita que le conocí y admiré. Allí aprendió literatura y periodismo, y se rodeó de cultura y amigos que la quisieron siempre.

Aurora llegó a Aguascalientes a invitación de su hijo, pero cuando años después, éste se mudó a otra ciudad, ella dijo “yo ya soy aguascalentense y de aquí no me mueven”. Me consta el cariño que le tuvo a Aguascalientes, en especial a la Alameda, a la que le dedicó más de un poema. Araceli me platicaba que Aurora casi no dormía y que leía bastante, por lo que de historia y cultura del estado sabía mucho más que los que aquí nacimos. No pasó mucho tiempo para comprobarlo. Pero además de leer escribía literatura y me consta que lo hacía con cierta obsesión amorosa, era su pasión. No me sorprende que ahora Juan Carlos, su hijo, nos diga que tiene cuatro cajas completas de libros de poemas no publicados. Sé también que dejó pendiente una novela como un espacio en blanco que nadie podrá llenar.

Recuerdo su último libro publicado, Cerezas, una novela autobiográfica extraordinaria y conmovedora. En ella está escrita la vida de esa niña que llevaron a México, bajo la idea de que pronto acabaría la guerra para que de inmediato pudiera volver al lado de sus padres. Pero la guerra terminó en una larga dictadura y ella nunca regresó. El libro es la historia de vicisitudes y de esperanzas, pero lejos de asumir la actitud de tristeza y lamentación, la autora nos hace magistralmente una oda intensa a la vida.

Al leer su libro, y al conocerla, me provocó sentimientos extremos, me hizo llorar y reír. A la mitad de su lectura, estuve a punto de llamarle, de ir a buscarla, de abrazarla. Me dio ternura, me hizo enojar y me sentí orgulloso de tratarla; pero, como un trapo, su libro me zarandeó y apachurró el alma. Ella ahora no está entre nosotros, pero fuimos privilegiados al conocerla, siempre lo supe y le estaré inmensamente agradecido.


Me conmovía su activismo, ese que me gusta de algunos españoles de izquierda, que aún mantienen la dignidad y el compromiso con la justicia y el humanismo. Fue ella, junto con un grupo, quien tuvo la iniciativa para solicitarle, exigirle, al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que muchos españoles que se vieron forzados a vivir en México merecían apoyo, y su petición fue escuchada para beneficio de cientos de sus compañeros.

Aguascalientes y Barcelona perdieron a una gran mujer y nosotros perdimos a una extraordinaria amiga. Un gran abrazo para Juan Carlos. Nos queda su ejemplo: su vitalidad, alegría, optimismo y, sobre todo, su rebeldía indómita, esa que el mundo necesita en estos tiempos en los que parece predominar la apatía, la incertidumbre y la desilusión.

Muchas gracias.


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