La Feria de San Marcos inicia actividades y entra inmediatamente en su fase más intensa. Arranca oficialmente el 18 de abril, aunque ya desde hoy tiene actividades culturales, y en el transcurso de casi toda la semana en curso. Seguramente el próximo fin de semana la gente circulará en gran número en las plazas, calles y rincones del barrio de San Marcos, verificando las novedades de 2009 y, aprovechando que es quincena, gastará en unas horas todo o una buena parte del dinero recientemente ganado. Mientras camina pensará al menos una vez si la Feria es todavía un orgullo o simplemente el escenario de una rutina.
180 años de historia en la que San Marcos, su plaza y jardín balaustrado, se convirtieron en el eje urbano de toda la actividad ferial, ahora se diluyen por el peso de un proceso de desarticulación que ha llevado al Ferial de Palacio de Gobierno al Teatro de la Ciudad, de la plaza de toros San Marcos al amplio y nuevo coso taurino, y del teatro del pueblo de la Plaza de Armas a la orgullosa, frágil y escenográfica velaría. Y, por si algo faltaba, el eje perdió la poca fisonomía que le quedaba con el surgimiento de un nuevo espacio ferial, llamado por muchos años Isla de Guadalupe, y que ahora por homogeneidad temática, por ocurrencia y por no se que más, la han rebautizado como Isla san Marcos.
La velocidad con la que ha cambiado la Feria Nacional de San Marcos en los últimos años coincide con el crecimiento territorial. Este dato ha provocado que en el marco de la verbena centenaria se haya perdido la centralidad del conjunto arquitectónico en el que conviven el jardín, la plaza de toros y el templo de San Marcos. Este antiguo núcleo de la feria conectado a la plaza principal de la ciudad de oriente a poniente por la calle Venustiano Carranza y de Norte a Sur con el andador de la feria y la nueva plaza de toros, provocó un efecto de estiramiento que afectó la jerarquía de los espacios concurrentes. A partir de estas modificaciones todos los lugares tienen la misma relevancia, aunque se perciben altas y bajas en las que, mientras unas partes del conjunto ganaron jerarquía por el tipo de infraestructura, otras la perdieron, como el Jardín y su entorno, de forma inexplicable y casi sin hacer ruido.
Ahora la zona del Jardín es en los hechos un patio de maniobras, entrada de emergencia para policía, ambulancia y bomberos. Centro de desechos humanos no oficial, y zona de intentos tímidos y superficiales que buscan recuperar el valor arquitectónico, urbano e históricos, y en menor medida religiosos, de este viejo centro cerebral desde donde se distribuía y explicaba el resto del entorno ferial. Varias administraciones recientes han intentado equilibrar el punto al planear cambios a nivel de piso en las calles periféricas del Jardín, modificaciones en la flora y fauna del inmueble municipal; otros más han buscado agregar mobiliario urbano para evidenciar la historia del Jardín, además de presuntas modificaciones en el uso del suelo para autorizar zona de comida y bares.
Nada de esto ha ocurrido. Ahora el deseo no estriba en que realmente suceda sino en que se realice y se realice con la mayor inteligencia, es decir, con planeación de corto y largo plazo, cuidado de expertos locales foráneos, sentido de trascendencia, soluciones arquitectónicas, corrección urbana y respeto histórico. Recuerdo la intervención en el complejo Tres Centurias y me pregunto algo que antes me parecía fácil de discernir y que ahora me abruma y me confunde, es decir, me pregunto seriamente qué es mejor: ¿abandonar la zona, o aceptación de intervenciones urbanas desafortunadas? ¿Prisa y lucimiento político, o deliberación pausada e intervención inteligente?