Un buen día, sin proponérmelo, caí en profundos y complicados pensamientos acerca de la radio en Aguascalientes, y en esta fecunda actividad estaba embebido, cuando recordé que alguien me dijo, o en alguna parte leí, o como decía el profeta del nopal, el legendario Rockdrigo González: “ya lo dijo Freud no me acuerdo en que lado…” que hay tres formas de ejercer la autoridad y se me ocurrió, con el fin de recordar a uno de los grandes jefes, de los que sí saben mandar por el simple hecho de que los avala el conocimiento pleno de la rama en la que se desempeñan, porque los hay quienes son jefes y no saben ni qué onda, de compartir con ustedes, amables y pacientes lectores, mi recuerdo de José Dávila, un jefe con todas las de la ley, de los que se arremangaba la camisa para entrarle al trabajo igual que los demás, entendiendo que la labor radiofónica requiere de esos directivos y no de los de escritorio arratonados en su oficina y que muy eventualmente asoman la nariz para ver si la vida sigue ahí afuera en el mundo de los mortales. Pues bien, mis pensamientos se orientaron a ubicar a José Dávila o el Mister, como le decía Concho, uno de sus más cercanos y fieles colaboradores, en una de las tres formas de ejercer la autoridad.
La primera, quizás la más primitiva forma de autoridad, es la que requiere de menos inteligencia y de hecho sirve para disimular o minimizar la falta de inteligencia o la carencia total de ella, es la del jefe dictador, el que todo lo arregla a gritos y humillaciones, intimidando a sus subalternos y amenazando a todo mundo; ésa es su manera de imponer autoridad, al punto de que quienes están bajos sus órdenes no le tienen ningún respeto, en todo caso es miedo lo que este modelo de autoridad despierta en su entorno; si el directivo que actúa de esta forma lo hace porque es la única posibilidad que tiene de evitar que alguien le cuestione sus tonterías y así, por medio de la violencia verbal, las humillaciones y ejerciendo el terrorismo laboral, impone su voluntad sin que nadie se atreva a contradecirlo. Otro de los síntomas de esta figura de autoridad es que suele rodearse de servidumbre, (y le llamo servidumbre porque en este país la esclavitud está prohibida), personas cuyo principal mérito es ejercer, sin límites, una labor de aduladores y que por lo mismo renuncian libremente a la dignidad que le es natural al ser humano (¿habrá algo peor, más ruin que renunciar libremente a la dignidad a cambio de unas cuantas monedas?): “¿qué hora es?” – “la hora que usted diga señor”. Son los más cercanos a él, los que se ríen, con una convicción total (casi que ellos se la creen), de los bobos chistes del jefe, que sonriente contempla cómo su séquito de servidores festeja sus “ocurrencias” sintiéndose complacido hasta el éxtasis y todavía, lo que es peor, creyéndose querido (sólo lo cree porque en realidad nadie lo quiere) por aquellos a quienes suele humillar y pisotear como colillas de cigarro. Yo creo que es muy difícil encontrar jefes así, sería como una mala película de ciencia ficción de esas en donde salen terribles monstruos de las profundidades del océano o que descienden de sofisticadas naves espaciales, pero uno está seguro que eso sólo pasa en las películas, no puede suceder en la vida real, sería muy cruel para ser verdad, sin embargo…
La segunda figura de autoridad está representada por un jefe paternal, apapachador, amigo del trabajador, que siente por su empleado una afinidad tal que llega a la empatía; claro que no está en sus manos mejorar el sueldo, pero sí le presta una lana para que pueda comprar la medicina del niño, y después, en la quincena, cuando el empleado, trabajador, obrero o lo que sea, intenta pagarle, este jefe se hace el desentendido, como que ya olvidó el préstamo aquel, sólo para que su subalterno entienda que no es necesario aquel pago, que mejor se lo guarde, finalmente (y esto es cierto) a él le hará falta en los aciagos últimos días de la quincena, porque el sueldo de un asalariado nunca es suficiente. Este jefe suele tener su oficina o despacho de puertas abiertas porque todos son bienvenidos, y cualquiera que decida entrar sólo para saludar no se irá sin por lo menos una palmada en el hombro, un buen apretón de manos y algunas palabras de reconocimiento por el trabajo realizado. Este jefe está bien, mucho mejor que el de líneas más arriba, pero realmente no aporta mucho al crecimiento y desarrollo profesional de sus trabajadores.
