ómo te va de crisis? Si ponderas por unos instantes esta pregunta, seguramente descubrirás que tienes múltiples respuestas posibles; porque todo depende desde qué punto de vista quieres responderla. Si observas que tu gasto diario sale adelante, entonces no hay cambios drásticos en tu rutina cotidiana; pero, si el fin de semana tuviste que decidir entre comer fuera en un restaurante, ir al cine, comprar ropa de marca que te gusta, hacer algún ajuste en casa, reparar tu coche o pagar la colegiatura, probablemente ya percibiste que el mismo dinero no ajusta para resolver todas estas alternativas y permanecer impávido.
Otra historia comienza a desenvolverse si ahora buscas comprar casa nueva, cambiarte de la actual, comprar un coche último modelo, o simplemente cambiar tu empleo actual. Te darás pronto cuenta que las cosas ahí afuera se están poniendo un poco rudas, para que puedas acceder a un crédito hipotecario, o para adoptar un plan de “cómodas facilidades a 38 meses”; del empleo, ni caso tiene aludir que el actual hay que conservarlo; a duras penas se está deteniendo el desgrane que ya está en puerta para innumerables corporaciones. Si ninguna de estas cosas te preocupa, ni te desvela, ni hace crujir tu economía familiar, entonces, ¡felicidades! Perteneces al selecto 20 por ciento de la población mundial que ocupa la cúspide de la pirámide del desarrollo planetario.
Pero, si no eres inmune a esta crisis, compartes con el 80 por ciento restante de los terrícolas, el azote de esta gigante ola verde que ya impactó costas mexicanas. Sin embargo, pronto te percatas de que todo es relativo. Y, efectivamente, éste se convierte en el criterio de diferenciación socioeconómica más determinante. En tu cartera existe una tarjeta de crédito o de débito, tienes tu clave de elector, cuentas con tu “Curp”, portas licencia de manejo; a lo mejor traes pasaporte y visa norteamericana; lo que obviamente te pone del otro lado de la línea de pobreza; estás en crisis pero no careces de lo necesario. Estos factores hacen la diferencia tanto en la presión familiar, como en la tensión social para el manejo consciente, concernido, comprometido y determinado para enfrentar la crisis.
Todo es relativo. La incertidumbre cosmológica de la cercanía de la Tierra con respecto al Sol, se resuelve al saber que nuestro planeta está a una distancia media del Sol de 150 millones de kilómetros (equivalente a 1 U.A., Unidad Astronómica); y dado que su traslación es una trayectoria elíptica de 930 millones de kilómetros, entonces su acercamiento óptimo, perihelio (enero) es de 142 millones 700 mil kilómetros y alejamiento máximo, afelio (julio) es de 151 millones 800 mil kilómetros. Lo que define las estaciones del año. El recorrido de la Tierra impulsada por la gravitación del Sol, se cumple en 365 días, cinco horas y 57 minutos, equivalente a 365.2422 días, moviéndose a una velocidad de 29.5 kilómetros por segundo, por lo que recorre, en una hora 106 mil kilómetros, y 2 millones 544 mil kilómetros al día, de las 24 horas marcan nuestros relojes de cuerda o cuarzo. Y suma la duración del año, que marcan nuestros calendarios, ciclos productivos, ritos religiosos y eventos cívico-culturales del planeta; con todo y sus fetiches, horóscopos y supersticiones. (Fuente: www.astromia.com/tierraluna/movtierra.htm)
Todos los esfuerzos de producción, reproducción, protección ambiental, desgaste y consumo de bienes no renovables, y el calentamiento global pasan necesariamente por las condiciones específicas climatológicas, geológicas, oceanográficas, orográficas y que produce el hombre a la Tierra. La crisis es la enchilada completa, mal hecha –por nuestras decisiones torpes, egoístas y ambiciosas-, con que estamos amalgamando los recursos extinguibles e inextinguibles de este maravilloso planeta azul, tercero del sistema solar, Ra.
Lo anterior deriva en la ineludible responsabilidad ética que tenemos cada uno de nosotros, y todos como comunidad societal, para el adecuado manejo de las incertidumbres, sean del orden socioeconómico, personal, psicológico, afectivo-emotivo, racional o moral, como también civil y político. Ninguno podemos percibirnos como víctimas inocentes del estado de crisis. Tampoco se requiere que nos sintamos culpables y nos comamos las uñas compulsivamente. Debemos reaccionar de manera pro-activa.
Vicktor Frankl, psiquiatra judío, define la proactividad como “la libertad de elegir nuestra actidud frente a las circunstancias de nuestra propia vida”. Por lo que la proactividad no significa sólo tomar la iniciativa, sino asumir la responsabilidad de hacer que las cosas sucedan; decidir en cada momento lo que queremos hacer y cómo lo vamos a hacer. Bajo este supuesto, nuestro amplio margen de libertad queda sujeto a lo que determinemos hacer o no hacer de acuerdo al grado de proactividad con que estemos decididos a enfocar nuestra vida. Aquello de que “aquí nos tocó vivir”, es cierto, en la medida que no se convierta en un recurso de graciosa huída para no asumir responsabilidad alguna, antes bien, en asumir este condicionamiento sociocultural, para ejercer a plenitud lo más precioso que tenemos: un brillante faro de inteligencia y un motor de combustión interna que es el inagotable recurso de un corazón valiente y generoso. ¿Quieres vivir como aquel histórico “quinto acurrucado”? –el indito durmiente y silente bajo su sombrero de ala ancha y calzón de manta-, es tu soberana decisión. n