Para Salvador
Escribo esta colaboración con pesar, con temor y con indignación. El domingo por la noche fue asaltado con lujo de violencia un colega profesor de la Universidad Autónoma muy apreciado por todos, el doctor Salvador Salazar Gama, quien actualmente lucha por su vida en una cama de hospital.
El pesar es compartido por la mayoría de los miembros de la comunidad universitaria: por quienes han sido sus alumnos, por sus colegas, por la Asociación de Catedráticos e Investigadores, de la que es uno de sus dirigentes, por los muchachos del Centro Educativo Termápolis de la ACIUUA, quienes se habían acostumbrado a verlo en sus principales eventos, aparte de que una de sus hijas es profesora del plantel. Salvador, su hijo, fue mi alumno en la carrera de Sociología. Hoy tiene un doctorado y trabaja en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, en donde vive con su esposa Mónica, también mi exalumna de la misma carrera. Cuando se fueron a vivir allá, hace poco, Salvador el padre me compartía su preocupación por el clima de violencia que se vive en esa ciudad fronteriza. ¿Quién iba a pensar que la violencia lo alcanzaría a él en ésta, otrora pacífica ciudad?
Junto con el pesar, el temor nos embarga a todos, pues parece que nadie está a salvo de padecer una violencia sin sentido. No sé realmente qué buscaban quienes lo asaltaron. Pero tampoco es él la única persona que se ha visto expuesta a la inseguridad que padecemos. No hace mucho una colega se encontró en medio de una balacera de la que afortunadamente salió ilesa, aunque aterrada. Y en estos casos uno se pregunta dónde puede estar a salvo. Si ya no es posible salir de su hogar con la tranquilidad de llegar sano y salvo al trabajo o a cualquier otro lugar al que se dirija. Si, como lo han hecho algunos, habrá que abandonar la ciudad en busca de sitios más seguros en los cuales poder vivir y trabajar en paz.
La indignación espero que también sea compartida, no sólo por la comunidad universitaria que se ha visto vulnerada en uno de sus miembros, sino por toda la sociedad. Se trata de una indignación que crece cada vez que la violencia toca de cerca a conocidos, familiares o amigos, mientras se escuchan las declaraciones y la propaganda de los políticos y de los partidos. Para ellos parece que el mayor problema consiste en seguir en el poder o en conseguirlo, para seguir disfrutando, empezar a disfrutar o disfrutar otra vez de las ventajas que conlleva. Para ello proclaman que ellos sí saben cómo solucionar el problema de la inseguridad, de la que tienen la culpa los otros, los que estuvieron antes en el poder o los que están. Pero sus propuestas suenan a pura palabrería: pena de muerte, una sola puerta: la de entrada, cadena perpetua, rebaja de la edad penal, una sola policía, muchas policías independientes, etcétera. Todo suena a meras ocurrencias, sin visos de planes fundamentados y coherentes que puedan aplicarse con efectividad.
No quiero, sin embargo, terminar este artículo con pesimismo. A Salvador Salazar, un luchador, no le gustaría que así fuera cuando, una vez recuperado, dedique unos momentos a su lectura.
Inicié mis colaboraciones en La Jornada Aguascalientes planteando la idea de que la política –no la politiquería- es la construcción de lo impensable. Chava chico y Mónica, por lo que los conozco, seguramente están de acuerdo conmigo. Ellos tres son unos convencidos del papel que pueden jugar las instituciones de educación superior, particularmente aquellas en las que se genera nuevo conocimiento por medio de la investigación, como es el caso de la Universidad Autónoma de Aguascalientes.
En lo que el colega Salvador se recupera y se incorpora nuevamente a la comunidad universitaria, sería magnífico que más allá de sólo sentir pesar, temor e indignación, los universitarios dedicaran también esfuerzos a analizar la problemática social de Aguascalientes y a buscar soluciones más allá de lo que en este momento parece pensable. En realidad, a hacer política. Aunque faltaría ver, desde luego, si quienes tienen el poder voltean los ojos y los pensamientos a la comunidad universitaria para compartir, debatir, proponer, crear planes y políticas sociales que sirvan no sólo para ganar votos, sino para solucionar verdaderamente los problemas.
¡Ánimo, Salvador! Ojalá pronto estés de nuevo en la universidad, derrochando, como siempre, tus conocimientos y tu optimismo.