Los buenos servicios públicos no es preciso divulgarlos para su conocimiento. El pueblo los conoce, los valora y los reconoce. No es necesaria publicidad alguna de la buena acción gubernativa, pues ésta trasciende sola, por sí misma y a través del mejor medio que es la voz popular, que es real, efectiva, convincente y convencida. Desde luego, los buenos servicios públicos se notan por los pequeños detalles pero también, por detalles se conoce la ineficiencia gubernativa.
Este apunte parecerá que tiene por tema poca cosa, una nimiedad. Sin embargo, considero que su materia es parte de lo que forma la base de un buen gobierno, de una acción gubernativa con visión y convicción. Un gran gobierno, un gobierno que trasciende se forma, se hace y se construye con pequeñas acciones y con las decisiones que en suma integran y constituyen un proyecto de gobierno.
Unos de los servicios públicos más sensibles para la comunidad son los de seguridad y vialidad, junto con el primario de agua potable. A través de estos servicios la población califica a sus autoridades, aún a pesar de que esa calificación no tenga en muchas ocasiones alcances inmediatos.
En los tiempos actuales el servicio de agua potable en Aguascalientes ha entrado en una etapa de amorcillamiento. La gente soporta el atraco de un servicio carísimo, pero no lo hará para siempre. Pero este no es el tema ahora.
Hoy el tema tiene que ver con las luces de la seguridad. Esta es una expresión hasta cierto punto pomposa o aún desconcertante, pero no tiene nada que ver con sesudas disquisiciones sobre el tema de la inseguridad. No. Es el título para estas reflexiones que de manera insistente quiero señalar como indicativas de la calidad de uno de los servicios públicos fundamentales: el de seguridad y vialidad.
¿Le ha tocado al lector ir por las calles de la ciudad, teniendo atrás o delante de su vehículo una patrulla de seguridad pública con las torretas encendidas, sin que sea evidente que la patrulla transita en o hacia una situación de emergencia?
No pregunto por la respuesta. Es casi seguro que sí. Y menos pregunto por el comentario del lector al recordar la molesta intensidad de tales luces que son “para nuestra seguridad”.
Hace unos días –y desde luego no fue la primera vez, pero ojalá sea la última- me tocó una vez más sentir y apreciar qué bajo nivel de conciencia sobre los alcances y forma de prestación de este servicio público que existe en el mando de la corporación. Circulando desde la Casa de la Cultura hasta el cruzar el Primer Anillo por la calle Aquiles Elorduy, con el tránsito lento que caracteriza a dicho tramo, llevé delante de mí una patrulla con las luces de las torretas encendidas. Al llegar al Primer Anillo, después de tanto tiempo, ya iba como liebre lampareada. En el semáforo de ese crucero pude al fin emparejarme a la patrulla para hacerle el comentario al oficial conductor.
Para mi sorpresa, la amabilidad del oficial de la patrulla fue notoria y sobre todo su acuerdo con mi comentario. Dicho servidor público, cuyo número de patrulla está grabado en el disco duro de mi memoria pero que por ningún motivo divulgaría, me expresó que no era yo la primera persona que les hacía ese comentario y que ellos lo pasaban más arriba, pero que “los mandos no entienden”. Fíjese el lector: este oficial, en una expresión de decencia, manifestó inclusive sentir pena con los conductores quienes tienen –tenemos- que sufrir el continuo destello innecesario de las luces de la prepotencia que se le impone a los patrulleros. Dijo: “ya nomás uno se agacha de vergüenza cuando los ciudadanos lo voltean a ver molestos por el encandilamiento”.
Ante dicha actitud de conciencia en el servicio público le pregunté al oficial: ¿Con quién tengo que ir para hacerle el comentario? Y me respondió: ¡A la Prensa! Y le tomé la palabra.
Insistimos que son los detalles los que suman e integran la totalidad de un servicio público para poder ser calificado, ya sea de bueno, regular o malo y sobre todo son reveladores de la visión, capacidad y dirección que las autoridades tienen respecto de los servicios públicos de su competencia.
Las luces de las patrullas, encendidas sin sentido, revelan prepotencia, ignorancia e ineficiencia en la conducción de las decisiones del servicio. ¿Es así como la policía ha sido supuestamente bien calificada por quién sabe qué institución? ¡Vaya calificación! La única buena, válida y efectiva calificación la damos los ciudadanos. ¿Usted qué opina?
Además de tales características reveladas respecto de la conducción o dirección del servicio público de seguridad, es de párvulos considerar que con las luces encendidas en tales circunstancias se puede llegar hasta ocasionar un accidente y de ser así, la responsabilidad recaería sobre la negligencia de los funcionarios encargados del servicio. ¿Podemos esperar y estar conformes en que la autoridad encargada de dar seguridad sea la que propicie negligentemente la inseguridad?
Efectivamente el tema parece una cosa insignificante, pero si los mandos policiales no tienen el criterio para ordenar el uso de las luces de las patrullas, ¿lo tendrán para lo demás? ¿Es esto insignificante? ¿Qué podemos esperar para cuestiones y para la problemática verdaderamente seria en materia de seguridad pública? Pero no sólo son las luces. Las sirenas también… y huelga hacer comentarios adicionales. El lector por sí mismo ya los hizo en su mente. Así, las luces encendidas y el ulular de las sirenas son un tratar de aparentar que hay autoridad y que hay seguridad. Pero en realidad, es todo lo contrario.
Nos vemos la semana que entra si Dios nos da vida y otros no nos la han quitado.