Los daños a la salud que provoca el abuso de la marihuana son básicamente el incremento del ritmo cardíaco y la hipertensión arterial, así como fallas en la coordinación psicomotora, en la concentración mental y en la memoria a corto plazo; también se manifiestan quebrantos en el aparato respiratorio, sobre todo si se fuma mezclada con tabaco. En cuanto a su uso moderado como alimento sólido o líquido o en su forma vaporizada no parece haber riesgos significativos.
En cambio posee amplias propiedades terapéuticas: estimulante del apetito, combate la anorexia causada por cuadros depresivos; reduce “los temblores de la esclerosis múltiple”; es capaz de destruir células cancerígenas sin afectar las sanas y apoyo útil “frente a las náuseas producidas por tratamientos de quimioterapia o contra el SIDA…” En su forma natural se emplea “en el tratamiento del glaucoma, asma… migraña, insomnio….” y sus cualidades antirreumáticas tienen fama pública.
Nada de lo anterior significa que deje de ser una droga psicotrópica cuyo abuso es necesariamente perjudicial. Y una sobredosis puede tener consecuencias graves tanto para el consumidor como para quienes lo rodean, como con cualquier otra droga “dura”.
Sin embargo, se puede afirmar que el consumo de marihuana no es un problema de salud pública, porque las estadísticas prácticamente no reportan fallecimientos por esa causa. En cambio, un millón 200 mil personas mueren anualmente en el mundo por causas asociadas al tabaquismo. ¿Cómo es que aquella es tan perseguida mientras que hasta los niños pueden obtener cigarrillos en cualquier estanquillo?
¿Porqué se persigue la cannabis?
De los 10 mil años que la humanidad tiene beneficiándose de su uso, el primer registro histórico consistente de restricción de la cannabis sativa lo encontramos hasta la tercera década del siglo XX. Veamos:
El primer factor fue la conclusión de la Primera Guerra Mundial en 1918; los soldados volvieron a sus respectivos países con serios problemas psicológicos; pero el de los Estados Unidos, imperio en ascenso con una economía boyante que no había sufrido un solo bombardeo en su territorio -todo diametralmente opuesto a la devastada Europa-, consideró pertinente controlar a aquellos jóvenes que regresaban del frente de batalla con medallas al valor pero drogadictos; entonces estableció la famosa “Prohibición” del alcohol conocida como “Ley seca” en 1919, vigente hasta 1933.
Una de las primeras reacciones de los bebedores insatisfechos fue buscar un substituto y se empezó a incrementar el consumo de la marihuana.
El segundo factor fue la recesión económica de 1929, reflejada en el crack en que perdieron sus ahorros todos los que los tenían depositados en los bancos, así como en la quiebra masiva de las empresas que dejó en la calle a los trabajadores. El gobierno, causante del problema por su política económica de producción ilimitada, empezó a buscar culpables.
Y a los primeros que encontraron fue a los mexicanos ilegales que ocupaban los puestos de trabajo que despreciaban los “primos”; pero éstos, al perder los suyos, empezaron a encontrar atractivos los de los braceros. Para quitárselos, aparte de considerarlos una carga para su país a pesar de ser una comunidad pacífica, repentinamente empezaron a verse acusados de toda clase de delitos -especialmente estupro, asesinato y perversión de menores-, supuestamente influenciados por la marihuana que, según eso, solo ellos fumaban. Todo para soliviantar a los padres de familia blancos en contra de la población cobriza. Es decir, utilizaron la misma táctica de Hitler en contra de los judíos en Alemania.
El encargado de esta sucia campaña racista y de represión laboral fue un tal Harry J. Anslinger, quien, al ser designado director del Buró Federal de Narcóticos y Drogas Peligrosas (FBNDD) al fundarse el 12 de agosto de 1930, contó con grandes recursos, aparte del apoyo de grupos fanáticos, similares o seguramente derivados del Ku-Klux-Klan.