Al iniciar la descripción de las drogas psicotrópicas más comunes, dijimos que para simplificar las dividiríamos en tres grupos: 1. Psicoestimulantes, como la nicotina y la cafeína; 2. Psicodepresoras, como el alcohol; y 3. Las comúnmente conocidas como psicodélicas o alucinógenas, por el uso de ciertos vegetales que producen ensoñaciones irreales o fantásticas, que van desde la esquizofrenia hasta la experiencia mística, lo que depende de cada organismo, así como de las expectativas del consumidor, el medio y circunstancias que lo rodean, la dosificación y la forma de administrarlas. Su nombre correcto es enteógenas (del griego “éntheos… ‘poseído por un dios’… y génos… ‘origen, nacimiento’…” es decir “devenir divino por dentro”, con el que se califica a las religiones animistas del paleolítico).
A este último grupo pertenecen, entre otras drogas, ciertos hongos rituales americanos como el mongui -nombre tomado de esa cultura bajacaliforniana exterminada por los españoles- de uso tradicional en México y Centroamérica -pero también importado por Europa-; o el teonanacatl (del náhuatl nanacatl “hongo” y teotl “sagrado”) que utilizaba la prodigiosa curandera indígena mazateca María Sabina, convertida involuntariamente en famosa sacerdotisa internacional por los Beatles, los Rolling Stones, Jim Morrison y el científico Gordon Wasson.
Relacionada íntimamente con la anterior, tenemos una droga semisintética llamada dietilamida de ácido lisérgico -comúnmente conocida por las siglas LSD y también como “ácido, tripi o tripa (del inglés trip, viaje)”-, no adictiva pero sí muy potente, bajo cuya influencia se dio el movimiento mundial pacifista, antirracista y en pro de la revolución sexual de la posguerra, que conocemos como hippie, surgido en la Gran Bretaña y en los Estados Unidos en la década de los 60 del siglo pasado, y con el que se difundió el rock llamado, precisamente, psicodélico.
Y desde luego la cannabis sativa, cuyas principales formas de preparación son el ganjah hindú y el haxxix, hashish o hachís (“hierba”) árabe, a partir de la resina de las flores femeninas secas, en las que reside la mayor concentración de cannabina (Tetrahidrocannabinol o THC) por lo que es la más fuerte; la marihuana, que es la mezcla triturada de hojas y flores; y hay formas aun más suaves, como el bhang hindú, que es una especie de infusión que se obtiene “cociendo en agua o en leche las extremidades de las plantas silvestres, las cuales tienen un menor contenido de droga”. Todas se beben o se fuman, pero el ganjah también se acostumbra en dulces (charas) y pasteles, y el bhang disuelto en copas de café.
Efectos de la marihuana
Éste es un tema muy polémico, pues va desde quienes luchan por la legalización de esta droga, destacando sus virtudes visionarias, hasta los prohibicionistas que la satanizan como una simple droga euforizante, y no hay acuerdo sobre todo en cuanto a si provoca o no dependencia. A este respecto, parece ser que aunque sufre cierto síndrome de abstinencia quien la deja de consumir, “no hay constancia de que produzca dependencia física”, pero la psicológica sí se manifiesta.
En lo que parece no haber discrepancia es en cuanto a que los efectos “suelen aparecer de manera inmediata y alcanzan su apogeo a la media hora… terminando en aproximadamente dos horas;” si la vivencia es placentera aumentará su apetito; experimentará una sensación de ensoñación y bienestar; distorsión e incremento en la intensidad y brillo de las percepciones sensoriales (visuales, auditivas, olfativas, gustativas, táctiles y del equilibrio); disminución en el ritmo del tiempo y, en general, percibirá la realidad de manera totalmente diferente a lo normal. Por el contrario, si la experiencia es desagradable, puede llegar incluso al vómito y, de ser la primera experiencia, lo más probable es que también sea la última y no lo vuelva a intentar. n
(Continuará)