La tercera figura de autoridad, ésta es la buena, es la del jefe que impone su autoridad con conocimientos, no le hacen falta amenazas, gritos y humillaciones, tampoco necesita apapachos, palmaditas en la espalda, ni ponerse a llorar junto con su personal; es el jefe que te dice lo que está mal, pero además te dice cómo hacerlo bien, más allá de que hable bonito o no; incluso, en una de ésas, se pone histérico y hasta te grita, pero finalmente vale la pena aguantar callado porque está uno aprendiendo y te estimula para crecer profesionalmente; en pocas palabras, es el jefe que sabe, porque finalmente, el jefe ideal es el que sabe más que cualquiera de sus trabajadores, o por lo menos sabe asesorarse de gente que sí sabe y que lo haga verse bien ante los demás, ya sea ante su personal y/o ante los visitantes y, lo más importante, que sepa actuar con un finísimo sentido común… No, no es imposible, el jefe así sí existe, o al menos existió, se llamaba José y se apellidaba Dávila Rodríguez; el fundó la radio cultural en Aguascalientes el 12 de octubre de 1973, dirigiendo por muchos años Radio Casa de la Cultura, que en 1984 cambió de nombre pero no de contenidos, y se convirtió en Radio Instituto cultural de Aguascalientes; hasta que en 1987, con la creación del organismo de Radio y Televisión de Aguascalientes en el sexenio del ingeniero Barberena, la estación de radio se fusionó con el canal de televisión que para esos tiempos cambió de Canal 10 a Canal 6, emisora que fue fundada por el maestro Jorge Galván, siendo él el fundador de la televisión en Aguascalientes. Fue entonces cuando vino la decadencia de XENM, que entre otras cosas, hasta el nombre perdió, primero se le llamó la Voz del Estado, luego Radio Solidaridad, después Expresión Total y no sé cuantas otras cosas más; el hecho es que la pérdida (y que conste que le puse acento, aunque de hecho XENM es una perdida, y duele aceptarlo) de identidad vino como consecuencia de una falta de continuidad, identidad que hasta la fecha sigue extraviada, hasta valdría la pena ofrecer rescate al que la encuentre.
José Dávila, con mucho esfuerzo, con muchas carencias y limitantes, pero con mucho entusiasmo, creatividad, con recursos propios y con el decidido apoyo de don Pedro Rivas Cuellar, sacó adelante la primera estación de radio cultural en Aguascalientes, en los 1320 khz en la banda de amplitud modulada. Todavía recuerdo con nostalgia aquella rúbrica de entrada y salida con el inicio de la obra Así hablaba Zaratustra, de Richard Strauss, solemne, majestuosa, y la voz del señor Dávila, bien modulada, saboreando cada palabra, con una profundidad e intensidad en la voz recitando aquellas líneas que por la convicción con que las pronunció se han convertido en versos: “Nuestras siglas, XENM. Nuestra Frecuencia, 1320 khz de amplitud modulada…” y aquellas percusiones sirviendo como puente para cada frase, y después de escuchar aquel portento de rúbrica que anunciaba el inicio y fin de transmisiones, venía la carta de programación, bien equilibrada, con total conocimiento de causa, una programación inteligente, propositiva, ambiciosa, ofreciendo algo nuevo, cuidando mucho los contenidos, eso más que cualquier otra cosa, los contenidos, no como ahora… pero mejor de ahora no hablemos, duele el presente, seguramente por eso, los que amamos la radio, los que amamos la XENM, disfrutamos evocando el pasado.
Las presentes líneas no pretenden ser otra cosa más que un humilde homenaje, un sincero reconocimiento al que nos enseñó a amar la radio cultural, a entregar la vida por esta causa, y digo entregar la vida por la libre decisión de dedicarle a esto nuestros mejores años productivos; los medios en México están mal pagados, eso lo sabemos todos; pero quién diablos nos quita la satisfacción de haber hecho lo que más nos gusta, lo que nos apasiona: a decir las cosas como las pensamos; de hecho eso es justamente lo que estoy haciendo ahora, porque estamos seguros de que lo hacemos con la responsabilidad de decir la verdad (como dijeran los italianos del grupo de rock progresivo Le Orme “Verita Nascoste”, La verdad aunque nos cueste). De José Dávila aprendimos, los que trabajamos con él, a entender el compromiso que representa estar frente a un micrófono, pero al mismo tiempo la satisfacción que esto representa; pero también de él aprendimos a lidiar contra caprichos sexenales y a no ceder porque el objetivo lo tenemos claro: la radio cultural es de una forma y no se presta a manipulaciones, aunque esto nos cueste, sí, aunque esto nos cueste. Él fue congruente con su manera de pensar: el día que las cosas dejaron de gustarle, el día que ya no pudo hacer nada por defender a su hija, su creación, XENM, entonces decidió irse, con todo el dolor que esto representó, y seguir adelante con otro proyecto en donde pudiera seguir trabajando de acuerdo a sus principios.
La última vez que hablé con él fue en el Teatro Aguascalientes; tuvimos una fuerte discusión motivada por diferentes puntos de vista con respecto a la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes y a algunas cosas que yo había escrito a este respecto; lo escuché con atención, aunque defendiendo mis puntos de vista, después de todo el era el mister, el viejito, bueno, los que lo conocieron saben a que me refiero; él era José Dávila y siempre que tuve la oportunidad de hablar con él, podíamos estar de acuerdo o no, pero siempre tomé en cuenta lo que me dijo con mucha seriedad. Él me inició en la radio, a él le debo esta incurable pasión que ahora se ha convertido en parte de mi vida; en mi proyecto de vida, y no puedo dejar de recordarlo ahora que se cumple un aniversario más de que dejó este mundo y es momento, creo yo, de recordar algunas de las cosas que él nos decía cuando algunos sábados, sólo algunos, nos reunía en su estudio para, entre trago y trago, tirarnos uno de sus rollos y disertaciones sobre cómo debería ser la radio, justo ahora cuando vemos que la radio cultural cojea de todas sus piernas.
Se fue cuando tenía 64 años y no creo que alguien, además de Paul Mc Cartney, haga planes para cuando se cumplan 64. Descanse en paz el viejito, el jefe, el mister, José Dávila Rodríguez.
Concho le decía “ÑOR”… Jamás escuché que le llamara “Mister”…