Mucho se ha escrito sobre el tema que ha ocupado y preocupado al país en los últimos 12 días. Sobre la influenza se han expuesto todos los tipos de opinión, difundiendo a través de los medios masivos de comunicación al público muy diversos criterios. También en el “voz a voz” entre la población mexicana se transmiten comentarios de muy diversa naturaleza.
No comparto en lo personal y rechazo con firmeza las fantasías de la teoría de la epidemia como un montaje escénico. Son criterios estúpidos y más estúpidos los que los sostienen –con perdón de quien me lleve en el comentario. Ahí están los enfermos y los muertos.
Sería un suicidio político hacer un montaje de esta envergadura. Engañar a todo un país y jugar con su salud, con su temor, con su nobleza y con la situación económica de cada uno de nosotros; sería el acabose de todo un gobierno y el destierro de los autores y promotores de una patraña de esa magnitud. Sería una locura. La reacción popular al descubrirse la falsedad o simulación sería de proporciones indescriptibles; sin lugar a dudas, sería una furia desencadenada.
La calidad moral y los valores personales del Presidente están muy lejos permitir una farsa de ese tipo. Además, al gobierno –incluyendo a los tres poderes federales y de todos los estados y a los mismos partidos políticos- no le es necesario, en las actuales circunstancias del país, inventar una engañifa de esas características para tomar las decisiones y llevar a cabo los actos que se quiera realizar. Ningún problema del país, al menos de los presentes, requiere ni justifica ni soportaría un embuste de ese tamaño. Ni el narcotráfico, ni las leyes en materia de seguridad pública, ni los préstamos, ni las ganancias rápidas y fabulosas del ramo de la medicina, ni todos juntos, así como ningún otro de los inventos de esas mentes fantasiosas –que comparten la ínfima baratería imaginativa de las películas comerciales gringas- son suficientes para razonablemente sustentar la teoría del engaño.
Por el contrario, son esos inventos los que de manera virulenta explotan la ignorancia, confunden a la gente y merman el ánimo de todo un pueblo en los momentos en que lo más necesario es la verdad, la decisión, la unidad y toda la fuerza para superar la adversidad.
La amenaza y el problema han sido de dimensiones tal vez insospechadas, pero el virus y sus consecuencias fueron atajados con la oportunidad que fue posible y con las medidas drásticas que han sido necesarias. Si bien no todo ha sido perfecto en la actuación de las autoridades –sobre todo a nivel estatal y municipal, en los que las deficiencias, omisiones y negligencias han proliferado- el gobierno y el pueblo, de manera conjunta, hemos sabido salir avante –hasta ahora- de esta enorme contingencia, a pesar de lo lamentable de los fallecimientos ocurridos.
El gobierno federal asumió la crisis de salud, tomando las medidas para evitar una catástrofe sanitaria. Se tomaron las decisiones legales correspondientes, constitucionalmente soportadas, no obstante lo que digan los boquiflojos coyotes, improvisados abogados, y se tomaron también las decisiones operativas conducentes. Y el pueblo respondió.
Cualquiera que se tome la molestia de leer con detenimiento los criterios y lineamientos jurídicos expedidos en estos días por las autoridades federales y locales en relación a la suspensión de actividades escolares, operación y funcionamiento de centros de trabajo, reglas del distanciamiento entre las personas para evitar contagios y aun las determinaciones para la campaña electoral, tendrá suficiente información sobre las facultades legales de las autoridades para casos de emergencias sanitarias y sobre su sustentación constitucional. No hemos estado en situación de transgresión de las garantías individuales ni en el desconocimiento del Estado de derecho. Por el contrario, se ha actuado con pulcritud jurídica y con firmeza política. Cabe recordarle a los detractores de los decretos presidenciales que aún la Ley de Amparo dispone la no suspensión de los actos de autoridad, cuando con ellos se trate de combatir eventos como el que nos ocupa.
Pero más importante que la discusión sobre la actuación jurídica de la autoridad, es valorar la actuación de los mexicanos ante esta emergencia sanitaria.
Debemos sentirnos orgullosos de estar saliendo adelante, superando un virus nuevo y mortal, es decir desconocido y de alcance fatal. Aun sin estar enfermos estamos sufriendo sus consecuencias y las seguiremos teniendo, pero estamos dando una lección al mundo. Una lección de valor, de decisión y de eficiencia. Aun a costa del rechazo que en muchas partes del mundo hoy sufre México y sufren nuestros compatriotas y con todos los efectos dañinos que ello conlleva, se asumió la emergencia, no se ocultó como lo hicieron los chinos con la gripe aviar y se actuó con decisión para cortar los caminos del virus y protegernos y proteger al mundo.
La emergencia y los resultados del actuar de los mexicanos deben ser medidos no en función de las fallas –entendibles ante una situación de la trascendencia que estamos evitando- sino en atención a sus resultados positivos. Hoy por hoy no nos tenemos que lamentar por la desaparición de miles, decenas de miles o cientos de miles de mexicanos fallecidos. Este resultado no es sólo por una acción, decisión ni decreto del gobierno sino por el actuar, la colaboración, el entendimiento y la voluntad de todos los mexicanos. Con los niños y jóvenes en las casas, sin escuelas y sin parques; los jóvenes sin antros, los playeros sin discotecas, los viajeros sin restaurantes o con mucha dificultad para encontrar un sitio donde comer en el camino, con muchos, muchos sin ingresos por el cierre de los centros de trabajo o por verse vacíos de clientela y casi todos con tapabocas, hemos estado superando la adversidad. ¿Acaso necesitaríamos ver miles o millones de muertos para creer en verdad en la emergencia y entonces actuar sólo para recoger muertos?
Creo que México ha dado y está dando una gran lección al mundo. El mundo tiene ahora más que nunca la oportunidad de ver un México decidido, consciente de sus posibilidades, y sobre todo un país confiable para actuar como lo requieran las circunstancias, aun a pesar de la adversidad. El mundo nos está conociendo mejor y nos tendrá que considerar como lo que somos, a pesar de nuestras dificultades económicas: un pueblo responsable y decidido a construir un mejor futuro, aun sobre el propio virus de la adversidad. El turismo vendrá con más confianza y los mexicanos seremos mejor vistos en el exterior.
Sigamos cambiando la imagen de México ante el mundo. Que el mundo vea en México y en los mexicanos un pueblo que enfrenta la adversidad sin miedo, con responsabilidad y con valor, aun a costa de las consecuencias que por ello se tengan que afrontar. La actitud mexicana ante la amenaza de la influenza debe trascender como una influencia de México hacia el mundo.
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