Un intrigante episodio evangélico, Lucas 10, 38-42, nos remite a la disyuntiva entre una vida distraída por el mucho trajinar, y otra concentrada en el aprendizaje para vivirla. Y curiosamente son dos los prototipos de mujer, que se contrastan frente a este dilema. Se trata de las dos hermanas amigas de Jesús, que lo reciben en su casa de Betania (a unos tres kilómetros de Jerusalén), y mientras Martha se afanaba en la preparación de alimentos y del servicio a la persona del maestro y sus acompañantes, María entre tanto se había sentado a los pies de él y escuchaba absorta sus palabras. No se hizo esperar el reclamo de Martha ante Jesús, por la falta de ayuda de María a sus muchos quehaceres, principalmente para darles de comer; a lo que tuvo como respuesta: “te afanas y preocupas por muchas cosas, y de una sola hay necesidad. María, en efecto, eligió para sí la mejor parte, que no le será quitada”.
El punto que Jesús quiere enfatizar, es el relativo a los muchos trabajos que realizamos por obtener el pan –alimento- de cada día, siendo que en verdad es suficiente con poco para mantener en buena condición nuestro cuerpo; en cambio, el alimento del conocimiento que se requiere para alcanzar una vida plena, es la sola cosa de que hay necesidad. En un pasaje ulterior del evangelio de San Juan 6,26 –a causa del milagro de la multiplicación de los panes, una muchedumbre le buscaba y lo fueron a encontrar al otro lado del mar de Cafarnaúm-, a quienes Jesús les dijo llanamente: “En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque visteis señales, sino porque comisteis de los panes y os saciasteis”. E inmediatamente les instruye (v.27): “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna”.
La respuesta dada a Martha adquiere, aquí, todo su sentido. María, sentada a los pies de Jesús, adopta la tradicional postura del discípulo, se está atento a la escucha de la palabra del maestro, libre de todo afán, en una serena quietud lista para el aprendizaje; máxime en tiempos cuando la transmisión del conocimiento era eminentemente oral. Queda claro que la prioridad de Jesús es la opción por el alimento del conocimiento que alienta la vida humana hacia una vida perdurable y en toda su plenitud. Pero, está muy lejos de ser un profeta desadaptado de este mundo, o un visionario que actúa fuera del sentido común a todos los mortales; en realidad, estos episodios en torno a sus amigos Lázaro, Martha y María, los vive como un preámbulo meridianamente consciente, al punto culminante de quiebra que señalará su término existencial aquí en la Tierra, y que son ocasión inmediata del complot de las autoridades judaicas sobre su muerte, su injustificable juicio sumario, su dolorosa pasión y muerte en la cruz.
Dicho de otro modo, Jesús no propone un tipo de contemplación vivida como reza la expresión italiana: “il dolce far niente”, o como ocio indulgente hermanado con la pereza, como huída graciosa de la vida activa, retirada de los negocios y ocupaciones de este mundo. Antes bien, propone una atenta escucha a su palabra que es opción decidida por traer el Reino de su Padre al tiempo y espacio históricos de este mundo terrenal, a sabiendas que causará no tan solo controversia ante los regentes políticos y religiosos de su época, sino que suscitará su animadversión más profunda porque revela ante el ciudadano y laico común, su falsa autoridad moral y con ella su absoluta ilegitimidad para someter al pueblo, a un ritualismo y regulación esclavizante, en lugar de instalarlo en la plena libertad y dignidad de hijos de Dios. Como su buena nueva proclama con valentía.
Seis días antes de la Pascua, Jesús regresa a Betania, porque le ofrecen una cena sus amigos, en la que se repite un cuadro ya habitual, María servía, Lázaro era uno de los comensales, y María mediante un gesto en que sobreabunda su admiración y afecto por Jesús, le unge los pies utilizando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y los seca con su pelo, e inundando con su fragancia la casa. Acto que Jesús reedita como anuncio cierto de la unción que habría de recibir una vez muerto. Este es el punto crítico de su argumento. Mientras sus propios discípulos y seguidores se preguntaban sobre el derroche con que le investía su querida amiga, él anunciaba mediante ese preciso símbolo el sacrificio último de su propia vida en aras de dar el testimonio supremo de su amor por la causa del hombre, al que está trayendo el Reino del Padre con su persona.
En suma, optar por creerle a Jesús es signo inequívoco de que su mensaje y su entrega sacrificial cumplen a cabalidad su misión en esta Tierra, abriéndole a todo hombre y a toda mujer la posibilidad de ser libres, emancipados y poseedores de la titularidad en tanto hijos de Dios.
Sin duda alguna, la mujer en las dos vertientes posibles de su comportamiento ante la vida, representa con gran pertinencia los dos prototipos fundamentales con que actuamos los seres humanos: por un lado, la vida activa, las ocupaciones de todo tipo, los negocios, las preocupaciones por el alimento, el diario sustento, los satisfactores de la salud, y aun los signos externos del status social con que ansiamos distinguirnos de los demás, en ello podemos gastar una vida; por otro lado, la actitud contemplativa que es búsqueda insaciable de conocimiento e inteligencia para un vivir pleno e integral, con dignidad total como seres creados a imagen y semejanza de Dios. Contemplación que no es delectación improductiva y solitaria, sino empresa histórica y solidaria que puede significar la entrega libre y voluntaria de la propia vida por el bien de los demás. Esto se parece al Reino que está viniendo a nosotros, y que para hacerse verdad aquí en la Tierra, espera nuestro asentimiento. Esta es la opción fundamental de cada persona. n