Después de que concluyó la anterior y exitosa temporada de la OSA, ocurrida aquella antes de toda la serie de contingencias y angustias vividas por la población local, y exitosa en términos no estrictamente del orden musical e interpretativo (baste recordar la pestilente relación Mariachi – Orquesta Sinfónica y la deplorable exposición llevada a cabo con la “Carmina Burana” de Carl Orff), sino porque el Teatro Aguascalientes, en aquella ocasión siempre contó, o casi, con lleno absoluto, se da inicio a la llamada Temporada Primavera, cuyo principal referente lo constituye la figura de Franz Joseph Haydn, llamado por los historiadores como el Padre de la Sinfonía. Y precisamente, el primer concierto de la temporada (motivo de esta reseña) se inicia con la Sinfonía No. 82 (L’Ours) del citado compositor austríaco. ¿Cómo valorar la versión que en la noche de viernes realizó el director invitado principal, Israel Yinon?
Mi perspectiva general sobre las sinfonías de Haydn, hasta hace algunos meses, era la de que todas, sobre todo las últimas de su catálogo, eran en extremo parecidas, y que no se requiere de grandes o específicas virtudes interpretativas a cargo de atrilistas para mostrarlas al público; podría incluso afirmar que me sonaban “aburridas”. Pero para el caso, adquiero la producción discográfica titulada Farewell (Número 2029 de ECM New Series), realizada en el mes de mayo de 2007, en la Himmelfahrtskirche de la ciudad de Münich, en la que intervinó precisamente la Orquesta de Cámara de tal ciudad, dirigida por Alexander Liebreich, para mostrarnos sus versiones a las Sinfonías Números 39 en sol menor para dos oboes, cuatro cornos y cuerdas y 45 en fa sostenido menor para dos oboes, dos cornos y cuerdas (“Los Adioses”): en mi vida había escuchado tanta “frescura” en la obra de Haydn, y fue precisamente ello, lo que me hizo modificar mi opinión inicial, y concluir que en todo caso, hay que entender plenamente al compositor para abordarlo de la manera correcta, y si no es ello, darle otro sentido a la idea original, que resultaría más atractivo.
Por ello, en extremo válida la versión propuesta por el director invitado, que nos proporcionó un “sonido” de la Sinfonía Número 82, más cercano a la obra de Georg Friedrich Händel. Y si no me cree, revise usted (porque se realizó la grabación del concierto) la forma en que se “escuchó” el Tercer Movimiento –Minuett- de la citada. Como sea, y no obstante el intento, tal versión NO logró “emocionar” al escaso público asistente al evento, que apenas si entendió lo que se pretendía en tal momento, y se concretó a aplaudir al final, por mera rutina.
Una vez concluido tan frío inicio de temporada, se procede a la interpretación del “Concierto Varsovia” de Richard Adinsell, y que según los programas de mano, “…es una de las piezas musicales con mayores arreglos, versiones instrumentales y adaptaciones…”, y que por ello “…es un privilegio escuchar su versión original…”. Y de nueva cuenta me remonto al pasado, para intentar explicar que fue lo que sucedió con la interpretación realizada por Mauricio Náder.
Respecto de tal Concierto Varsovia, identifico sobre todo dos versiones: la primera realizada en la década de los 50 del siglo veinte, por una gran estrella del show bussiness musical, el inefable Liberace, y cuya grabación en acetato se perdió entre tantas cosas del pasado, pero que significaba la simbiosis exacta del éxito; no se sabía si tal Concierto era importante por la versión de Liberace, o que este era el único que podía darle sentido al mismo. Y la segunda, a cargo de Gonzalo Rubalcaba, y que aparece en su producción discográfica llamada Mi Gran Pasión, realizada en Tonstudio Bauer, de la ciudad de Ludwigsburg, en el mes de julio de 1987, en donde la marca de la música caribeña se deja sentir con toda su fuerza. Por ello, debo decir que lo que al respecto se escuchó el pasado viernes, resultó en extremo deplorable, y más aún, porque en varios momentos del desarrollo del concierto, la orquesta “se comió” al solista, cuya intención y presencia se perdió en los acordes iniciales, y que no recuperó siquiera con los encores a obras de Chopin, también muy deficientemente presentadas.
Y en la parte final, fue la interpretación de la Cuarta Sinfonía de Johannes Brahms, obra que conocí plenamente hace varios años, por la curiosidad generada a principios de los 70 del siglo pasado, al escuchar a Keith Emerson (sí, el de Emerson, Lake & Palmer) y The Nice, recrear el tercer movimiento –“Allegro giocoso”- con el recurso del llamado “rock progresivo”. Pues bien: de sinfonía a sinfonía, un abismo enorme el existente entre la inicial de Haydn y la final de Brahms, presentadas esa noche y que quizás nos mostró esa elementalidad anotada en el compositor austríaco; evidentes imprecisiones durante el desarrollo del primer movimiento –“Allegro non troppo”- al no poder conjuntarse a plenitud la sección de alientos con la de cuerdas (que por cierto, el señor director supo conducir muy bien); los dos movimientos restantes fueron presentados, eso sí, en su exacta dimensión. Pero igual me pregunto: ¿Qué entorno social y/o cultural debemos vivir como público para que una obra como la presentada en último término nos emocione, nos provoque o nos emita algún significado importante? Recordemos que la Cuarta Sinfonía se compuso entre los años 1884 y 1885; ¿Qué el mundo y su gente no se han transformado en más de doscientos años? ¿En términos de qué parámetros sociales se conforman los programas de la temporada de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes?
Como sea, y como tercos aficionados al arte musical, estaremos presentes en el segundo concierto de la Temporada Primavera, en espera de que algo bueno podamos encontrar.