Son tiempos de guerra, tiempos de tempestad, tiempos de perros, tiempos electorales. Los procesos electorales marcan el término de la paz y el inicio de un despliegue apabullante para ganar las conciencias flojas y echarse electores a la bolsa y con ello alimentar la gula de los partidos políticos. Soltarán las palabras y las imágenes de la lucha electoral, abrirán trincheras, cavarán diferencias, levantarán muros y erigirán torres de promesas. Ya no habrá paz, todo será un ensordecedor ruido que bajará el umbral de conciencia de los ciudadanos, aturdirá los sentidos y minará la claridad de pensamiento.
Los bastiones ancestrales de los partidos electorales estaban construidos sobre una malla filosófica y doctrinaria que guiaba en lo general aquellas líneas discursivas y las emociones políticas de los ideólogos, militantes y simpatizantes, desde las luces de Gómez Morín, Lázaro Cárdenas o Calles. Esto le imprimía una enorme fuerza y regia personalidad a los partidos emergentes, se distinguían por sus planteamientos básicos y estaban imbuidos con un cemento ideológico con que unían sus comportamientos habituales. Esa congruencia elemental fue siendo erosionada cuando uno y otro partido empezó a confundir las estructuras partidarias con el Estado, a éste con los poderes fácticos y éstos a su vez con los partidos, de tal forma que lo que antes era un principio básico de contrapesos entre el poder político, el poder del Estado y el poder del dinero, se perdió para integrarse en un facineroso y cínico mismo grupo.
Ahora los partidos políticos han modificado la lógica democrática de su representatividad y son como la Doña, María Félix: se representan a sí mismos. En consecuencia las campañas tienen como propósito hacernos creer que tienen motivaciones relacionadas con nuestro bienestar y que representan genuinamente a la sociedad en general, aunque algunas veces con un acento sobre los pobres, los marginados, los desempleados o algún grupo considerado como vulnerable.
Las campañas son diseñadas para tocar la sensibilidad de la población, no para informar ni para poner a su consideración los planteamientos de campaña. Entonces seleccionarán los tópicos que la ciudadanía identifica como problemas y sobre los cuales puede enunciarse una sentencia con la cual difícilmente causarían una diferencia con la percepción común. Las expresiones y propuestas se reducen a la simplicidad que marcan unas palabras que tintinean suaves y seguras, aterciopeladas pero firmes, casi musicales pero enérgicas: “acciones de verdad”, “tú eres nuestro futuro”, “contigo y México”, “por el bien de todos”, “por la paz y el desarrollo”, “por nuestros hijos”, “paz y seguridad para nuestras familias”. Realmente no anidan una propuesta y mucho menos formulan un planteamiento argumental, sino un esqueleto hueco, conceptualmente indescifrable, pero edulcorado y melodioso.
El desarrollo de los discursos y textos estarán empapados en la complicidad semántica que provoca la primera persona, de preferencia en plural: “nosotros construiremos un futuro para nuestros hijos”, “ganaremos a la abstención y a la corrupción en el poder”, “nuestro partido es un partido para el bienestar de la familia y para el empleo”, “hemos construido un partido para el pueblo”, “nuestros votos nos darán la fuerza para impulsar un proyecto nuevo para nuestro estado”. Ahora ya no sabremos en qué momento es su partido y en qué momento nuestro partido, pero naturalmente nos veremos gratamente confundidos al compartir intereses comunes y de participar gregariamente en un organización que nos pertenece ¿A poco no se oye bien?
En otros casos se parte de un contrapunto argumental, la identificación o la construcción de una amenaza o enemigo a vencer. Las posiciones maniqueas y simplonas ayudarán mucho a este tipo de esquemas que polarizan las tendencias aprovechando la palanca que ofrece un odiado enemigo, que bien puede ser un torpe dinosaurio, un rijoso de izquierda o un corrupto PAN que no se come, o bien, cualquier elemento que pueda ser presentado como agresivo o malo: el virus de influenza, la inseguridad, el narcotráfico, los secuestros, los impuestos, la corrupción, la tenencia,… cualquier hijo del diablo que nos despierte la ganas de romperle su máuser y librarnos de sus ominosas cadenas esclavizantes o causantes de terror.
En contrapartida, las imágenes y referencias a nuestros atávicos instintos biológicos y sociales serán motivos para un mundo feliz. Desde las campañas de los ochentas los candidatos ya no salen con su cara de palo o sus labios de ostra, sino con una sonrisa enamorada, suave, tierna a veces, corregida por el photoshop; de preferencia que el candidato sea presentado con su familia, bien vestida sin llegar a la ostentación, eso dará el gatazo de que se trata de una persona estable, feliz, que respeta a la institución familiar y emanará confianza, envidia e identificación con nuestros gustos sociales.