En estos días se cumple un aniversario de la muerte de Pepe Dávila, quien en los últimos años antes de morir se desempeñó como director de Radio Universidad. El tiempo pasa y su estilo de trabajar se mantiene vigente, como si estuviera vivo. La última vez que lo vi fue precisamente en los pasillos de Ciudad Universitaria y, como siempre, me hizo preguntas irónicas sobre diversos temas y, en un tono más serio, sobre la posibilidad de colaborar en alguno de los proyectos de Radio Universidad. Al tiempo que me cuestionaba me tomaba del brazo y, también, como siempre, se despedía con una broma que se alargaba hasta dónde los sentidos de la vista y el oído lo permitían.
El sentido de humor de Pepe siempre iba acompañado de una impresionante capacidad para darle un valor agregado a la conversación banal. Era esa misma destreza que le servía para imaginar y realizar proyectos radiofónicos que siempre concluían en un buen puerto. Quizá el indicador más claro de esta actitud, además de los múltiples proyectos exitosos, era ver la emoción y el compromiso que a simple vista se notaba en todos los que trabajaban a su lado.
Pepe era un maestro involuntario. Las iniciativas que tomaba, la seguridad con que las operaba hacían parecer que el trabajo de radio era fácil. Esto pasaba hasta que alguien tratando de imitar sus proyectos tropezaba con problemas. Esto de hacer fácil lo complicado ganó la admiración de propios y extraños, y un lógico deseo de aprender de él todo lo posible. Esto explica las decenas de alumnos que siguen su escuela y aun hoy reproducen sus enseñanzas. Sorprende finalmente que la mayoría de los alumnos mencionados se hayan distinguido por aplicar técnicas variadas del oficio pero, sobre todo, por compartir una visión apasionada y comprometida con el trabajo crítico e independiente.
Precisamente además de la creatividad descrita, los valores de la autonomía y la crítica le valieron a un tiempo reconocimientos sistemáticos a su trabajo y, en contraste, un desprecio o al menos una minusvaloración de sus ideas y de muchos de los trabajadores que forjó con el mismo sentido y similar disciplina que siempre impregnaba al trabajo. El aniversario luctuoso de de Pepe Dávila debería ser una oportunidad para recordar los caminos que llevaron a Radio Universidad a competir, respaldada en una identidad propia, con los medios de comunicación comerciales de Aguascalientes, y a tomarles ventaja, con menos recursos materiales y financieros que los medios privados. Esta actitud dignificaría a la universidad y al menos restaría parte del agravio que se cometió en contra de los trabajadores que fueron separados de la misma de manera inexplicable y absurda.
Dos recuerdos imborrables tengo de mi efímera amistad con Pepe. Uno, el momento en el que yo intentaba hablar con solemnidad de la política local en su oficina y él se burlaba de mí por tratar con tanta seriedad sobre el tema, un hecho que me recordaba que hay asuntos más importantes en la vida. El otro recuerdo es una fotografía en la que aparece al centro de muchos de sus amigos en el foro del Teatro de Aguascalientes, como si estuviera dirigiendo una orquesta. Pepe aparece unos días antes de su muerte jugando con seriedad, reconociendo y aceptando la amistad sincera que muchos de los presentes le obsequiaban. Ese reconocimiento de todos los que lo acompañan y la disposición para hacer un ritual de despedida deberían de ser motivo suficiente para conmemorar institucionalmente sus lecciones de eficacia y de humanidad que siempre le distinguieron.